Andrés Brotons González
La sociedad funciona por tendencias y modas dirigidas por intereses económicos. Los gustos cambian con frecuencia. Hay quien necesita estrenar zapatos cada temporada. Otros compran ropas sólo porque están en rebajas.
Existe una cultura consumista que nos hace creer que en ello está la felicidad. A los niños se les consienten todos los caprichos, con lo cual se les educa mal. Muchos compran los últimos modelos de móviles porque con ello creen que van a ser más que los demás. Se favorece el egoísmo y la alienación humana. La publicidad se encarga de recomendarnos y hacernos desear lo que no necesitamos.
Con motivo de las fiestas patronales, locales o familiares, parece que es obligatorio “estrenar”. Hay quien pide un préstamo para celebrar una primera comunión. Y quien se compra un coche nuevo, a plazos, para ser más que su vecino, sin darse cuenta que se hace esclavo del “qué dirán”.
El afán de acaparar dinero y posesiones crea problemas, incluso a los herederos. Los ambiciosos, que se hacen ricos, también se mueren, y algunos, antes de morirse pasan por la cárcel por sinvergüenzas.
Es curioso que las fiestas de Semana Santa se valoren por los millones de euros que han producido en las respectivas ciudades. Todo se calcula con mentalidad economicista, como si el dinero fuera lo principal. Para algunos el dinero es su dios.
La doctrina social de la Iglesia nos dice que lo importante es “ser”, frente al “tener”. Hace falta mayor cultura social y humana, en la que la persona sea lo primero.
El progreso no está en poseer cada vez más, sino en saber distribuir lo que hay para que llegue equitativamente a todos.
El mismo Estado debe dar prioridad a las necesidades esenciales de las personas, buscando el bien común. Para eso debe procurar que haya una buena administración de los fondos públicos, de un modo honrado y responsable.
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