FE ADULTA
Dos cosas quiero resaltar de la visita de María a Isabel, que narra el evangelio de Lucas. La primera es la decisión de María de ponerse en camino. La segunda es la importancia de la alegría celebrada, compartida y que genera una comprensión de la situación concreta y de la historia en clave profética.
El discernimiento acerca de nuestras acciones es una constante sobre todo en momentos especiales de la vida: ¿Qué tenemos que hacer? Y nos encantaría recibir -desde fuera- una respuesta clara, concisa y directa. Pero el discernimiento en el Espíritu no suele ser tan fácil y no suele haber una receta precisa, sino que se presentan incontables posibilidades y cada uno en particular puede elegir diferentes caminos. Además, no siempre sabemos hacia dónde nos conduce cada decisión y no podemos predecir las consecuencias directas e indirectas de nuestros actos. El itinerario no esta diseñado de antemano; está por hacerse y por inventarse. María decide ir a visitar a su prima. Ello implica tiempo de camino, de peregrinación, de estadía fuera de casa y de vuelta al camino. No es una acción sencilla para una mujer embarazada que asume aparentemente sola el reto.
El segundo aspecto es que el encuentro, el camino y sobre todo la alegría celebrada ofrece un modo de comprender la realidad muy específico. Las mujeres, según este relato, se alegran, cantan y recuerdan los textos de sus antepasadas en la fe, según sus escritos sagrados. Cantan juntas, con las voces de sus antepasadas y de este modo la realidad cobra nueva luz para ellas y para todos los demás. Se vuelven profetas para todas las generaciones.
El Adviento es para nosotros un tiempo especial para este discernimiento: ¿Qué hacer? ¿Cómo mejorar? Y nos habla de la conversión como un proceso continuo de atención a la Palabra y a lo que nos pasa y, sobre todo, a las personas que nos rodean.
Pero la conversión no consiste solamente en un proceso individual. Como comunidad reunida, que celebra, como Iglesia que camina en un proceso de conversión continua y estructural, vivimos en una ekklesia semper reformanda, tanto en estilos, en horarios, en estructuras...
En este tiempo, a esta característica de la Iglesia en movimiento, que celebra y que se alegra, se la caracteriza por iniciativa del papa Francisco, con la categoría de sinodalidad. En esta situación, tal vez las palabras proféticas y que invitan a la conversión podrían sonar algo así: ”Aprendamos a caminar juntos”. “Que cada uno discierna su propia vocación y ejerza el ministerio que le ha sido asignado”. “Alegrémonos y hagamos fiestas con los demás”. “Tomemos parte en este proceso de renovación eclesial y no nos mantengamos al margen”. “Escuchemos y demos lugar a los carismas de los otros”. “Construyamos la casa común; seamos partícipes de esta ciudadanía eclesial”.
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