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miércoles, 26 de abril de 2017

Cuestión de principios IV

Jaime Richart, antropólogo y jurista


Un estudio de los acontecimientos españoles
El comportamiento escandalosamente felón durante años de políticos, de gobernantes y de la realeza en España, por una parte; la condescendencia de jueces y tribunales, por otra, y el endurecimiento del criterio de estos aplicado a con­ductas de ciudadanos comunes que en otros tiempos hubie­ran sido delitos de bagatela, son hechos muy graves en un país que, a estas alturas de su historia, debería estar disfru­tando otros niveles de convivencia entre el poder y el pue­blo. Y sin embargo, parece encontrarse en la fase anal de la democracia. Hechos que condicionan lo sufi­ciente la vida pública como para desear que fructifique pronto no ya un cambio de ideología sino una nueva men­talidad para enfren­tarnos a la ideología neo­liberal impe­rante en los países de corte capitalista. Esta ideología es una carcoma social, pues la privatización de todo lo que se le pone a su alcance al go­bernante es enemiga del pueblo, ya que los efectos de la en­trega de un servicio público a ma­nos privadas para su explo­tación, que es su médula es­pinal, suelen ser terribles para mi­llo­nes de personas, in­cluso sin mediar delitos en la mudanza o el trucaje.
 


España precisa un cambio de mentalidad. Más que de ideo­logía. La ideología es el conjunto de ideas que forman una tendencia, mientras que la mentalidad es una manera de in­terpretar el entorno. Puedo ser de ideología católica, pero te­ner mentalidad progresista, y entonces pensar que los curas debieran casarse… Una mentalidad avanzada y progresista anhela la justicia social, las más amplias liberta­des formales, la igualdad de la mujer respecto al hombre sin enfatizarla con cuotas, puede estar a favor del matrimonio homosexual, del aborto, de la eutanasia ac­tiva, etc, pero al mismo tiempo puede no estar a favor de la inmigración descontrolada, puede no estar obsesionada por un lenguaje que incluya nece­sariamentr el género feme­nino para alardear de len­guaje paritario, puede ser re­fractaria al mal gusto, a lo popula­chero, al bullicio, a las manifestaciones de pancarta, al igualitarismo sin más o al todo vale. Y hasta puede ser eli­tista y promover la aristocra­cia del espíritu. Incluso coinci­dir, en algunos pun­tos, con la mentalidad ultraconserva­dora. Preguntar cuánto ganas, en una sociedad como la nues­tra puede ser una impertinen­cia, mientras que en otra es saludable, pues coloquialmente esa pregunta favorece la transparencia. Cambiar los hábitos de las horas de las comi­das o cambiar la idea de que es mejor alquilar la vi­vienda que com­prarla… Todo ellos son datos que hablan de una mentali­dad o de una mentalidad cambiante.
 
La mentalidad se deja influir más por distintas maneras de pensar a la suya que la ideología. Esto sucede cuando una reli­gión monoteísta o una ideología radical no son oficia­les en el país y por tanto no ejercen una presión psicológica exce­siva en la pobla­ción. Por otra parte, la mentalidad es más apta para conci­liar opuestos y tiene me­jor disposición al cambio que la ideología. Es más, la ideología trae antago­nismo en un país como el español tan poco acostumbrado al diálogo desde el librepensamiento, al haberse pasado práctica­mente toda su historia mane­jando dogmas, y tam­bién ver­dades de granito ampliadas a lo largo de estos últi­mos cua­renta años con el dogma eco­nomicista neoliberal que afirma que todo funciona mejor desde la propiedad pri­vada. Por todo ello, puesto que el abuso de poder deviene a su vez de una mentalidad que desde muy lejos desprecia lo público y lo prostituye y puesto que la mentalidad puede ir mucho más allá que la ideología, el desafío de la sociedad bienpensante y sensitiva es forzar un cambio de mentalidad a marchas for­zadas, que asiente en España el principio de que es pre­ciso impedir que haya alguien tan rico que pueda comprar a otro y alguien tan pobre que se vea en la necesi­dad de venderse…
  

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