Tamayo: “Lo que ahora debemos hacer es ayudar al papa para que avance en este debate”
El celibato obligatorio “no es un dogma de fe y puede ser
discutido porque es una tradición eclesiástica”. El secretario de
Estado vaticano electo -toma posesión el 15 de octubre-, Pietro Parolin,
ha vuelto a poner sobre la mesa el debate acerca del celibato opcional
de los sacerdotes. ¿Cambiará Francisco la norma, que no existió durante
el primer milenio de la Iglesia, o se trata más de deseos que de la
realidad? Sacerdotes y teólogos opinan.
“Yo creo que es una buena noticia
que se pueda discutir en la Iglesia sobre cualquier cosa”, afirma el
presidente y fundador de Mensajeros de la Paz, padre Ángel García. El
sacerdote, que fue pionero a la hora de pedir que los edificios
religiosos se abrieran para comedores y centros de acogida a refugiados y
personas sin hogar -idea que Francisco ha retomado esta semana-, cree
que con Francisco “cualquier cosa es posible”.
Por su parte, el párroco de San Carlos
Borromeo (Entrevías), Javier Baeza, señaló en declaraciones a
Servimedia que todo lo que sea abrir debates y no imponer opciones
personales de conducta es saludable y positivo. “Si tenemos en cuenta
la tradición de una institución como la Iglesia católica, todo lo que
sea poder expresar opiniones es positivo, con independencia de que el
resultado final nos guste o no”, agregó Baeza.
Más crítico se mostró el teólogo Juan José Tamayo, quien calificó de
“paso importante” las manifestaciones de Parolin, aunque precisó que es
“un avance y bienvenido sea”, aunque si no se concreta en hechos
resultará “completamente insuficiente”.
“Sí es importante que la Iglesia muestre una actitud más abierta que
la que hasta ahora mantenía, aunque de momento el paso dado es muy
cortito”, afirmó Tamayo. El teólogo respaldó las afirmaciones de Parolin
sobre que el celibato no es un dogma católico (“tampoco la no
ordenación de las mujeres como sacerdotes lo es”), y precisó que ni
siquiera “forma parte de la tradición de la Iglesia”.
“Los primeros sacerdotes y obispos tenían familia y ejercían su ministerio, y en la actualidad hay curas anglicanos que se convirtieron al Catolicismo ya casados y mantienen su cargo”, agregó.
La imposición del celibato “es una tendencia” que responde a la
creencia de que “todo lo que implique materialidad es inferior a la
parte espiritual del hombre”, en vigor desde hace siglos en la Iglesia católica de occidente.
Sin embargo, “esto no estaba en el mensaje de Jesús, que nunca se lo
pidió a sus seguidores, y lo más cabal, razonable y honesto es que el
celibato sea voluntario”.
“Lo que ahora debemos hacer es ayudar al Papa para que avance en este debate”, concluyó Tamayo.
«El celibato de los sacerdotes es un tema más abierto de lo que parece», reflexionó ayer José Antonio González Montoto, párroco de San Tomás de Avilés y ex rector del Seminario de Oviedo a Javier Morán en La Nueva España.
«Las reflexiones de Parolin son muy acertadas porque ello está en el
magisterio de la Iglesia y en su ser y actuar», juzga Alberto Reigada
Campoamor, párroco de San Francisco en la Tenderina (Oviedo) y vicario
episcopal del Centro. «Lo que él plantea tiene sentido de cara al
futuro, porque no es un tema cerrado», agrega Reigada.
En efecto, así como Juan Pablo II cerró definitivamente -como
«doctrina definitiva»- la cuestión sobre el sacerdocio de las mujeres,
ni el Papa Wojtyla ni ningún Pontífice contemporáneo lo han hecho con el
celibato sacerdotal.
«Cuando yo era rector del Seminario», evoca González Montoto, «les
decía a los alumnos que se puede ser sacerdote de dos formas: o casado
en el rito oriental católico, en el que los sacerdotes pueden contraer
matrimonio, o célibe en el rito latino».
El párroco de Santo Tomás explica, asimismo, que «en el rito latino
la Iglesia pide al candidato al sacerdocio que haya recibido el don de
ser célibe, no en el sentido de renuncia, sino de disponibilidad». Sin
embargo, «el tema está abierto y hay expectación sobre él porque, además
de los curas casados en las iglesias orientales católicas, el Papa
Benedicto XVI decidió recibir en el catolicismo a sacerdotes anglicanos
que estaban casados y no les hizo renunciar a su matrimonio».
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