Leonardo Boff
Seguramente existe un cúmulo de causas que subyacen a la actual crisis sistémica. Ella se ha apoderado de todo el planeta y nos ha puesto en una ENCRUCIJADA: o seguimos el camino inaugurado por la modernidad a partir de los siglos XVII/XVIII con la llegada del espíritu científico que modificó la faz de la Tierra y nos ha traído incontables beneficios para la vida. Pero al mismo tiempo ésta se ha dado a sí misma los medios para su autodestrucción. Vamos más allá: la forma como hemos decidido habitar el planeta y organizar nuestras sociedades con costos altísimos para los ecosistemas y para las relaciones sociales, brutalmente desiguales, nos han llevado a tocar los límites de la Tierra. De seguir por ese camino se nos presenta por delante un abismo aterrador. La Tierra viva tal vez no nos quiera más sobre su superficie porque somos demasiado violentos y destructivos. Podemos sucumbir por el antropoceno, por el necroceno, por el virusceno y finalmente por el piroceno, ocasionados por nosotros mismos y también por la reacción de la propia Tierra viva, herida y vitalmente debilitada, que reacciona de esta forma.
O si no, en un momento de aguda conciencia ante la posible desaparición de la especie, el ser humano da un salto cuántico en su nivel de conciencia, cae en sí, se da cuenta de que puede realmente llegar al fin de su aventura planetaria y cambia forzosamente y define un nuevo rumbo.
Ciertamente esto no se hará sin una crisis fenomenal que se puede llevar porciones significativas de la humanidad, comenzando por los más vulnerables pero sin exceptuar a los más pertrechados. Así ocurrió en tiempos prehistóricos del planeta, en los que hasta el 70% de la carga biótica desapareció definitivamente.
¿Cuál será el rumbo? Estimo que ni sabios, ni científicos ni maestros espirituales sabrían indicar la dirección. La humanidad, unida ahora por el miedo y por el pavor, más que por el amor al futuro, percibirá que puede haber llegado al fin del camino andado. Mirará alrededor y descubrirá una senda a ser recorrida y construida por el andar de todos. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” nos enseñó un poeta español desesperado, huido de la persecución franquista. Desde dentro de nuestra esencia humana tendremos que sacar las inspiraciones y sueños que nos consoliden el nuevo camino.Viene a propósito esta frase de Einstein: la idea que creó la crisis actual no puede ser la misma que vaya a sacarnos de ella. Tenemos que soñar, crear, proyectar utopías viables y abrir caminos nuevos. Las ciencias de la vida nos confirmaron que somos seres de amor, de solidaridad, de cuidado, a pesar de que siempre nos acompaña una sombra, y debemos ponerla bajo vigilancia.
Pero antes preguntémonos: ¿por qué hemos llegado a este punto crítico global? Aquí más que un saber científico nos ayuda el pensamiento filosofante.
Considero, entre otras, dos causas fundamentales: la erosión de la ética y la asfixia de la espiritualidad.
Recuperemos el sentido clásico del Ethos de los griegos pues nos iluminan todavía hoy. Ethos con mayúscula significa la casa humana, es decir, una parte de la naturaleza que separamos y la trabajamos de manera que sea el espacio donde vivir bien. La otra forma es el ethos con minúscula que son las formas de organizar la casa para que nos sintamos bien en ella y podamos dar hospitalidad a quien nos visita: adornar la sala, colocar correctamente las mesas, cuidar la cocina, alimentar el fuego siempre encendido, mantener la despensa abastecida y los cuartos decentemente arreglados. Son las virtudes éticas que dan concreción al Ethos. Pero no sólo, pertenece al Ethos cuidar el entorno de la casa, el jardín, las estatuas de las divinidades. Solo así el Ethos (vivir bien) adquiere forma concreta (ethos).
Hoy el Ethos es la Casa Común, el planeta Tierra. Durante siglos ha alimentado a la humanidad. Pero con la llegada de la ciencia y la técnica hemos explotado de forma ilimitada e irresponsable sus bienes y servicios de forma que hoy hemos sobrepasado su capacidad de soporte (The Earth Overshoot), la llamada Sobrecarga de la Tierra. Ella es finita y no soporta un crecimiento infinito. El Ethos (vivir bien en la casa) y el ethos, las formas de organizarla, han sido desestructurados, todo lo que es importante para vivir bien: hemos contaminado las aguas, hemos sobrecargado los alimentos con pesticidas, hemos envenenado los suelos y contaminado los aires hasta el punto de afectar al sistema de la vida natural y de la vida humana. Presenciamos la erosión general del Ethos, del ethos y de la ética. La Casa Común deja de ser común, y se han apropiado de ella élites que tienen tierras, poder, dinero y la dirección de la política mundial. Ellas se han transformado en el Satán de la Tierra.
Tan grave como la erosión del Ethos, del ethos y de la ética en general es la asfixia de la espiritualidad humana. Dejemos claro que espiritualidad no es sinónimo de religiosidad, aunque la religiosidad pueda potenciar la espiritualidad. La espiritualidad nace de otra fuente: de lo profundo del ser humano. La espiritualidad es parte esencial del ser humano, como la corporalidad, la psique, la inteligencia, la voluntad y la afectividad.
Neurolingüistas, los nuevos biólogos y eminentes cosmólogos como Brian Swimme, Bohr y otros reconocen que la espiritualidad pertenece a la esencia humana. Somos por naturaleza seres espirituales, aunque no seamos explícitamente religiosos. Esa parte espiritual en nosotros se revela por la capacidad de solidaridad, de cooperación, de compasión, de comunión y de una apertura total al otro, a la naturaleza, al universo, en una palabra al Infinito. La espiritualidad hace intuir al ser humano que detrás de todas las cosas hay una Energía poderosa y amorosa que sustenta todo y lo mantiene abierto a nuevas formas en el proceso de la evolución. Algunos neurólogos han identificado un fenómeno excepcional. Siempre que se aborda existencialmente lo Sagrado, la experiencia de pertenencia a un Todo mayor, en una parte del cerebro se verifica una fuerte aceleración de las neuronas. Ellos, no los teólogos, lo llamaron el “punto Dios en el cerebro”. Igual que tenemos órganos exteriores a través de los cuales captamos la realidad circundante, tenemos un órgano interior, que es una ventaja evolutiva nuestra, para percibir a Aquel Ser que hace ser a todos los seres, esa Energía misteriosa que penetra todos los seres y los vivifica.
Esa dimensión espiritual de nuestra naturaleza ha sido sofocada por nuestra cultura que venera más al dinero que a la naturaleza, más el consumo individual que el reparto, que es más competitiva que cooperativa, prefiere el uso de la violencia al diálogo para resolver conflictos y ha creado la guerra nuclear y biológica como disuasión, amenaza y eventual utilización, lo que significaría el fin del sistema-vida y del sistema-humano. La violencia y las guerras implican la asfixia de la espiritualidad, intrínseca a nuestra esencia.
Actualmente el eclipse de la ética y la negación de la espiritualidad humana podrán llevarnos a situaciones dramáticas, no excluyendo trágicamente la extinción de la especie homo, después de algunos millones de años de ser amados y nutridos por la Magna Mater, a quien que no hemos sabido retribuirle cuidado, reverencia y amor.
No por eso desesperamos. El universo guarda sorpresas y el ser humano es un proyecto infinito, capaz de crear soluciones para los errores que él mismo cometió.
*Leonardo Boff ha escrito con Mark Hathaway, El Tao de la Liberación: una ecología de la transformación, en varias lenguas, Vozes 2010, que mereció en USA la medalla de oro en ciencia y nueva cosmología.
Traducción de MªJosé Gavito Milano
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