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viernes, 17 de diciembre de 2021

¿DEBE LA IGLESIA METERSE EN POLÍTICA? POR SUPUESTO. PERO HACIÉNDOLO COMO LO HIZO JESÚS

RELIGIÓN DIGITAL

col castillo

 

Leyendo y releyendo los escritos del Nuevo Testamento, no es posible encontrar argumentos que puedan justificar el hecho, tan repetido en la historia, de intromisiones (directas o indirectas) de los dirigentes de la Iglesia en asuntos políticos. Herodes mandó degollar a Juan Bautista y Jesús, por lo que relata el Evangelio, no dijo ni palabra. En otra ocasión, cuando Jesús le hablaba a la gente, algunos informaron en público que Pilatos había matado a unos galileos cuando ofrecían un sacrificio en el Templo. La reacción de Jesús fue sorprendente. Porque no dijo ni palabra contra Pilatos, sino que fue a sus oyentes a quienes les dijo: “si no os enmendáis, todos vais a terminar lo mismo” (Lc 13, 5).

A lo dicho, hay que sumar la respuesta que Jesús les dio a quienes querían crearle un grave problema con las autoridades romanas, utilizando el tema de pagar o no pagar el tributo al César. A lo que Jesús hábilmente respondió: “Lo que es del César, devolvédselo al César; y lo que es de Dios, a Dios” (Mc 12, 13-17; Mt 22, 15-22; Lc 20, 20-28). La política en su sitio y la Iglesia en el suyo.

Y a lo dicho, hay que añadir un hecho elocuente: en los relatos de la pasión y muerte de Jesús, quien se resistió a condenar a muerte a Jesús no fue el Sanedrín de los sacerdotes, sino el gobernante de los romanos (Mt 15, 6-15 par).

¿Debe la Iglesia meterse en política? Por supuesto. Pero haciéndolo como lo hizo Jesús. No con la pretensión de mandar y acaparar el poder y el capital, sino con el proyecto de gestionar una sociedad en la que se respetan los derechos humanos, y sobre todo, si es que hay que proteger y favorecer a ciertos sectores de la población, los más favorecidos deben ser los más necesitados. Si la política se entiende de esta manera, es evidente que la Iglesia tiene que meterse en política. Así lo hizo Jesús. Y así lo tienen que hacer los que “siguen” a Jesús.

Pero es un hecho que la política no se suele ejercer al servicio de la “igualdad”, sino para defender (e incluso potenciar) las “diferencias”. Ahora bien, los que piensan así y actúan en consecuencia, no se han enterado –o no quieren enterarse– de que la diferencia es un “hecho”, mientras que la igualdad es un “derecho” (Luigi Ferrajoli). Y, como es bien sabido, el “hecho” procede de la naturaleza (hombre y mujer, por ejemplo), mientras que el “derecho” procede de la decisión humana, según sus conveniencias (el “derecho” de hombres y mujeres no procede de la naturaleza, sino de la conveniencia de los hombres).

La libertad y el valor de aplicar este criterio al gobierno de la sociedad, se hunden y desaparece el principio determinante del capitalismo. El capitalismo se basa en un “derecho” que han inventado los capitalistas. Como en la antigüedad se inventaron derechos que no tenían las mujeres, ni los esclavos, ni los recién nacidos, ni los extranjeros, ni los homosexuales, etc. Tiene sobrada razón Peter G. Stein, en su excelente estudio de El Derecho romano en la historia de Europa (Siglo XXI, 2006, pg. 57), cuando afirma que “la Iglesia no redujo sus enseñanzas al Evangelio”, sino que “incluía el Derecho romano”. O sea, la privación de derechos a Los olvidados de Roma (Robert C. Knapp).

Es lamentable que siga siendo de actualidad el texto que Walter Benjamin redactó en 1921: Capitalismo como religión. Según este autor, “el cristianismo en tiempo de la Reforma no propició el ascenso del capitalismo, sino que se transformó en capitalismo”. La “gente de Iglesia”, con bastante frecuencia y cuanto más arriba esté, justifica su situación justificada echando mano de la Religión, que, con sus prácticas y observancias, tranquiliza las conciencias.

¿Debe la Iglesia meterse en política? Tal y como se entiende y se practica la política, lo que debe hacer la Iglesia es tener la libertad y la audacia de decir y hacer no lo que le conviene a la Religión para sacar tajada al capitalismo, sino decir y hacer lo que necesita la gran mayoría de la humanidad, que, desde varios siglos antes de Cristo, millones de seres humanos indefensos tienen que someterse y soportar, no las “diferencias”, sino las “desigualdades” que inventaron los que mandan.

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