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jueves, 29 de septiembre de 2022

CON IRONÍA Y SIN RESPETO, JESÚS HABLA DEL DINERO

 

col ruz

 

A propósito de  Lc 16,1-13*

Enraizada en la tradición literaria oriental, no resulta sencillo definir lo que es una parábola; baste mencionar que las parábolas de Jesús de Nazaret son relatos de asunto socioeconómico —sólo tres de contenido religioso por contraposición a lo profano: Lc 12,16-21; 16,19-31; 18,9-14—, de estructura abierta y, por consiguiente, orientadas a provocar una reflexión en el oyente a partir de un efecto de choque producido por elementos narrativos insólitos y que invitan a cerrar el relato con una toma de posición personal.

En algunas parábolas, el efecto de choque no se advierte en una primera lectura: es preciso, entonces, redescubrirlo haciendo uso del conocimiento de la Palestina del primer tercio del siglo I —y, en general, del mundo mediterráneo de entonces— para conseguir una mejor aproximación al medio socioeconómico y religioso donde Jesús desarrolla la praxis del Reino de Dios. En otras parábolas —tal esta—el efecto de choque es tan evidente, más aún tan incómodo para la sensibilidad actual, que ha generado esfuerzos de muchos estudiosos del Nuevo Testamento y de otros tantos predicadores por suavizar ora el lenguaje, ora el mismísimo contenido de las palabras que, hoy como ayer, fastidian y provocan rechazo a algunos oyentes del Galileo.

El contexto del relato es uno de los tantos latifundios que se han generado en Galilea merced a que la voluntad de Yahvé de que no hubiese pobres en Israel, expresada en la remisión de las deudas cada siete años (Dt 15,1-11) y en el retorno de la propiedad a su dueño original en el Año Jubilar (Lv 25,1-55), se ha convertido, para entonces, en papel mojado. Y es que, desde el siglo II a.C., existe en Israel un proceso de acaparamiento de tierras que llega a su clímax durante la ocupación romana.

Dos son las causas principales de este fenómeno: la carga impositiva de las diferentes administraciones de ocupación que acaban por llevar a los pequeños agricultores a la enajenación de sus propiedades, y las reorganizaciones territoriales derivadas de los cambios políticos que ocasionan la migración y, por lo tanto, al abandono o venta de la tierra. Añádase que, desde Herodes el Grande, los gobernantes de Israel se consideran propietarios de la tierra —muy en contra de lo expresado en la Escritura como palabra de Yahvé: «La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y ustedes son forasteros y huéspedes en mi tierra.» (Lv 17,23)— y disponen de ella en favor de un pequeño grupo de privilegiados. Esta contradicción con el Libro Santo se hace más aguda en la alta Galilea, alrededor del Lago de Genesaret, donde están las tierras más fértiles y productivas: justamente allí y en tiempos de Jesús, Herodes Antipas fomenta todavía más los latifundios.

Ahora bien, siendo la economía de Palestina eminentemente agrícola, como la de todos los países de la cuenca del Mediterráneo del primer tercio del siglo I, la tierra es la base de la economía, de donde su acaparamiento equivale a la acumulación de la riqueza en forma de lo que podría llamarse, dado el tamaño de las propiedades, empresas agropecuarias. Estas combinan la producción de cereales con la vid y el olivo, a más de fruta, hortalizas, madera, y el muy codiciado bálsamo, base de perfumes y medicamentos. Los prósperos propietarios suelen dedicarse a viajar dejando la marcha del negocio en manos de un administrador.

Pues bien, resulta que el administrador de la parábola que Jesús narra ha manejado el negocio a su antojo y, desde luego, lucrando, hasta que el propietario, enterado de sus fechorías, le pone un hasta aquí. Tal es el poder del administrador entonces que, de prisa, falsifica la contabilidad a costa de los bienes del dueño y en beneficio suyo. Y aunque se ha pretendido que las rebajas a las deudas se dedujesen de las ganancias del propio administrador por ser cosa común que los tales administradores ampliasen el margen de los beneficios para su bolsillo, François Bovon opina que: "la 'injusticia' del ecónomo, no consistió únicamente en dilapidar los bienes del dueño, sino también en falsificar los 'documentos', pagarés o contratos de arrendamiento [como un] 'hijo de este tiempo' y no [como] un ecónomo que, tras una debilidad (la dilapidación) se arrepiente y obra honestamente" (así en El evangelio según San Lucas III, Salamanca 2004).

Entonces el sinvergüenza viene a ser alabado por su patrón, cosa insólita pero factible si se toma en cuenta que la alabanza no es de manera absoluta sino por la inteligencia con que actúa: desde su perspectiva de latifundista el dueño admira y se inclina ante la clase de su administrador, quizá por lo mucho que se le parece.

Ahora bien, ¿qué relación puede haber entre esta historia de rufianes y el Reino de Dios? Lo más probable es que la respuesta haya que buscarla en el colofón de la parábola: «Yo les digo: Háganse amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, los reciban en las eternas moradas», donde "dinero injusto" viene expresado con el término mamona, que aparece en el Nuevo Testamento únicamente en las palabras de Jesús (Mt 6,25 y par.; Lc 16,9). De origen incierto, mamon/a viene mencionado en la versión griega del Antiguo Testamento, en algunos textos extra bíblicos y en la Misná y el Talmud, y acaba siendo "asociado frecuentemente con la adquisición no honrada de bienes o con el afán de obtener ganancias por medios engañosos y fraudulentos, [y también] aparece personificado como un poder que se halla en conflicto con lo que Dios exige al hombre" (así H. Balz, G. Schneider, Diccionario exegético del Nuevo Testamento, Salamanca 2001).

Es así que Jesús de Nazaret con esta parábola —en la que se advierte la ironía del Maestro en relación con la economía de su tiempo y, particularmente, con la acumulación de la riqueza derivada de los latifundios a la que no respeta en lo más mínimo— pone a los suyos en la disyuntiva de someterse a mamon/a y a su dinámica de corruptelas, o de aceptar la dimensión de autonomía y libertad del Reino de Dios que, en más de un caso, habrá de suponer una redistribución del dinero injusto: como propone François Bovon (op. cit.): "Hacer dones con él es el único sistema de blanqueo del dinero sucio..."

 

José Rafael Ruz Villamil

YUCATÁN (MÉXICO)

ECLESALIA, 26/09/22

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