fe adulta
Acabas de proclamar el manifiesto de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) y a reglón seguido dices a los que te siguen que son sal y luz.
Hemos escuchado tantas veces estas lecturas que quizás no nos estimulen, no nos pongan en pie, puede que parezca que no van con nosotros, no provocan una escucha sincera y comprometida.
¿Qué nos dices hoy desde lo alto del monte? ¿Qué nos dices hoy tecleando desde el ordenador tus palabras inquietantes: “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?
Pero estamos sosos, incluso de bajón.
¿Qué nos dices desde el ambón?: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa”.
Pero estamos apagados, no hay conexión.
¿Qué nos dices desde las periferias del mundo? Periferias que no están lejos de nadie. Que están en la puerta de al lado (esto es del Papa Francisco) o a unas pocas estaciones de metro.
Pero estamos absortos en pantallas y a la espera del “metaverso”… hasta que sepamos en qué consiste.
Si nos regalamos un espacio de soledad y silencio, si dejamos de que la palabra invada y los pensamientos nos acosen, escucharemos tu voz en lo alto, en lo interno, a la derecha, a la izquierda, eclipsando el ruido ambiental, grosero, constante, idiotizante:
- ¡Esto es una emergencia! ¡Tan ciegos estáis que no lo veis! “Vosotros sois la sal de la tierra… La luz del mundo”. ¡Despertad, que no estáis solos!
Un grano de sal es poca cosa. Una pequeña vela, también. Todo lo grande empieza en pequeño. Nos llamas a unirnos en la emergencia de un mundo dividido, de una Iglesia dividida, de cristianos que, no caminan juntos sino enfrentados o, sencillamente desinteresados.
Nos llamas a aportar lo poco que somos como sal y como luz. Un pequeño grano de sal encerrado en un salero de poco sirve; una mínima vela en la noche de este mundo poco puede iluminar. Pero millones de pequeños granos de sal y millones de pequeñas velas encendidas… sería la estabilidad armoniosa del Reino de Dios.
¿Quién dijo utopía?... ¡Atrévete a soñar, hermano! ¡Da un paso hacia delante, hermana, y haz el “poco” que tú puedes hacer!
Atrevámonos a soñar…
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