José María Álvarez Rodríguez, Miembro del Foro Gaspar García
Laviana
Tenemos que agradecer a los investigadores y a los pensadores que nos vayan
pasando los resultados de sus trabajos. El artículo de Xabier Picaza sobre “las
obras de misericordia” me ha resultado sumamente interesante. Hemos
reflexionado sobre él en la reunión del mes de Marzo del Foro Gaspar García
Laviana. Es verdad que uno ya sabía que no había que confundir lo que es
exigencia de la justicia con lo que es de caridad y también que, aunque se
llegasen a paliar algunas necesidades desde esta instancia, ello no nos
exoneraba de luchar por un mundo más justo donde los seres humanos no se viesen
obligados a “vivir de la caridad”, recibiendo por esos cauces lo que se les
debiera dar en justicia.
Sin embargo creo que es sumamente importante el llamamiento a no confundir al
personal llamando “obras de misericordia” lo que en realidad son “obras de
justicia”, al menos visto el asunto desde la perspectiva del evangelio. El
camino que nos señala el evangelio de Mateo 25, 31-46 para entrar en el Reino no
son “obras de misericordia”, sino más bien “obras de justicia”. A aquellos que
dan de comer al hambriento, de beber al sediento, a los que acogen a los
extranjeros, visten al desnudo, visitan-cuidan a los enfermos y a los cautivos,
“Dios” los llama “justos”. Ello será debido a que han hecho lo que es “de
justicia”.
La verdad es que es muy distinto valorar tales obras como “de
misericordia” a valorarlas como “de justicia”. La misericordia parece que está
más bien en el nivel de lo personal y que ser misericordioso, o serlo más o
menos, es algo voluntario en uno. Por consiguiente, al ser una exigencia que
incumbe a las personas se descarta que sea obligación de los Estados. Son obras
de misericordia: es cosa de la gente, o de Cáritas, o de tal o cual ONG.
La cosa cambia si esas obras las consideramos de justicia. Si ello es así, el
principal responsable de satisfacer esas necesidades fundamentales es el Estado
y a él hay que exigírselo. Si no lo hiciere, subsidiariamente, todos estaríamos
obligados a ello, pero sin dejar de denunciar la dejadez de quien es responsable
de que todos los ciudadanos tengan qué comer, qué vestir, dónde vivir…
etc.
Por otra parte, si son obras de justicia los beneficiarios tienen
derecho a esos servicios que son todos de primera necesidad y si no se
satisfacen no podemos decir que estamos en un Estado de Derecho, sino al
contrario sería un Estado injusto porque no se satisfacen derechos importantes
de mucha gente. Esta es la calificación que hay que aplicar a nuestro Estado: no
estamos en un Estado de Derecho, pues en él hay gente que, por las causas que
sean, no puede satisfacer sus necesidades vitales, tal como parados,
extranjeros, algunos enfermos, huérfanos, incapacitados en determinadas
funciones, viudas, jubilados…
Para justificarse se suele decir que “no hay dinero para todo”. Y es verdad,
pero hay que responderles a los que argumentan de esa manera que lo que hay que
hacer es una escala de necesidades, pues no todas son iguales. Entre las
primeras a satisfacer habrán de estar precisamente las relacionadas con la vida,
como son “las obras de justicia” de las que habla el texto de Mateo: la comida,
el agua, la vivienda, la salud. Lo que no es de recibo es que se dé prioridad a
otras mil cosas que ni de lejos son de justicia. Se subvencionan actividades
relacionadas con el deporte, el arte, la diversión… El dinero público debe
atender antes las necesidades vitales de los ciudadanos y otras que, aunque no
lo sean, se han de priorizar a otros muchos gastos del Estado, de las Autonomías
y de los Ayuntamientos.
Cualquiera puede informarse del problema del hambre en el mundo, del problema
del agua. ¡Cuánta gente vive en unas condiciones de vivienda denigrantes!
Mirando a la situación mundial, estos problemas se agrandan y se agravan, pero
existen en todos los países, aún en los más desarrollados.
Es evidente que, en cuanto al reparto de los recursos, la economía está
organizada injustamente, pues se está marginando, no ocasionalmente sino
ininterrumpidamente, a un grupo muy importante de gente que no es atendida.
Quizás las instituciones encargadas de los servicios públicos hayan de tener más
ingresos, pero también es verdad que el dinero que tienen lo han de gastar de
manera muy distinta. En muchas partes del Estado hay ejemplos escandalosos de
gastos públicos millonarios que no han servido para nada o que se hacen para
atender necesidades secundarias de los que mejor viven.
Hasta ahora esta reflexión ha tenido por objeto hablar de quién es
responsable de dar respuesta inmediata a las necesidades vitales, pero hay que
analizar más profundamente estas situaciones y ver sus causas para poder llegar
a dar soluciones radicales. Habrá que hablar del paro, de los salarios y
pensiones de miseria… Habrá que mencionar la férrea dictadura del neocapitalismo
ante cuya fuerza nos sentimos anonadados y la desunión de quienes por principio
tendrían que combatirle. También habría que poner entre las causas de que las
cosas no cambien nunca “el aburguesamiento”, como decíamos antes, de quienes se
han situado en los niveles medios de la sociedad.
También es una causa de que nuestra sociedad sea tal como es el hecho de que
la clase dominante ha logrado poner a su servicio todas las fuerzas del Estado:
las leyes, las distintas fuerzas públicas, los tribunales de justicia. Se obliga
a cumplir sólo las leyes que interesa. Y no a todos. Últimamente muchos han
visto lo que ya era una realidad antes: la ley no es igual para todos. Lo
percibimos bien los que entramos en las cárceles. En octubre de 2014 el
Presidente del Tribunal Supremo y del consejo general del Poder Judicial, Carlos
Lesmes reconocía que la actual Ley de enjuiciamiento Criminal estaba “pensada
para el roba gallinas”, no para el gran defraudador”.
Después de ver y analizar el panorama de las necesidades vitales, tendremos
que pensar qué hacer. Dado que las cosas no son así accidentalmente, sino que se
suceden ininterrumpidamente y casi podríamos decir que necesariamente, pues
parecen ineludibles para muchos, tendremos que declararnos anti-este-sistema que
engendra situaciones inhumanas tan generalizadas. Que a algunos nos vaya mejor
no es razón para darlo como válido y apoyar esta organización social donde hay
tanta desigualdad, con el agravante de que cada vez el desequilibrio es
mayor.
Estos Estados, como el nuestro y otros, que son habitualmente injustos. No
vivimos en un Estado de Derecho. En ellos hay un grupo mayoritario de
privilegiados, protegidos por las leyes existentes, pero hay otro grupo, también
grande pero más pequeño, abandonado a su suerte, desprotegido. Este desorden
establecido se mantiene gracias a las fuerzas del Estado: el poder ejecutivo,
legislativo y judicial (ejército, fuerzas de seguridad, leyes, tribunales,
cárceles…), pero también gracias a que cerramos los ojos para no ver la realidad
de los sufrientes, cerramos nuestra razón para no pensar sobre ella y no saber
qué es lo de verdad está pasando. También sucede lo contrario: que lo vemos,
pero hacemos poco o nada para que las cosas cambien. A nosotros nos va bien o
relativamente aceptable y no nos importan, al menos suficientemente, aquellos a
los que les va mal o muy mal en la vida. No somos solidarios y por eso no
podemos estar satisfechos con nuestro comportamiento. Y, por último, hay que
decir, muy alto y muy claro, que son muy pocos los cristianos que entienden que
el compromiso político es también una expresión de la solidaridad con los
empobrecidos para cambiar de raíz su suerte.
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