FE ADULTA
Es posible que la posesión más valiosa de un ser humano sea la fe, por encima de la sabiduría, la riqueza o el prestigio. Porque la fe nos invita a pensar que no somos unos seres arrojados a este mundo sin referencias y sin más perspectiva que volver a la nada de la que procedemos —como afirma Heidegger—, sino que la vida tiene sentido y que nuestro destino es vivir.
Y quizá lo menos importante de una creencia es que sea “verdadera”. Lo que la hace importante es que nos impide resignarnos a la condición de meros animales más evolucionados que el resto, nos invita a pensar que la vida no se detiene con la muerte, nos ayuda a soportar mejor sus reveses y nos mueve a vivir con mayor ambición. En definitiva, la fe da sentido a nuestra existencia y nos allana el camino de la felicidad.
Cuando alguien busca el sentido de su vida, la primera pregunta es inmediata: ¿Existe un Dios que nos ha concebido con un fin determinado?... Porque si esto es así, basta con que desentrañemos el propósito de Dios y decidamos si queremos ser, o no, consecuentes con él. El problema es que los cauces de comunicación con Dios no son evidentes y solo contamos con nuestra fe para responderla.
La fe en Dios fue lo normal entre la mayoría de ciudadanos hasta bien entrada la edad moderna, y sólo entonces entró en crisis. Este cambio de mentalidad estuvo motivado por el desarrollo científico experimentado en esta época de la historia, y más concretamente, con el convencimiento generalizado de que a través de la ciencia íbamos a dominar la Naturaleza, vencer las enfermedades y, en definitiva, lograr en esta vida la felicidad que la religión sitúa después de la muerte.
Sobre esta base, se desarrolló una filosofía materialista, cientifista, que proclama falso todo lo que escapa al ámbito científico, que rechaza de plano la idea de Dios y propugna como alternativa a la religión un humanismo ateo que considera pueril la práctica religiosa.
Por ejemplo, Freud define la religión como “patología social” que confunde simples fenómenos psíquicos con realidades. Marx la llama el “opio del pueblo”, que mantiene al hombre ausente e inactivo ante la injusticia social. Nietzsche afirma que “Dios ha muerto” en la cultura occidental, y Russell plantea que si Dios existiese tendríamos noticia de su existencia…
Pero el reto de dar sentido a una vida sin Dios y con muerte no es trivial, pues implica que todo el esfuerzo que hagamos para desarrollar un proyecto vital que llene nuestra vida va a quedar destruido por la muerte. Es como si Miguel Ángel hubiese pintado la capilla Sixtina sabiendo que iba a ser destruida en el momento de ser acabada... La muerte es lo normal, pero la sentimos como lo más inesperado, lo más terrible, lo más absurdo; como el fracaso definitivo… a no ser que la fe alimente la esperanza de más vida al traspasar su umbral… «Dichosa tú porque has creído».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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