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viernes, 7 de febrero de 2014

Los corruptos corrompen José Mª. Castillo, teólogo


Cuando la corrupción alcanza la extensión y la profundidad, que ha alcanzado en España, el espíritu de los corruptos llega a ser como un virus mortal que se contagia y destroza el tejido social del país o de la sociedad donde ese virus se ha inoculado en la sangre misma, que da vida (o muerte, según los casos) a las instituciones, a las costumbres, a la convivencia, a todo cuanto se mueve en una sociedad corrupta.
No pretendo ser apocalíptico ni tremendista. Me limito a hacer caer en la cuenta de un hecho que – según creo – mucha gente no ve. Se trata de algo, por lo demás, evidente. Y es esto: cuando la corrupción se produce en el ámbito de la economía; y cuando además los responsables más directos de esa corrupción son personajes públicos, si se dan esas dos condiciones (que suelen ser muy frecuentes), en ese caso los corruptos, no sólo hacen el daño que entraña la corrupción en sí, que consiste en robar (los más fuertes a los más débiles), sino que, además de eso, el macabro (y hasta criminal) ejercicio de los corruptos, en cuanto personajes más o menos conocidos, cumple el repugnante papel de erigir al corruptor en educador de las masas.
El que roba, con corbata de marca y lenguaje acicalado, no sólo se queda con lo que no le pertenece, sino que además, al ser un personaje público (que es de lo que estamos hablando), con su conducta injusta y canalla le está diciendo a la gente que, en la sociedad en que vivimos, se llega a lo más alto de la escala social, se alcanza la fama y se triunfa, haciendo todo lo que indico a continuación: mintiendo, ocultando la verdad, engañando a los incautos, quedándose con lo ajeno, privando de sus derechos a los que no pueden defender tales derechos, abandonando a los que sufren, aumentando el dolor y la humillación de los más desamparados, dejando sin futuro y sin esperanza a los más débiles.
Por más que todo eso destroce a las familias, arruine al país, hunda en la desesperación a millones de criaturas inocentes, etc, etc, etc. Y por si fuera poco, además de todo lo dicho, a la gente se le dice – o se le da a entender – que eso es lo que hay que hacer en la vida, si es que amamos a España, si somos personas de orden, si es que queremos portarnos como Dios manda, y otra serie de tópicos por el estilo.
Además, está demostrado que una mentira, repetida una y otra vez con firmeza y seguridad, termina por ser aceptada como una verdad. Hasta que grandes sectores de la opinión pública terminan por creerse que las cosas tienen que ser como nos las pintan, de forma que no pueden ser de otra manera. Y entonces ocurre lo peor: mucha gente vuelve a votar a los nos están robando y engañando. Así, y por eso, el sistema de la corrupción y la mentira se perpetúa de generación en generación. Con lo que se cumple el viejo dicho según el cual “los ladrones somos gente honrada”. Y el que no esté de acuerdo, es un “anti-sistema”, un “violento”, un “radical”…, ¿qué se yo?
Y para terminar, por no abandonar lo que ha sido (y sigue siendo) mi pasión toda la vida, confieso que no me cabe en la cabeza cómo y por qué este patético proyecto de sociedad y de vida abunda más precisamente en los países más religiosos del mundo. Esto es lo que dicen las estadísticas y los estudios más serios y fiables que tenemos hasta este momento.
Así las cosas, yo me pregunto qué religión nos enseñan. Por lo que se refiere a mis convicciones más profundas, lo que veo es que la religión que nos enseñaron no nos ha hecho más honrados y buenas personas. Todo lo contrario, en demasiados casos. Nos han educado en una forma de religión que es compatible con la codicia, la mentira y la insensibilidad ante el sufrimiento de los demás. Pues bien, puedo asegurar que yo no creo ni en esa “religión”, ni en el “dios” que semejante esperpento de religión predica. ¿Diré esto porque yo también soy un corrupto?. ¿Uno más?. ¿No será ya hora de que afrontemos, en serio y hasta el fondo, lo que todo esto representa?    

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