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miércoles, 13 de abril de 2022

LA CONFESIÓN, UNA VEZ AL AÑO

Religión digital

col aradillas

 

“Una vez al año”, por Pascua Florida”, “si se ha de comulgar “o “antes si se espera peligro de muerte”, fueron –y popularmente siguen siendo– , fórmulas “oficiales” con las que el Catecismo de la Doctrina Cristiana” insta, y convence, a los “fieles” a acercarse a los confesionarios y recibir el sacramento de la penitencia.

Instalados durante estos días en uno de estos ciclos religiosos, es posible que sean de interés, entre otras, las siguientes reflexiones:

Sin ánimo alguno de repartir culpas ni buscar culpables, el hecho es que hoy la confesión como sacramento se practica raramente. Muy raramente. Tanto es que, quienes visitan los templos, sobre todo los jóvenes, hasta llegan a preguntarse qué son, cómo se llaman y para qué mismo acerca de los púlpitos, palabra procedente del latín con el significado de “tarima o tablado”.

Sin intención aquí y ahora de reflexionar acerca de la teología, praxis y liturgia de la confesión, me limito a referir el hecho de que su desaparición está a punto de ser ya reconocida hasta con cierta oficialidad, avalada con los datos requeridos. ¿Desde cuándo no te confiesas tú, amigo lector?

Y es que tal ejercicio sacramental precisa y demanda una buena dosis de renovación –reforma– en la Iglesia. Y no solo de por sí, sino por falta de ministros –sacerdotes– para su administración. No hay curas para la celebración de la Eucaristía y menos para confesar. Aunque en la recepción de la Comunión como sacramento, no se eche de menos, pero la mayoría de los/as, comulgantes, no se han confesado, tal y como antes lo hacían.

No es infrecuente escuchar tal lamento por parte de los mismos curas, con la seguridad de que los señores obispos se vean obligados a comprenderlo, incapacitados también ellos para remediarlo con soluciones convincentes para sí, para el resto del clero y también para una buena parte de los “pecadores”, a quienes “confesarse” directamente con Dios, o hacerlo con fórmulas comunitarias, no les “deja tan tranquilos” como cuando podían hacerlo oralmente y recibían orientaciones y consejos de tipo pastoral.

Es inaplazable la reeducación sacramental respecto al pecado, a su perdonanza y rehabilitación ante Dios, siempre y por definición dispuesto a ser y ejerce de PADRE, y no siempre teniendo que servirse de los intermediarios-mediadores de otras personas, sacerdotes en este caso, pertenecientes todos ellos al sexo masculino, dada la semi dogmática descalificación que inhabilita a la mujer, por mujer, para este menester en la Iglesia católica, apostólica y romana, salvo muy raras excepciones.

¿Qué tendrán que hacer los fieles cristianos –“feligreses” (hijos de la Iglesia)– para cumplir con tal precepto de confesarse una vez al año, en la Pascua Florida, si se consideran estar en peligro de muerte o si han de comulgar? ¿A quiénes han de recurrir para que les resuelvan problema de tanta gravedad e importancia en la Iglesia y en la vivencia religiosa personal y de la de los suyos? ¿Padecen también los señores obispos idéntica carencia sacramental? ¿Les acompaña la razón a quienes los contemplan con sus mitras en las espectaculares celebraciones , tan frecuentes y televisadas, cortejando al Nuncio de SS. y a Cardenales, no ocurriéndoseles la idea de emplear todo, o parte, de ese tiempo, en sentarse en los confesonarios de los templos de la “España vaciada”, también de curas y frailes?

¿Qué se hace, o en qué habrán de emplearse los actuales artefactos de los confesonarios? ¿Les devolverá su anterior función y ministerio el replanteamiento de la Iglesia sinodal y “en salida”, en la que confían el papa Francisco y los convencidos de que esta –la sinodal– es la única y verdadera Iglesia inspirada por Jesús en el santo Evangelio? ¿De cuántos y graves “pecados” psicológicos, y de los otros, tendrán que confesarse los mismos “confesionarios”?

Y como de todo hay –tiene que haber–, en la “Viña del Señor”, refiero como noticia insólita la información de que en uno de los no pocos pueblos que todavía se registran por la geografía administrativa cívico-religiosa de determinada diócesis española, un específico toque de campana de su torre parroquial da a conocer la llegada, con periodicidad mensual, de un sacerdote “forastero”, dispuesto a confesar a aquellos feligreses que tengan ciertos reparos “pastorales” en relación con el sacerdote del lugar, a veces titular con categoría de “en propiedad “ de la parroquia, previa la oposición canónica correspondiente.


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