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jueves, 2 de marzo de 2023

LA IGLESIA MISIONERA NECESARIA


col otalora

 

Si hubiese que sintetizar qué comunidad -iglesia- necesitamos, la respuesta sería la misma que en los albores del siglo I: una Iglesia que tome el amor por bandera y con un marcado acento misionero entendido como vivencia, sin diferenciar lugares con mayor o menor presencia católica, es decir, universal, comenzando por nuestras actitudes.

La crisis religiosa que vivimos aquí, nos está obligando a una revisión del modelo de vida cristiano; aquél espíritu pensado para el Tercer Mundo que pervive en nuestras misiones diocesanas, debe ampliarse a un Primer Mundo necesitado de urgente re-evangelización misionera ante la realidad de que nuestra sociedad está dejando de ser referencia evangélica, convertida en el ejemplo de paraíso opulento que da la espalda al mensaje del Resucitado.

Una Iglesia de Cristo que quiere ser reconocida por sus hechos de amor y cuida de ser la primera en aplicarse su propia medicina, necesita trabajar la imagen borrosa que está quedando de sí misma. Las ideas se malean y hay que reafirmarlas; las actitudes y las prácticas se desvalorizan y hay que transformarlas. Estamos enfermos de materialismo consumista y apenas somos reconocidos como portadores de buenas noticias que cautivan el corazón humano; hemos perdido buena parte de la radicalidad del amor evangélico lo que nos convierte en un objetivo misional preferente ¿Qué hacer? Aunque nuestra teología es excelente, sin obras no sirve. Todo pasa, pues, por la recuperación de prácticas que nos hagan revivir el espíritu misionero siendo luz para otros:

* Una práctica religiosa adulta. Vivir para amar es lo primero, lo esencial. Amor como entrega y denuncia de situaciones que tanto hacen sufrir a una mayoría. Nos tiene paralizados con el mantra de que esto no es religión sino hacer política.

* Una práctica mejor vivida de la Eucaristía: acción de gracias siempre y mejor actitud comunitaria. ¿Celebramos algo con la actitud individualista y gregaria que sigue recordando el cumplimiento dominical del “cumplo y miento”?

* Una mayor y mejor participación del laico y de la mujer. Es preciso desarrollar el Concilio Vaticano II, sin integrismos clericalistas que tanto condicionan la vida eclesial ¿Por qué en la jerarquía no pueden entrar mujeres, ni teólogos o teólogas laicos? Esperemos que el desarrollo de la Sinodalidad abra puertas y ventanas…

* Una práctica evangélica centrada en el ejemplo de las actitudes más que en las ideas o, peor aún, frente a otras ideas. Necesitamos una jerarquía que escuche y que acoja con humildad y misericordia, alejada del dogmatismo, la cerrazón y las imposiciones. Iglesia de pastores, no de jefes.

* Si queremos comunicar mejor el atractivo del seguimiento evangélico, su poder liberador y sanador de transformación a nuestro alrededor por medio del amor, es preciso un cambio de rumbo en la institución eclesial… El budismo está de moda porque ha calado su poder liberador.

* Apostar por ser luz del mundo implica que todo lo malo no está fuera de la Iglesia. Menos juzgar la paja ajena y más autocrítica. Menos condenas y más actitud evangélica en temas como la pederastia, con resistencias a colaborar con la justicia alejadas del Evangelio y del Código Penal: llevemos a la práctica los mensajes de la oveja descarriada, el buen pastor, el hijo pródigo, el publicano, la adúltera, la cananea, el centurión romano… No el de las autoridades religiosas que condenaron a Jesús

* Seamos consecuentes: a las Iglesias nos une mucho más que lo que nos divide. Incluso entre los católicos tenemos zanjas por falta de diálogo sincero y autocrítica.

* Practicar mucho más la esperanza y la confianza en Dios: el “sólo Dios basta” de Santa Teresa. Sería un gran paso para que abandonemos lo ostentoso y palaciego que sintetiza el Estado vaticano, y recomenzar una vida cristiana apoyados en la fuerza del Espíritu Santo.

Creo que, en demasiadas ocasiones, lo esencial no es lo que ocupa los mejores esfuerzos. Estamos cómodos así, no viviendo creíblemente el Evangelio. Pero la realidad nos ha puesto en el siguiente dilema: o la Iglesia toda nos ponemos manos a la obra sin clericalismos ni pasividades en clave de verdadero espíritu misionero, o seguiremos perdiendo credibilidad evangélica encerrados en nosotros mismos, a la espera soberbia de que los demás sean quienes cambien primero, que es exactamente lo contrario de la misión que nos encomendó Cristo.

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