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miércoles, 24 de abril de 2024

EL ABECEDARIO MORAL DE FRANCISCO EN SU MÁXIMA SIMPLICIDAD


col koldo

 

Me agrada que la Iglesia católica recuerde de vez en cuando su posición moral básica sobre la dignidad incondicional del ser humano. Así lo ha hecho en la declaración Dignitas infinita.

Me agrada también que exponga sus valoraciones morales sobre distintas experiencias personales y sociales donde esa dignidad fundamental está más afectada. En general, tienen que ver con la vida y la muerte y, cada vez más, con la justicia integral, la igualdad de hombres y mujeres y la guerra.

Es evidente que ella piensa que la relación de esas convicciones de fe y razón sobre la dignidad humana, y su aplicación a la vida en sus dilemas límite, es directa e inmediata y como tal lo proclama. Ella se lo cuenta a todos, y sabe que puede hacerlo y piensa que debe hacerlo. Eso no significa que quien recurre a un Dios ya tiene razón. Cierra mejor el círculo lógico de la prueba pero vale para los que creen.

De igual modo la Iglesia sabe que no va a convencer a todos con su proclama de fe y razón; conoce bien cuál es el razonamiento que le discutirán, lo entiende, pero ella está convencida de que debe contar lo que la suma de fe y razón aporta a la búsqueda del vivir y convivir con dignidad. Lo toma como una necesidad para ella y para el mundo; para ella, por mor de la fe y la experiencia moral humana; para el mundo, por mor de la conciencia moral universal.

Lo que estoy diciendo es que el viejo modo de entender que la Iglesia entra a saco en todos los dilemas vitales más complejos y los resuelve con soberbia fundamentalista, no lo creo ya de muchos de nosotros. Repite su posición moral, la matiza mucho, la extiende sabedora de cómo será recibida y la repiensa en no pocos a partir de lo escuchado. Ella cree que la antropología que sustenta su proyecto, y la preocupación por no dar respuestas simples a problemas complejos, están ahí.

Todos sabemos que detrás hay una historia de torpezas, abuso de poder y dogmatismo moral, pero mirando hacia el futuro, pienso que el capital moral del cristianismo no está perdido y que la sociedad gana mucho tomando con cuidado sus convicciones y motivos para diferenciar el trigo de la paja.

Buena parte de las sociedades modernas, en sus movimientos de vanguardia, tienden a convertir la diferencias legítimas de las minorías en regla general sobre la condición humana; y, a su vez, los conservadores tienden a olvidar que existen las minorías -formas naturales y sagradas de ser persona- para imponer con saña la regla general. La Iglesia ha tenido esta actitud, y la tiene en no pocos movimientos, pero el tiempo de la convicción con libertad, de la dignidad con conciencia moral, nos está ganando a casi todos. Muy despacio, cierto, con idas y venidas, cierto, pero la última palabra no está dicha. Más aún, que las religiones pequen de ver problemas en todo, y lleguen tarde a casi todo, no significa que el mundo acierta en sus opciones. Cuesta verlo.

Hemos de acostumbrarnos, por tanto, a observar la democracia también en cuanto a la moral civil común, y no tomar, por prueba definitiva del único bien, nuestro potencial de decisión. El fundamento de la ética civil está en razonar todos desde todas las tradiciones morales sobre el porqué y cómo, y darnos así una ley democrática para caminar en esa pauta, sobrellevando bien las diferencias que subsisten legítimamente en el debate social que sigue y sigue y sigue… hasta que se dé, si se da, otra formulación más acertada y aceptada de la ley común, y sigue y sigue… Y en su defecto, la objeción de conciencia bien probada y validada. Esto en lo público. Pero eso no prueba que estamos en la mejor moral posible, sino en la mejor ley democrática para permitirnos el camino moral más compartido para convivir en paz, libertad y justicia.

Toda religión o ideario humanista, fiel a los derechos humanos de todos, puede decir que cree posible mejores realizaciones morales de la dignidad; la cuestión es que dé razones comunes para entenderlas y respete el cauce democrático en las diferencias legales; y a nivel de vida privada, que respete la libertad de conciencia para decidir. Porque el principio kantiano es claro, tratar a todos y tratarnos como personas, siempre como un fin y nunca como un medio o cosa. Pero esto mismo qué es, por ejemplo, en la legítima defensa de un país… ¿convertirla en terror?, ¿igualar el número de asesinados?

El problema siempre está en las concreciones. Por supuesto, y es la otra cara del diálogo moral en una democracia. Si no creemos a nuestro interlocutor, si la religión y el mundo se niegan de antemano entre sí, el diálogo no es posible; se acabó la base de la moral en una democracia. En el punto de partida de una moral civil presumo que el otro, religioso o no, quiere decirme la verdad. Si lo hace mal o mezcla todas las razones, se lo diré y le mostraré su error, pero creo en su intención honesta. Es el comienzo.

 

José Ignacio Calleja

Religión Digital

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