Traducción de Mª José Gavito Milano
*Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor, ha publicado: Brasil: concluir la refundación o prolongar la dependencia, Vozes 2018.
En la misa de Pascua se canta uno de los himnos más bellos del gregoriano, en el cual se dice: “la muerte y la vida se enfrentaron en un duelo” (mors et vita duello conflixere mirando). Y se termina: “el señor de la vida, reina vivo” (dux vitae, regnat vivus).
Refiero este texto litúrgico como metáfora de lo que va a realizarse en las próximas elecciones: un plebiscito en el cual se libra efectivamente un duelo político entre dos proyectos de Brasil y dos modelos de presidente. Un proyecto tiene como representante y promotor a un presidente claramente aliado al dominio de la muerte. No lo digo yo, lo afirma una de las inteligencias jurídicas más brillantes de nuestros país, exgobernador de Río Grande del Sur, exministro de justicia, Tarso Genro:
“Para Jair Bolsonaro no hay adversarios, sólo hay enemigos a ser abatidos por las armas. ¿Cómo un político que defende la ejecución de sospechosos, el fusilamiento de “30 mil compatriotas”, el asesinato de un presidente pacífico y democrático, la tortura como método inquisitorial, el fin de la democracia política, que sostiene que el error de la dictadura no fue torturar, sino que fue “no matar”, que explicita públicamente su admiración por Hitler y se burla de la tortura sufrida por una mujer digna –que estaba siendo retirada de la presidencia–, cómo este político fue cobardemente naturalizado por el “establishment” neoliberal y por las grandes cadenas de comunicación, después de haber cometido y repetido muchos crímenes bárbaros y de haber hecho una consciente propaganda genocida contra la vacunación?”
Aquí queda claro un proyecto de muerte que, en el caso de que Bolsonaro sea reelegido, lo llevará a cabo. Es el dominio de la necrofilia, de la promoción de la muerte y sus derivados, como el odio y la mentira.
En el otro lado del duelo hay otro representante, Luis Inácio Lula da Silva. No quiero ser maniqueísta que sólo considera el bien de un lado y el mal del otro. El bien y el mal se mezclan. Pero hay que reconocer que en Lula el bien alcanza más expresión. Presenta un proyecto cuya centralidad reside en la vida, empezando por los que menos vida tienen: los treinta millones de hambrientos, los 110 millones con insuficiencia alimentaria, los millones de desempleados o subempleados, los trabajadores y los pensionistas que han visto disminuir sus derechos, con el salario mínimo congelado.
Para resumir, lo primero que hay que hacer es garantizar los mínimos: comida, salud, trabajo, educación, casa, tierra para producir alimentos para el pueblo, seguridad y oportunidad para aquellos que históricamente son los descendientes de la senzala (el 54% de la población), que puedan acceder a la enseñanza superior, universitaria o técnica. Gobernar es cuidar de todos, pero siempre a partir de los humillados y ofendidos. La inspiración viene de Gandhi que decía: hacer política es tener un gesto amoroso para con el pueblo y cuidar de las cosas comunes. O en las palabras del Papa Francisco en su Fratelli tutti: la política tiene que ser hecha con ternura “que es el amor hecho próximo y concreto, un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos y a las manos” (n.196). Es el reino de la biofilia, del amor a la vida.
Estos dos proyectos, como en un duelo, se están enfrentando en esta elección. Toca a los ciudadanos hacer su discernimiento: em definitiva, ¿qué país queremos? ¿Qué presidente es más portador de vida, de medios de vida, de esperanza y de gusto de vivir? No somos piedras que solamente existen. No queremos solo existir, queremos vivir y convivir en paz unos con otros.
Lo que experimentamos en el gobierno del presidente actual ha sido el decrecimiento de nuestra humanidad, el abandono de miles de personas entregadas a la virulencia de la Covid-19, que murieron cuando podrían haberse salvado si no hubiese sido por el tenaz negacionismo oficial.
Lo que más nos duele y avergüenza es la falta de compostura de la más alta autoridad de la nación, que debería vivir las virtudes que le gustaría ver realizadas en el pueblo como la solidaridad, el cuidado de unos a otros y de nuestras riquezas naturales y la promoción de nuestra ciencia y cultura, agredidas por él de forma vejatoria. Al contrario, predominó la difusión del odio, de las fake news, la grosería, el lenguaje soez y todo tipo de discriminación hacia los afrodescendientes, los indígenas, los quilombolas, las mujeres, los pobres y los LGBT+ entre otros.
Solo podremos superar este flagelo político-social y necrófilo si, en este duelo, optamos por el proyecto de la biofilia. Aquí me valgo otra vez del exgobernador Tarso Genro: “Una semana antes del plebiscito hay que conseguir un gran acuerdo político de gobernanza y gobernabilidad, derrotando a Jair Bolsonaro en la primera vuelta, unidos en torno al nombre más fuerte para vencer y conducir la nación al destino democrático y social que nuestro pueblo merece”.
Ese nombre está emergiendo como el preferido de los electores: Lula da Silva. Es un superviviente de la gran tribulación nacional, mostró que fue capaz de humanizar la política, sacando a Brasil del mapa del hambre, creando políticas sociales y populares que dieron oportunidades a los excluidos, a muchos otros y principalmente devolvieron a los empobrecidos su dignidad.
El destino de nuestra nación está en nuestras manos. Depende de que tomemos la opción que saque a Brasil del foso en el cual lo han metido, nos permita disminuir la nefasta desigualdad social y, por fin, nos conceda la alegre celebración de la vida. La próxima elección-duelo del 2 de octubre será el gran test: qué Brasil y qué presidente, de hecho, queremos.
Ojalá triunfe el proyecto de la biofilia, del amor a la vida, especialmente la vida sufrida de las grandes mayorías.
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