Me gusta pensar en aquello que explicaba Jung: que los diferentes momentos del año litúrgico constituyen una especie de sistema terapéutico, porque los ritos son también herramientas esenciales para la curación. Esto es particularmente notable en el tiempo de cuaresma.
El pasaje evangélico que abre la cuaresma –y que sirve de clave– es el de las tentaciones de Jesús en el desierto. El reto es que aceptemos escuchar la vida sin armaduras ni excusas, permitiendo que vuelvan a habitar en nosotros las preguntas fundamentales, preguntándonos qué hemos hecho con nuestra libertad o nuestro amor, y por qué aceptamos vivir solo al 50%. Aunque sepamos, como escribió la poetisa portuguesa Sophia de Mello Breyner Andresen, que «La verdad a medias es como vivir en media habitación/ con medio sueldo/ como si solo tuviéramos el derecho/ a la mitad de la vida».
El texto evangélico de las tentaciones es un mapa para readquirir la plenitudynos pone ante tres núcleos de preguntas: 1) Si es cierto que no vivimos solo de pan, ¿de qué vivimos además del pan? ¿Cuál es nuestra verdadera hambre y sed? ¿Dónde termina? ¿Adónde nos lleva? 2) ¿Para qué sirve la fe? ¿Someter a Dios las condiciones que consideramos necesarias para creer en Él, o más bien abrirnos, como nómadas y peregrinos, a la radicalidad del misterio? 3) ¿Estamos dispuestos a renunciar al equívoco de la dominación y la posesión, cualesquiera que sean, como supuestas fuentes de realización y de sentido, reduciendo a ello el horizonte del sentido de la vida? ¿Qué hacemos con las cosas que poseemos? Y también: ¿qué han hecho de nosotros las cosas que poseemos?
La cuaresma es una propuesta de discernimiento y cambio. Las herramientas concretas que ofrece para esta transformación espiritual son prácticas, no abstracciones: el ayuno, la oración y la limosna. El ayuno es una experiencia de privación voluntaria (de comida o de un tipo de comida; de adicciones de todo tipo, pequeñas y grandes; del consumo fácil que nos permitimos, etc.), adoptando un estilo ciertamente frugal que nos ayuda a recuperar la libertad. La oración hace que nuestra mirada se dirija a Dios y amplía nuestra respiración. La limosna nos saca de la comodidad autorreferencial. Hace de la compasión, la solidaridad y el cuidado objetivos que nos permiten pasar de la indiferencia a la responsabilidad por los demás, especialmente por los más vulnerables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario