FE ADULTA
En esta parábola cargada de sabiduría, con la que probablemente buscaba denunciar los ataques de que era objeto por parte de los fariseos y los sacerdotes del Templo, Jesús señala tres posibles actitudes humanas.
El “hijo menor” representa la ignorancia y la ansiedad de quien cree que la felicidad o plenitud es algo que se halla fuera. Lo cual le lleva a emprender una carrera que culminaría en la frustración más absoluta, hasta que comprende que la felicidad está en “casa” (la “casa”, como imagen de nuestra verdadera identidad).
El “hijo mayor”, por su parte, es símbolo de las personas religiosas que presumen de serlo. En realidad, presume de sus “méritos”, en una actitud de orgullo religioso, caracterizada por la “falsa obediencia”, la exigencia y el perfeccionismo, en un cumplimiento estricto de la ley o la norma. Todo ello genera una religión mercantilista (“do ut des”: te doy para que me des), que exige recompensa.
Es, por tanto, la imagen del ego que se apropia de la religión en beneficio propio. No vive, porque su afán es “cumplir”. Desconoce la riqueza de lo que podría vivir, porque coloca toda su energía en “hacer méritos”.
Sin embargo, tanta exigencia forzosamente había de pasar factura. Esta es doble: Por una parte, le lleva a caer en una especie de complejo de superioridad moral, que le hace creerse mejor que los demás y con derecho a juzgar y condenar al hermano que se había marchado de “casa”. Por otra, al ver frustrada la recompensa de la que se creía merecedor, trasmuta su alienación anterior a la norma en resentimiento envenenado.
Finalmente, la tercera actitud es la representada en la figura del “padre”, que da libertad (al hijo mejor que decide marcharse y al hijo mayor que se niega a entrar en la fiesta); es compasión, sin reproche (ante el hijo que regresa y ante el otro que lo increpa); es gratuidad y desbordamiento de amor (que llega a decir: “Todo lo mío es tuyo”).
Sin duda, en cada uno de nosotros conviven esas tres actitudes.
¿Cuál de ellas alimento?
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