fe adulta
La pregunta central es esta: ¿cómo podemos llegar a comprender lo que realmente somos y, de ese modo, a la liberación de la ignorancia y a la experiencia de la plenitud (que las religiones llamaban “salvación”)?
Como quedó insinuado en la primera parte, me parece que podemos estar de acuerdo en que solo hay dos modos de acercarnos a la realidad no material: uno es el camino de las creencias, el otro es el camino de la comprensión experiencial.
Ahora bien, la creencia es solo un constructo mental que, en algún momento hemos recibido, de una forma u otra y al que nos hemos adherido. Es precisamente la adhesión personal la que convierte un pensamiento en una creencia, hasta el punto de otorgarle un estatus de hecho. Pero, mirando con atención, descubrimos que una creencia es siempre un conocimiento de segunda mano.
La comprensión, por el contrario, nace de más allá de la mente, aunque posteriormente se tematice conceptualmente, es decir, se plasme un “mapa” mental. La comprensión -que no es un mero entender, ni tampoco una “doctrina secreta” o esotérica reservada al círculo de los “elegidos”- puede darse de manera gratuita y sorpresiva o puede ser fruto de la indagación y experimentación. En cualquier caso, se produce en el silencio de la mente y la suspensión del pensamiento. Comprender equivale a “ver”.
En la comprensión de lo que somos se ventila absolutamente todo lo demás. Sin ella, permanecemos en la ignorancia, la confusión y el sufrimiento. Gracias a ella, reconocemos ser lo que somos y eso transforma de manera radical y liberadora nuestro modo de ver, de actuar y de vivir. Quien comprende, es en profundidad.
Este es el camino espiritual: el camino que conduce a la comprensión, y que se halla al alcance de todo ser humano que quiera comprometerse honestamente en la búsqueda de la verdad. Lo que suele suceder es que, dado que a la mente se le escapa lo que es la “comprensión” -porque trasciende la mirada mental y requiere activar la mirada espiritual-, la confunde, la trivializa y, con frecuencia, la ridiculiza. Lo cual también suele ser tan frecuente entre los humanos como la tendencia a etiquetar: ridiculizar lo que se desconoce.
La espiritualidad genuina no es una creencia gnóstica ni adolece de aquellos rasgos gnósticos que he mencionado. Es un camino humilde que no tiene otra pretensión que la de buscar -y ayudar a buscar- apasionadamente la verdad, a través de propuestas o pautas que han sido desarrolladas por las grandes tradiciones sapienciales de la humanidad a lo largo de su historia. Sin embargo, todo ese bagaje ancestral no se asume en ningún momento como una “creencia”, sino como una oferta e invitación a indagar por uno mismo.
Más allá de etiquetas y de contenidos que han podido asociarse a ese término, espiritualidad es, a la vez, nuestra dimensión de profundidad y el camino que nos permite a todos, más allá de creencias de un tipo u otro, volver a casa, comprender y experimentar la plenitud que somos.
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