RELIGIÓN DIGITAL
Francisco viajó este domingo pasado a Matera, 'la ciudad del pan', para clausurar el XVII Congreso Eucarístico Nacional. Lo hizo temprano, para permitir que los fieles tuvieran más tiempo para ejercer su voto en las presidenciales italianas. En la ciudad italiana, le esperaban unas 15.000 personas, que escucharon de boca del Papa una petición: "Volvamos a Jesús, volvamos a la Eucaristía".
"Volvamos al sabor del pan, porque mientras estamos hambrientos de amor y de esperanza, o estamos rotos por las fatigas y los sufrimientos de la vida, Jesús se convierte en alimento que nos alimenta y nos sana. Volvamos al gusto por el pan, porque mientras la injusticia y la discriminación de los pobres siguen produciéndose en el mundo, Jesús nos da el Pan de Compartir y nos envía cada día como apóstoles de la fraternidad, la justicia y la paz", clamó Bergoglio, pidiendo a los 800 delegados presentes en el congreso, y a las decenas de miles de files que lo acompañaron en el estadio local, que "volvamos al sabor del pan para ser una Iglesia eucarística, que pone a Jesús en el centro y se convierte en pan de ternura y misericordia para todos. Volvamos al sabor del pan para recordar que, mientras se consume esta existencia terrenal nuestra, la Eucaristía anticipa la promesa de la resurrección y nos guía hacia la vida nueva que vence a la muerte".
El Papa arrancó su homilía denunciando que, todavía hoy, "el pan no siempre se comparte en la mesa del mundo; no siempre emana la fragancia de la comunión; no siempre se parte en justicia". En la parábola de Jesús, la del rico sin nombre y el pobre Lázaro, nos muestra una contradicción. Y una pregunta: "¿a qué nos invita el sacramento de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida del cristiano?".
El rico sin nombre y el pobre Lázaro
En primer lugar, subrayó Francisco, "la Eucaristía nos recuerda la primacía de Dios". Así, el hombre rico "no está abierto a una relación con Dios: sólo piensa en su propio bienestar, en satisfacer sus necesidades, en disfrutar de la vida", en encerrarse en sí mismo.
"Autosatisfecho, borracho de dinero, aturdido por la feria de la vanidad, no hay lugar en su vida para Dios porque sólo se adora a sí mismo", añadió el Papa. Un "rico", por los bienes que posee. "Qué triste es esta realidad aún hoy, cuando confundimos lo que somos con lo que tenemos, cuando juzgamos a las personas por la riqueza que tienen, los títulos que ostentan, los papeles que desempeñan o la marca de ropa que llevan", lamentó el Papa, quien denunció "la religión del tener y del parecer, que a menudo domina la escena de este mundo, pero que al final nos deja con las manos vacías".
Tan vacías, que "a este rico del Evangelio no le queda ni el nombre. Ya no es nadie". Por el contrario," el pobre tiene un nombre, Lázaro, que significa 'Dios ayuda"' y que, pese a la pobreza, "mantiene su dignidad intacta porque vive en relación con Dios".
Este es el desafío de la Eucaristía: "adorar a Dios y no al yo". Porque "si nos adoramos a nosotros mismos, morimos en la asfixia de nuestro pequeño yo; si adoramos las riquezas de este mundo, se apoderan de nosotros y nos hacen esclavos; si adoramos al dios de la apariencia y nos embriagamos en el despilfarro, tarde o temprano la vida misma nos pedirá la cuenta".
En cambio, "cuando adoramos al Señor Jesús presente en la Eucaristía, recibimos también una nueva mirada sobre nuestra vida: no soy las cosas que poseo y los éxitos que consigo alcanzar; el valor de mi vida no depende de lo mucho que pueda presumir, ni disminuye cuando fracasé y fallé. Soy un hijo amado; estoy bendecido por Dios".
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