Esperábamos la publicación de la Exhortación Laudate Deum -sobre la crisis climática-, anunciada hace unos días por Francisco. Acompañó el inicio del Sínodo de la sinodalidad. Es un buen presagio que invita a la iglesia a mirar la realidad actual, llamar las cosas por su nombre y pedir cambios reales y prontos. La exhortación consta de 73 numerales y 6 apartados. Los cinco primeros son dirigidos a todas las personas de “buena voluntad” y, el último apartado, a los creyentes (las motivaciones espirituales). El lenguaje es claro, directo, dando nombre a los responsables de tal crisis. Al ser un documento corto, será fácil apropiarse de él. Sin embargo, quiero hacer algunos subrayados que pueden ayudar a tenerlos más en cuenta.
En la introducción Francisco constata que pasados ocho años de la publicación de la Encíclica Laudato si, no se ven reacciones suficientes para afrontar la crisis climática. Yo me pregunto si a nivel eclesial hubo suficiente recepción de dicha encíclica. Se han dado algunas acciones y movimientos eclesiales, pero a nivel del pueblo de Dios en general, no me parece que se haya avanzado demasiado. Ojalá esta exhortación tenga mayor recepción. Una afirmación importante que se hace en la introducción se refiere a lo que dijeron los obispos de África sobre el cambio climático: “es un impactante ejemplo de pecado estructural” (n. 3).
El primer apartado muestra cómo no se puede negar la urgencia de afrontar el cambio climático. Algunos pretender negar, esconder, disimular o relativizar los signos del cambio climático pero los fenómenos que vivimos, muestran la evidencia irrefutable. Algo muy importante de este apartado es la línea que atraviesa las reflexiones del pontífice, es decir, su defensa de los pobres. En esta ocasión señala que “no falta quienes responsabilizan a los pobres porque tienen muchos hijos (…) como siempre, pareciera que la culpa es de los pobres. Pero la realidad es que un bajo porcentaje más rico del planeta contamina más que el 50% más pobre de toda la población mundial y que la emisión per cápita de los países más ricos es muchas veces mayor que la de los más pobres. ¿Cómo olvidar que África, que alberga más de la mitad de los más pobres del planeta, es responsable de una mínima parte de las emisiones históricas?” (n. 9). Añade que otra excusa es que al pretender mitigar el cambio climático se van a reducir los puestos de trabajo. El papa exhorta a los políticos y empresarios que se ocupen de gestionar esa transición la cual no lleva a esa consecuencia si lo hacen bien (n. 10).
Este apartado sigue describiendo los cambios que se han dado y la urgencia de responder a ellos. Pero, con voz profética, denuncia cómo la crisis climática “no es un asunto que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda” (n.13). Y aprovecha para decir que “ciertas opiniones despectivas y poco racionales se encuentran incluso dentro de la Iglesia católica” (n.14).
Sobre el paradigma tecnocrático, tema del segundo apartado, recuerda lo que ya había dicho en la Laudato si (n. 107): “En el fondo consiste en pensar como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. Como lógica consecuencia, de aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos” (n.20). Para Francisco “el mayor problema es la ideología que subyace a una obsesión: acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad humana es un mero recurso a su servicio” (n. 22). Y, más grave aún: “¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad” (n.23). Para contrarrestar este peligro de un poder tan peligroso, no podemos olvidar que “el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada. Ni siquiera podemos decir que la naturaleza es un mero ‘marco’ donde desarrollamos nuestra vida y nuestros proyectos, porque estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados de manera que el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro” (n. 25). En este sentido, las culturas indígenas pueden enseñarnos de esa interacción del ser humano con el ambiente (n. 27). Por tanto, es indispensable “repensar la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites” (n. 28).
Con seguridad esta exhortación va a molestar a más de una persona (o gobierno) porque Francisco no habla en abstracto. Se refiere a lo que continuamente está pasando en tantas partes del mundo: se llega a las poblaciones, se les hace creer que todo será mejor para ellos y lo que en realidad sucederá es que pasado el tiempo de explotación de esos recursos naturales, aquel territorio quedará arrasado, con condiciones más desfavorables para vivir y prosperar, territorios menos habitables para sus pobladores (n. 29). Esa “lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad (…) a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos (n. 31).
En el tercer apartado sigue llamando por su nombre a los responsables de la crisis climática. Se refiere a la “debilidad de la política internacional”. Francisco plantea la necesidad de organizaciones mundiales más eficaces dotadas de autoridad (real) para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria y la defensa cierta de los derechos humanos elementales. Son necesarios acuerdos multilaterales entre todos los Estados que no dependan de las circunstancias políticas cambiantes o de los intereses de unos pocos (n. 34-35). En este sentido, pide reconocer el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil que “ayudan a paliar las debilidades de la comunidad internacional” (n. 37) pero, la realidad actual exige “un marco diferente de cooperación efectiva. No basta pensar en los equilibrios de poder sino también en la necesidad de dar respuesta a los nuevos desafíos y de reaccionar con mecanismos globales ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales y al cuidado de la casa común (n. 42). Urge el surgimiento de instituciones que preserven los derechos de todos y no solo de los más fuertes (n. 43).
A las conferencias sobre el clima dedica el cuarto apartado mostrando la ineficacia de sus decisiones porque “evidentemente, no se cumplen” (n. 44). Las diferentes conferencias que se han dado, ratifican algunas políticas, pero a la larga no hay sanciones para el incumplimiento de lo acordado ni instrumentos eficaces para asegurarlos (n. 47). En definitiva, “los acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos (…) También que las negociaciones internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global (n. 52).
El quinto apartado lo dedica a responder a la pregunta sobre lo que se espera de la COP28 de Dubái que se realizará en el próximo mes de diciembre. Francisco no se atreve a afirmar que no sucederá nada porque eso sería un acto suicida exponiendo “a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los peores impactos del cambio climático” (n. 53). Por eso “no podemos dejar de soñar que esta COP28 dé lugar a una marcada aceleración de la transición energética, con compromiso efectivos y susceptibles de un monitoreo permanente” (n. 54). Para Francisco es “imprescindible insistir en que buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial (…) Suponer que cualquier problema futuro podrá ser resuelto con nuevas intervenciones técnicas es un pragmatismo homicida” (n. 57).
Muy importante es la afirmación que hace la exhortación sobre “las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, ‘verde’, romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos” (n. 58). Además, valora los grupos que ejercen presión sobre el tema y que algunos critican como “radicalizados”. En realidad, esos grupos cubren el vacío de la sociedad que debería ser la que ejerza “presión” para garantizar el futuro de sus hijos (n. 58). La COP28 tendrá sentido si es capaz de proponer transiciones energéticas que sean eficientes, obligatorias y puedan monitorearse (n. 59).
Finalmente, el apartado sexto, se dirige a los fieles católicos y a todos los creyentes de otras religiones, recordándoles que “la fe auténtica no sólo da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado” (n. 61). Francisco recuerda como la Biblia señala esa relación con la tierra y la responsabilidad del ser humano con ella (n. 62). Jesús también muestra su conexión con la creación (n.64) y por su resurrección toda la creación participa también de ella, conduciéndola a su plenitud (n. 65).
Muy importante es la actualización que debe darse de la cosmovisión judeocristiana para estos tiempos. Si esta defiende el valor peculiar y central del ser humano en el concierto de la creación, hoy es necesario reconocer un ‘antropocentrismo situado’, es decir, reconocer que “la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas, porque todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (n. 67).
Hemos de emprender “un camino de reconciliación con el mundo que nos alberga” (n. 69) porque el cuidado de la casa común “tiene que ver con la dignidad personal y con los grandes valores” (n. 69). Esto no significa que no sean necesarias las grandes decisiones en la política nacional e internacional. No obstante, los esfuerzos individuales son necesarios y todo esfuerzo por reducir la contaminación ayuda a crear una nueva cultura (n. 71), tan necesaria para asegurar que los cambios sean duraderos (n. 70).
La exhortación termina señalando que, si “las emisiones per cápita en Estados Unidos son alrededor del doble de las de un habitante de China y cerca de siete veces más respecto a la media de los países más pobres, podemos afirmar que un cambio generalizado en el estilo de vida irresponsable ligado al modelo occidental tendría un impacto significativo a largo plazo. Así junto con las indispensables decisiones políticas, estaríamos en la senda del cuidado mutuo” (n.72). Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para si mismo” (n. 73).
En resumen, esta exhortación aborda nuevamente el cambio climático, mostrando como la fe cristiana tiene consecuencias sociales inherentes a ella que hemos de tomar con toda responsabilidad. Es necesario el compromiso individual y, sobre todo, seguir presionando para que las políticas internacionales den respuestas efectivas para el cuidado de nuestra casa común. Esto responde al querer de Dios, garantizando la vida de la humanidad, especialmente, la de los más pobres.
Olga Consuelo Vélez Caro
Atrio
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