«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis vuestro pecado persiste»
Necesitamos luz para vivir, pero la luz que desprende el evangelio ha dejado de tener para nosotros el brillo que siempre tuvo para los cristianos. Y esto supone un riesgo, y es caminar en la penumbra pensando que estamos caminando a plena luz del día. Juan nos dice en su prólogo solemne que «la Palabra es la luz verdadera que alumbra a todo hombre», pero nosotros no terminamos de creerlo, y preferimos dejarnos alumbrar, también, por otras luces que quizá nos dan más confianza que la de aquel carpintero de la antigua Nazaret a quien decimos seguir.
Y no es de extrañar que esto ocurra, porque lo de Jesús tiene muy poco que ver con la lógica y mucho con la fe. Para seguirle de verdad es necesario creer seriamente en él, pero hoy no está de moda creer; no está de moda fiarse de alguien hasta el punto de que esa fe nos condicione la vida. Pudo estar bien en otro tiempo, cuando la gente no tenía ni nuestra cultura ni nuestro conocimiento, pero a estas alturas de la historia tenemos criterio suficiente para cuestionar, y en su caso rechazar, lo que no vaya con nuestra idiosincrasia o nuestra forma de concebir la vida.
Nos hemos habituado a confiar más en nuestra razón que en nuestra fe, y si lo que dice la Palabra nos parece razonable, lo aceptamos; y si no, no. Si no afecta mucho a los criterios que hoy reinan en el mundo, lo aceptamos; y si no, no… Presumimos de interpretar los textos evangélicos a la luz de la exégesis, pero en muchas ocasiones los interpretamos a la luz de nuestra cultura consumista y “bienestarista” del siglo veintiuno. Esto significa que nos hemos adueñado de la Palabra para que diga lo que nos gustaría que dijese; que hemos puesto a Dios a nuestro servicio para reafirmarnos en nuestra luz… que quizá no sea luz, sino tinieblas.
Pero hay más. Decía Ruiz de Galarreta que es cristiano «quien escucha la palabra y responde a ella», es decir, que no basta con escuchar; que es necesario responder. Y aquí tenemos otra piedra de toque que nos hace dudar de si la luz que ilumina nuestra vida es la luz de Jesús, porque da la impresión de que estamos olvidando el verbo “hacer” —protagonista destacado de todo el evangelio— y lo estamos sustituyendo por el verbo “teorizar”: «Anda, y haz tú lo mismo», le dijo Jesús a aquel fariseo perdido en intelectualismos estériles que pretendía tentarle.
No se trata de pensar bien, o de conocer la exégesis más moderna e independiente, o de elucubrar sobre modelos metafísicos cultísimos, o de descalificar la fe de quienes no piensan como nosotros, o de criticar los errores y pecados de quienes mandan en la Iglesia. No. De lo que se trata, a la luz de la Palabra, es de dar fruto.
Y si no damos fruto; si nuestra vida de cristianos no se diferencia en nada de quienes no han aceptado el compromiso de trabajar (del verbo trabajar) por el Reino… ¿podemos pensar que no caminamos en tinieblas?... ¿Quién nos dice que no nos estamos perdiendo la buena Noticia sin enterarnos de que nos la estamos perdiendo?
¿A qué luz me arrimo para caminar por la vida? ¿De quién me fío? ¿Quién me da más confianza?: ¿Jesús… mi razón… mi psique...?
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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