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miércoles, 25 de septiembre de 2024

Científicos de diversas especialidades han descubierto que todos los seres vivos nos enfrentamos, en el curso de nuestra evolución, a las llamadas «trampas evolutivas» -- Juan Torres López

 


Científicos de diversas especialidades han descubierto que todos los seres vivos nos enfrentamos, en el curso de nuestra evolución, a las llamadas «trampas evolutivas».

Estas son fenómenos, situaciones o procesos que provocan prácticas o comportamientos que influyen negativamente en el bienestar o en la seguridad de los individuos de una especie y que pueden llegar a poner en peligro su reproducción o supervivencia.

Por supuesto, eso también ha ocurrido siempre en el caso de los seres humanos. Es más, en la actualidad nos enfrentamos a trampas especialmente peligrosas porque algunas de ellas se encuentran en un estado que se podría calificar como altamente crítico, tal y como está demostrando la investigación científica.

Las más relevantes de esas trampas actuales son bien conocidas y las resumo rápidamente a continuación: pérdida de diversidad, excesiva extracción de recursos, riesgo de contagio de eventos pandémicos, alta probabilidad de bloqueos en infraestructuras y canales de suministro, impactos sobre la salud humana y el medio ambiente de compuestos y materiales sintéticos, capacidad de exterminio de algunas tecnologías muy poderosas y cada vez más autónomas, desinformación, uso de la violencia entre grupos de población o naciones, falta de respuesta al deterioro ambiental, insuficiente interacción cara a cara por la digitalización y consiguiente pérdida de acción colectiva.

La presencia y el riesgo que conllevan estas trampas los percibimos día a día. Y me atrevería a decir que esta percepción es lo que hace que tantas personas y tan frecuentemente pierdan la confianza en los seres humanos y en la posibilidad de que la vida en este planeta se lleve a cabo con justicia y en paz.

Pero es muy importante saber que esto último ocurre porque esas personas sólo han tenido conocimiento o han sido informadas del lado negativo de la cuestión.

Los mismos científicos que han detectado la existencia de esas «trampas» han descubierto que los organismos no humanos que las sufren pueden escapar de ellas o evitarlas mediante respuestas genéticas adaptativas o alguna forma de aprendizaje. Lo mismo que puede ocurrir, en nuestro caso, con los seres humanos.

En mi último libro Para que haya futuro, he tratado de mostrar que nuestra especie puede enfrentarse y superar trampas como las que he mencionado si ponemos en marcha estrategias que desarrollen nuestras capacidades cognitivas, sociales y socioecológicas.

Como han señalado también algunos científicos, las más importantes y urgentes de esas estrategias son, entre otras, reconocer las trampas como tales, utilizar nuevas métricas para conocer su auténtica naturaleza y efectos, aumentar nuestra capacidad de previsión, eliminar y reorganizar los procesos que las producen, aprender a prepararnos ante incógnitas o eventos desconocidos, actuar en diferentes niveles de la organización social, desde lo global a lo personal, y aprender a imaginar colectivamente nuevos futuros, creando narrativas e historias comunes.

Nuestro modo actual de organizar la vida social y nuestro tipo de evolución cultural no responde a esas exigencias. El individualismo, la percepción irreal de la situación en la que estamos, la imposición de relatos de interés no general, el cortoplacismo, dejarnos llevar con el único fin de garantizar el lucro privado… son, más bien, los comportamientos que producen las trampas que ponen en peligro nuestro futuro.

Esa es, sin duda, una mala noticia. Pero quedarse en ella y perder la esperanza es un error, una muestra de lamentable ignorancia. La realidad indiscutible, la otra cara, es que los seres humanos podemos cambiar nuestro modo de ser, de relacionarnos entre nosotros y de organizar nuestra convivencia y asegurarnos el sustento. No es una convicción ideológica o una preferencia personal. Nos lo dice la ciencia y se confirma, además, por una sencilla razón: viene ocurriendo así desde hace cientos de miles de años y, aunque no lo percibamos, lo seguimos haciendo, no sólo a peor sino también a mejor, constantemente.

  1. La clave para asegurarnos un futuro de buen gobierno, justicia y paz a nosotros y a las generaciones futuras es mirar a nuestro alrededor, desechar lo que nos hace daño y poner en pie las experiencias que ya están funcionando y nos proporcionan bienestar, seguridad, paz y felicidad.

Como dijo Aristóteles, la esperanza es el sueño de quien está despierto.

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