fe adulta
Lc 13, 22-30
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha»
En los diálogos que Platón dedica a la República, Sócrates, su protagonista, analiza el proceso de formación de un Estado partiendo de su origen, es decir, de la impotencia de cada individuo para atender por sí mismo todas sus necesidades.
Sócrates —en realidad, Platón— considera que las necesidades básicas del hombre son el alimento, la habitación y el vestido, y partiendo de esta premisa, afirma que en principio bastarían tres hombres para formar un Estado: un agricultor, un constructor y un sastre. Cuando avanza más en su reflexión, advierte también la necesidad de ganaderos, mercaderes, marinos y asalariados, así como la facultad de acuñar moneda para regular las transacciones comerciales.
Llegado a este punto, contempla la vida apacible y feliz que llevan sus habitantes, y concluye: «De esta manera, llenos de gozo y salud, llegarán a una avanzada vejez, y dejarán a sus hijos herederos de una vida semejante».
Su contertulio, Glaucón, muestra su desacuerdo con la vida austera que propone Sócrates, a lo que éste contesta: «Muy bien, ya te entiendo. No es solamente el origen de un Estado lo que buscamos, sino el de un Estado que rebose placeres. Quizás no obremos mal planteándolo, porque de esta forma podremos saber por dónde se ha introducido la injusticia en la sociedad. Sea como sea, el verdadero Estado, el Estado sano, es el que acabamos de describir. Si ahora quieres que echemos una mirada al Estado enfermo y lleno de pústulas, nada hay que nos lo impida» ...
En definitiva, el diálogo continúa mostrando que la abundancia provoca avaricia, y que la avaricia acarrea guerras, corrompe a los ciudadanos, complica sobremanera la estructura del Estado y es la primera causa de opresión e injusticia…
Si aplicamos este diálogo a nuestros días, para garantizar hoy una existencia digna bastaría atender el alimento, el vestido, la vivienda, la educación y la salud, y siguiendo el mismo razonamiento de Platón, llegaríamos a definir una sociedad austera cuyos ciudadanos se habrían sacudido el yugo del consumo, basarían su existencia en unos valores que nos liberan (y no en unos afanes que nos someten), y serían más libres. No tendrían el corazón endurecido por la avaricia y serían también más humanos…
Y ya sabemos que esto no deja de ser una utopía, pero, utopía o no, creemos que es la única vía para librarnos del desastre al que hemos abocado a este mundo. No es casual que la práctica totalidad de los tratados de sabiduría de la historia propugnen el mismo principio: «Huid del estado que rebosa placeres», «No acumuléis tesoros en la Tierra», «Entrad por la puerta estrecha», «Viajad por la vida ligeros de equipaje» …
Hoy, ante la evidencia irreversible del cambio climático, este principio cobra especial relevancia, y así lo refleja Jon Sobrino, sacerdote jesuita, en una de las frases más lúcidas de nuestro tiempo: «Debemos caminar hacia la civilización de la austeridad compartida».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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