México cuenta con una gran cantidad de comunidades indígenas. Actualmente se reconocen en el país 68 pueblos indígenas y más de 300 lenguas originarias aunque para el Gobierno algunos son dialectos.
En Veracruz, Patricia, una religiosa y miembro de la “comunidad de Magdala” se dedica especialmente a trabajar con mujeres indígenas. Su compromiso se debe a que estas mujeres son doblemente maltratadas, ya que enfrentan la triple marginación por ser pobres, mujeres e indígenas.
Ellas han establecido una red de promotoras de salud apoyadas por doctoras jubiladas que comparten sus conocimientos, experiencia y tiempo, ofreciendo cuidados con medicina tradicional indígena y terapias alternativas a personas de bajos recursos, muchas veces desahuciadas por la medicina convencional.
Conociendo algunas de las necesidades concretas buscamos la manera de apoyar económicamente en algunos de los proyectos. Esta realidad, tan común en tantos lugares del mundo, no habría tenido nada de especial si un grupo de personas no nos hubiéramos involucrado desde la distancia. Sí, España está muy lejos, pero con los medios con los que contamos hoy en día, las realidades están más cerca que nunca; solo hace falta que deseemos acercarnos.
Existen muchas ONG y medios de cooperación para ayudar de unos pueblos a otros, lo que no es tan común es que nuestro primer trabajo haya sido compartir la espiritualidad, modos de orar, y otras maneras de entender la vida comunitaria.
Necesitamos alimentarnos espiritualmente para no acabar agotados y quemados como es tan común en tantos religiosos y religiosas. Hemos sido formados para darnos sin medida, quizás porque la necesidad está siempre ahí, o porque no se ha tenido en cuenta que nosotras también tenemos límites y necesidades, y que solo podemos dar de lo que tenemos. Necesitamos reservar tiempos de soledad, de oración profunda, de compartir con la comunidad para así poder volver a retomar el trabajo con ilusión renovada.
A pesar de la distancia, hemos podido compartir con esa comunidad de mujeres indígenas a través de retiros online, de tiempos de formación, de momentos de compartir por internet de manera más personal y también en comunidad. Eso ha ido fraguando una amistad, cariño, y preocupación, así como solidaridad por la situación real de estas mujeres y su entorno.
Al dar a conocer esa realidad a la comunidad, la gente fue respondiendo, sobre todo por el cariño y el respeto profundo por un ministerio que nos despierta a las mujeres de Europa a realidades que no conocíamos, por lo menos de cerca.
Desde hace unos meses formamos parte de un proyecto de ayuda a las mujeres de esta comunidad indígena que busca la manera de crear una economía sostenible y autosuficiente para sus familias, lo que les permitirá ser independientes y ofrecer un sustento a los suyos.
A través de la construcción de gallineros y la compra de gallinas ponedoras, se ha establecido una cadena que ahora, además de vender huevos, incluye la venta de pollos, lo que aumenta los ingresos y permite seguir alimentando el proyecto.
Estas mujeres que lo pasaron mal durante la pandemia podrán tener ahora una fuente de ingresos que les hará sentirse valoradas y útiles en su comunidad. Queremos apoyar a cada persona para que pueda desarrollar sus talentos y sacarles el máximo partido.
Por eso apoyaremos otras iniciativas como la de una mujer artesana que necesita una máquina de coser para confeccionar prendas bordadas y venderlas en su comunidad y otras que tienen otras capacidades a las que también deseamos apoyar.
Nos llena de alegría saber que podemos contribuir al bienestar y crecimiento de personas que tienen tanto que dar y que nos transmiten resiliencia, constancia y solidaridad.
Durante el mes de julio del 2023 quisimos conmemorar a María Magdalena pidiendo a mujeres de muy diferentes ámbitos que plasmaran con palabras, arte o música su manera de entender hoy el ministerio al que somos llamadas, siguiendo sus pasos. La variedad de testimonios fue enriquecedora, pero lo que nos cautivó y deleitó a todas fue el ritual maya que las mujeres indígenas compartieron con nosotras.
Es importante mencionar que este ritual se celebra solo en ocasiones importantes, porque es tan sagrado que no se puede convertir en algo rutinario. Es una mezcla de rito cristiano, maya y náhuatl, donde abundan los símbolos como los productos de la tierra, plantas, hierbas, flores, manteles bordados al estilo de Veracruz, símbolos cristianos, y velas.
Varias mujeres, vestidas con sus atavíos típicos, bendijeron el altar y a todas las participantes con incienso. Allí también se encontraban bastantes personas que habían acudido ese día a los servicios de salud alternativa, ya que era un día de servicio a la comunidad. También a ellos se les bendijo, deseándoles una pronta recuperación.
El texto leído desde lo más hondo del corazón, la belleza de las palabras, y la imagen de un Dios creador, sanador y liberador que se hace el encontradizo en la naturaleza, nos emocionó profundamente. La oración a los cuatro rumbos, con la explicación de que son rumbos y no puntos como les llamamos nosotros, nos abrió a horizontes sin límites propios de la mente humana, pero no del espíritu.
Entramos por un momento en otro registro, en otra dimensión. Fue un tiempo de unión profunda con unas mujeres que nos transmitieron una sabiduría ancestral, una paz y una armonía indescriptibles. Pensar que toda esta cultura y sabiduría se intentó destruir en nombre del Evangelio nos revuelve las entrañas y nos provoca un sentimiento de culpabilidad malsano.
Después tuvimos la oportunidad de compartir un rato con algunas de ellas. Nos impresionó el testimonio de una mujer que nos contó que había sido desahuciada por la medicina tradicional y sin embargo encontró la manera de curar su cáncer. Lo hizo primero a través de la medicina tradicional indígena natural, pero también perdonando a quien le había agraviado para poder así obtener una sanación completa.
¡Qué pequeñas nos sentimos ante tanta sabiduría, tanta sencillez y tanta confianza!
Al final de nuestra conversación nos hablaron del ‘Temazcal’, que es mucho más que un baño de vapor. Lo describieron como la entrada a un lugar sagrado, un retorno al vientre de la madre, acompañadas de las personas de la comunidad para una purificación de cuerpo y espíritu. Es un espacio en el que se comparte la palabra, se escucha el silencio y en donde se intercambian sentimientos. Unas piedras, conocidas como ‘las abuelas’, calentadas al rojo vivo previamente, generan el vapor al verterse en ellas las infusiones medicinales que ayudan a la sanación de quienes allí se encuentran.
¡Cuánto necesitamos estos espacios de sanación profunda donde el dolor, la frustración, el maltrato, se deshagan para dar lugar a una vida sana y feliz! ¡Gracias mujeres indígenas por compartir con nosotras su sabiduría ancestral!
Carmen Notario, SFCC
https://www.globalsistersreport.org/es/columnas/lazos-de-sororidad
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