Tristezas de enero Pedro Serrano

Ya sale uno un poco tocado de las fiestas navideñas, por melancolías y querencias, como para que luego llegue enero con sus cuestas y con sus días fríos, cortos y oscuros a acabar de rematarte.

Ya sale uno bastante fastidiado del año que acaba de terminar como para que luego venga enero, mes de Jano, dios romano protector de las puertas y, al abrírnoslas al nuevo año, nos encontremos con unos políticos incapaces de formar gobierno y quién sabe si también de gobernar; con una autonomía díscola y marrullera; con empleos de todo a un euro; con más corrupción aflorando en nuestro solar patrio; con un crecimiento exponencial de la desigualdad y de la pobreza; con grandes urbes del mundo con mascarilla; con un descerebrado jugando al balón, o al despiste, con una bomba de hidrógeno; con los matarifes del ISIS en plena actividad; o con el interminable goteo de personas que se ahogan en lágrimas y en agua huyendo del hambre y de las guerras, por citar solo algunos ejemplos.

Si a todo este panorama le añadimos nuestras cuitas personales y familiares, a ver quién es el guapo que, en estos comienzos de año, no anda un poco tristón como andaba don Quijote después de sufrir la mala burla de los encantadores que habían convertido a su señora Dulcinea en una pobre aldeana. La vida es así: pocos triunfos y muchas derrotas, pocas alegrías y muchas penas. Pero reportémonos y tomemos nota del acertado y valiente consejo que Sancho da a don Quijote ante su profunda tristeza: “Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero, si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes”.

Valladolid