fe adulta
El Evangelio de este domingo es un discurso de enseñanzas de Jesús en continuidad con diversas discusiones que ha mantenido previamente con la “gente de bien” del templo, con los “expertos en Dios”: fariseos y herodianos (12,13-17), saduceos (12,18-27), escribas (12,28-34). En este contexto se ubica la denuncia de Jesús contra quienes utilizan y manipulan la religión al servicio de su ego, sus intereses personales o corporativos y se aprovechan de las viudas.
No olvidemos que en una sociedad tan patriarcal como la de Jesús, las viudas representan uno de los colectivos más empobrecidos y excluidos de Israel por su doble condición: por ser mujeres y por carecer de un varón que las legitime socialmente, las proteja y mantenga. Teniendo en cuenta este dato podemos imaginar la fuerza de la denuncia de Jesús sobre la hipocresía y la corrupción de los escribas y el escándalo que supondría ante el satus quo del templo.
El texto presenta dos tipos de personas: unos hombres prestigiosos que se aprovechan de su situación de privilegio ignorando el sufrimiento de las viudas (escribas) y las mujeres pobres (viudas). Jesús no solo va a condenar a los primeros por sus prácticas manipulativas y corruptas, sino que va a ensalzar y poner como ejemplo ante los ojos de Dios y de los hombres la autenticidad y generosidad de la viuda pobre al compartir y no reservarse lo poco que tiene.
Pero antes de adentrarnos en el significado de este gesto es importante resaltar un detalle que se nos puede pasar desapercibido y que resulta enormemente significativo. Jesús pudo percibir la limosna de la viuda porque su lugar en el templo no era un lugar de privilegio, sino que se ubicó próximo al atrio de las mujeres, un lugar marginal. Este dato es muy importante ya que nos recuerda que donde y como nos situemos en la realidad nos permitirá descubrirla de una manera u otra. Desde los lugares de poder o privilegio, la realidad se percibe de forma muy diferente a como se descubre desde el lugar de la debilidad, la pobreza o la marginación.
Volviendo de nuevo al gesto de la viuda pobre que conmovió a Jesús, ella es símbolo de la entrega en totalidad, de la solidaridad no desde lo que sobra, sino desde lo que se necesita para vivir, de la autenticidad religiosa que es inseparable de la projimidad y de la generosidad con la vida, del compartir y compartir-se en totalidad, como huella de verificación de la experiencia creyente.
También como comunidades cristianas, Jesús nos invita hoy a interrogarnos sobre los lugares desde donde contemplamos la realidad, si son los del poder o los de la debilidad. Nos invita a hacernos conscientes de nuestros privilegios, de cómo los hemos conseguido y de qué hacemos con ellos. En definitiva si nuestra fe se parece más a la del escriba o a la de la viuda pobre del Evangelio. Nos recuerda que la cercanía y la amistad con quienes menos cuentan hoy en nuestra sociedad nos abre también no sólo a su carencia, que reclama justicia, sino a la solidaridad y la generosidad sumergida que habita también el mundo de los empobrecidos y empobrecidas.
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