En octubre de 2022 entró en vigor en el Estado español la “Ley Orgánica de garantía de la libertad sexual”, más conocida como “ley del solo sí es sí”. En ella, todo acto sexual sin consentimiento pasa a ser considerado delito de agresión sexual, eliminando la figura del mero “abuso”. La ley incluye todas las violencias ejercidas contra la mujer por el hecho de serlo. Refuerza las medidas de protección a las víctimas, en particular a la mujer, y se establecen medidas de protección especial para las niñas y niños. Adopta medidas de lucha contra el negocio de la prostitución. Pone el énfasis en la educación afectivo-sexual y en la efectiva igualdad de derechos, recursos y oportunidades de todas las personas independientemente de su identidad de género.
Una ley necesaria, y creo que muy acertada en su filosofía de fondo y en su articulado concreto. Una ley aprobada por una amplia mayoría del Congreso español. Una ley celebrada con práctica unanimidad por las víctimas de toda clase de violencia sexual, en particular por las mujeres, hasta que… Hasta que algunos condenados de acuerdo con la ley anterior empezaron a ver reducidas las penas o incluso a abandonar la cárcel, aprovechando un resquicio (¿inadvertido?, ¿inoportuno?) presente en la nueva ley. Y cundió la “alarma social”, torticeramente provocada o jaleada por la derecha política con todos los medios a su alcance. No le importa defender a las víctimas, sino desgastar al Gobierno de la izquierda social. La rebaja de las penas de cárcel no es más que un pretexto y una burda manipulación de las víctimas –y de los victimarios– en nombre de la justicia. Y van camino de lograr su bajo propósito.
Hay razones para estar preocupado. Como tantos ciudadanos de a pie, miro perplejo cómo unos jueces rebajan las penas y cómo otros, en casos idénticos o análogos, no lo hacen, y no puedo dejar de preguntarme: ¿será que la ley es tan torpe o será que los jueces no son tan imparciales? Tampoco acierto a ver cuál sería la mejor forma de retocar o de reformar la ley, ni siquiera estoy de la necesidad de ningún toque o reforma, salvo que sea para no proporcionar armas o argumentos a la oposición. Mientras tanto, saltan a la vista los conflictos de intereses partidistas – evidentes incluso en el seno del Gobierno de coalición, para desengaño de sus votantes, regocijo de la derecha y perjuicio del bien común de la mayoría de la gente– en esta múltiple precampaña electoral en marcha.
Sin embargo, dejo de lado todo ello, y propongo una reflexión de fondo sobre el sentido mismo de la cárcel en relación con la víctima y en relación con el victimario. Lo hago porque la alarma social y el debate político giran justamente en torno a la rebaja de las penas de cárcel. Y me pregunto: ¿quién gana qué con que un agresor sexual –así sea el violador más violento y reincidente– pase dos años o cinco o diez o veinte o los que fueren encerrado en una cárcel?
¿Gana algo la víctima? ¿Acaso se aliviarán o sanarán sus terribles heridas porque su agresor esté encarcelado? “Al menos estará segura de que no la volverá a agredir mientras se encuentre en la cárcel”, se dice, y es verdad, pero solo a medias. Sería verdad del todo si la cárcel fuera la única manera de garantizar razonablemente la seguridad de la víctima actual y de otras víctimas potenciales, y si el agresor pasara toda su vida en prisión. La persona agredida, actual o potencial, ha de ser sin duda la primera en ser cuidada y el primer criterio de todas las medidas a adoptar. Pero no puedo creer que una humanidad que invierte sumas tan colosales en inteligencia artificial y en armamentos tan sofisticados no pueda aplicar medidas para garantizar la seguridad de manera más eficiente y humana que una cárcel. Pensar lo contrario significaría renegar de la fe en la humanidad, en su inteligencia, en su sensibilidad, en el aliento vital que le habita y mueve.
¿Gana algo el agresor con pasar los días y los años en una cárcel inhalando sin cesar adrenalina, desesperación y desprecio? Pero ¿acaso ha de ganar algo? ¿No ha de perder más bien, y perderlo todo: su dignidad, sus derechos, su libertad, su vida presente y futura? ¿No es la cárcel el castigo merecido para expiar su culpa? No, no lo es. Castigo, expiación, culpa… son viejas categorías propias de hace muchos milenios, cuando se creía en el libre albedrío no condicionado y en la culpa y en la expiación religioso-metafísica del mal cometido por medio del castigo o del sufrimiento. Son categorías que ya no tienen sentido. Todas las ciencias y la filosofía y la espiritualidad nos descubren que no somos libres, sino que estamos llamados a serlo, que nadie hace el mal por ser libre de verdad, sino por no serlo. Así, en la filosofía del derecho de los últimos 200 años, la cárcel ha dejado de tener sentido punitivo, es decir, ya no vale ni se justifica como castigo por el crimen cometido, por el daño infligido. ¿Qué sentido tiene, pues, la cárcel? La Constitución Española lo dice claramente: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social” (Art. 25,2). Así pues, la finalidad de la cárcel no es castigar al delincuente o criminal, sino curarlo y humanizarlo.
¿Pero cree alguien que el modelo actual de cárcel sirve de verdad para reeducar, rehabilitar y reinsertar al agresor sexual o al delincuente en general? Todos los estudios del mundo dicen que no. Debieran considerarlo atentamente quienes tanto se alarman de que un preso salga de la cárcel o vea reducida su pena. Y debiéramos preguntarnos muy seriamente: ¿hay razón para alarmarse cuando una ley –como es el caso en la ley de la que hablo– dispone reducir (mínimamente, la verdad) las penas de cárcel para priorizar otras medidas más sanadoras y salvadoras, más humanas y humanizadoras? ¿A quién benefician el castigo y la alarma? ¿No debiéramos alarmarnos más bien por la funesta carencia de medidas personales y sociales que podrían contribuir a curar y reparar de verdad a las víctimas, a liberar y socializar al victimario, a humanizar a toda la sociedad?
No sé si es un sueño despierto, pero sueño que llegue el día en que ninguna persona agredida necesite que se encarcele al agresor para curar su herida, recuperar su autoestima, reparar su dignidad. Sueño el día en que nadie sea víctima de sus pulsiones físicas, sus heridas psicológicas y sus errores mentales hasta el punto de agredir a otra persona, usarla para su propio placer y dejarla tirada. Sueño el día en que nadie se alarme porque se rebajan o se eliminan las penas de cárcel, el día en que nadie, por ningún motivo, salga a la calle para gritar más castigo y venganza.
No sé si será una ensoñación, pero creo firmemente que esa posibilidad está inscrita en lo más profundo de nuestro ADN personal y colectivo, y que podemos hacerla realidad, que podemos hacer de nuestra especie una especie más humana y feliz, si de verdad lo queremos y si aplicamos, personal e institucionalmente, todas las medidas a nuestro alcance: la ciencia, la educación, la economía, la política. Entonces habrá merecido la pena que hace 300.000 años hubiera surgido el Homo Sapiens. Entonces habremos llegado a ser sabios y humanos, humanos espirituales en la comunidad de los vivientes.
José Arregi
Aizarna, 11 de febrero de 2023
www.josearregi.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario