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ATALAYA NOVIEMBRE DE 2024

jueves, 12 de diciembre de 2024

NO SOY QUIÉN PARA DESATARLE LA CORREA DE LA SANDALIA

col Fidel Aizpurua

fe adulta 

Para sacar partido espiritual de algunos textos evangélicos necesitamos un poquito de reflexión y de tiempo. Si somos generosos, el Evangelio lo es más y nos dará su mensaje.

Decimos esto porque en el pasaje leído sobre la predicación del Bautista hay una frase extraña. Dice Juan que él NO ES QUIEN PARA DESATAR A JESÚS LA CORREA DE SUS SANDALIAS. Se refiere esto a una vieja ley judía (llamada del levirato) que pretendía no dejar nunca en desamparo a la mujer viuda. Un “amparador” debía llevársela a su casa. Y si no lo hacía, se le desataba la correa de la sandalia como señal de menosprecio.

Aunque el Bautista entiende mal a Jesús porque piensa que va a venir a sangre y fuego, siendo así que viene por el camino del amor, dice de Jesús que no hay quien le desate la correa de las sandalias porque él ha sido amparo del frágil, socorro de quien anda perdido, amigo de pecadores, casa para corazones solos. Ha amado a quienes estaban en la intemperie. Nadie podrá desatarle la correa de la sandalia.

¿Cómo podremos ser nosotros hoy amparadores de los demás? ¿Qué actitudes cultivar para que quien anda sin amparo se refugie en nosotros?

· Comprende al máximo: ponte en el lugar del otro, cálzate sus zapatos, intenta hacer con él lo que quisieras que hicieran contigo si te encontraras en similar situación. Acércate, escucha, para poder comprender.

· Excusa cuanto puedas: pasa por encima debilidades que tú también tienes, siempre que no hablemos de delitos; recuerda las veces que has caído para excusar a quien también ha caído; valora lo esencial y pasa por alto lo no esencial. Excúsale como si fuera tu hermano más querido.

· Estate siempre disponible: dispuesto a hacer algo por el otro si está en tu mano; siendo generoso para dar tiempo por los demás; ofreciendo la casa abierta de lo que eres y tienes para las necesidades del otro.

Dice el papa Francisco en su última encíclica que “quizá la pregunta más decisiva que cada uno puede hacerse es: ¿tengo corazón?” (DN 23). Si la fe no nos va llevando a un corazón sensible, si las situaciones de los demás nos resbalan, si decimos que bastante tengo con mis problemas como para interesarme por los demás, hay que trabajar más el Evangelio porque aún no ha llegado a la meta final. Porque un Evangelio que no toca el corazón ¿para qué nos sirve?

Estamos, como quien dice, a las puertas de la Navidad, misterio de amparo al que llamamos encarnación. ¿Cómo podríamos celebrar la Navidad sin esta actitud de amparo? ¿Qué sentido tiene celebrar la Navidad si en mi propio corazón no quepo más que yo? Que el amparador Jesús nos haga a nosotros crecientemente amparadores. Para que la fe tenga sentido.

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