Cuando
la corrupción alcanza la extensión y la profundidad, que ha alcanzado
en España, el espíritu de los corruptos llega a ser como un virus mortal
que se contagia y destroza el tejido social del país o de la sociedad
donde ese virus se ha inoculado en la sangre misma, que da vida (o
muerte, según los casos) a las instituciones, a las costumbres, a la
convivencia, a todo cuanto se mueve en una sociedad corrupta.
No pretendo ser apocalíptico ni
tremendista. Me limito a hacer caer en la cuenta de un hecho que –
según creo – mucha gente no ve. Se trata de algo, por lo demás,
evidente. Y es esto: cuando la corrupción se produce en el ámbito de la
economía; y cuando además los responsables más directos de esa
corrupción son personajes públicos, si se dan esas dos condiciones (que
suelen ser muy frecuentes), en ese caso los corruptos, no sólo hacen el
daño que entraña la corrupción en sí, que consiste en robar (los más
fuertes a los más débiles), sino que, además de eso, el macabro (y hasta
criminal) ejercicio de los corruptos, en cuanto personajes más o menos
conocidos, cumple el repugnante papel de erigir al corruptor en educador
de las masas.
El que roba, con corbata de marca y lenguaje acicalado, no sólo se
queda con lo que no le pertenece, sino que además, al ser un personaje
público (que es de lo que estamos hablando), con su conducta injusta y
canalla le está diciendo a la gente que, en la sociedad en que vivimos,
se llega a lo más alto de la escala social, se alcanza la fama y se
triunfa, haciendo todo lo que indico a continuación: mintiendo,
ocultando la verdad, engañando a los incautos, quedándose con lo ajeno,
privando de sus derechos a los que no pueden defender tales derechos,
abandonando a los que sufren, aumentando el dolor y la humillación de
los más desamparados, dejando sin futuro y sin esperanza a los más
débiles.
Por más que todo eso destroce a las familias, arruine al país, hunda
en la desesperación a millones de criaturas inocentes, etc, etc, etc. Y
por si fuera poco, además de todo lo dicho, a la gente se le dice – o
se le da a entender – que eso es lo que hay que hacer en la vida, si es
que amamos a España, si somos personas de orden, si es que queremos
portarnos como Dios manda, y otra serie de tópicos por el estilo.
Además, está demostrado que una mentira, repetida una y otra vez con
firmeza y seguridad, termina por ser aceptada como una verdad. Hasta
que grandes sectores de la opinión pública terminan por creerse que las
cosas tienen que ser como nos las pintan, de forma que no pueden ser de
otra manera. Y entonces ocurre lo peor: mucha gente vuelve a votar a los
nos están robando y engañando. Así, y por eso, el sistema de la
corrupción y la mentira se perpetúa de generación en generación. Con lo
que se cumple el viejo dicho según el cual “los ladrones somos gente
honrada”. Y el que no esté de acuerdo, es un “anti-sistema”, un
“violento”, un “radical”…, ¿qué se yo?
Y para terminar, por no abandonar lo que ha sido (y sigue siendo) mi
pasión toda la vida, confieso que no me cabe en la cabeza cómo y por
qué este patético proyecto de sociedad y de vida abunda más precisamente
en los países más religiosos del mundo. Esto es lo que dicen las
estadísticas y los estudios más serios y fiables que tenemos hasta este
momento.
Así las cosas, yo me pregunto qué religión nos enseñan. Por lo que se
refiere a mis convicciones más profundas, lo que veo es que la religión
que nos enseñaron no nos ha hecho más honrados y buenas personas. Todo
lo contrario, en demasiados casos. Nos han educado en una forma de
religión que es compatible con la codicia, la mentira y la
insensibilidad ante el sufrimiento de los demás. Pues bien, puedo
asegurar que yo no creo ni en esa “religión”, ni en el “dios” que
semejante esperpento de religión predica. ¿Diré esto porque yo también
soy un corrupto?. ¿Uno más?. ¿No será ya hora de que afrontemos, en
serio y hasta el fondo, lo que todo esto representa?
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