El primer domingo de Cuaresma se dedica siempre a recordar el
episodio de las tentaciones de Jesús. El relato más antiguo, el de
Marcos, es muy breve y misterioso. Mateo y Lucas lo completaron con las
tres famosas tentaciones que todos conocemos, y que empalman con el
episodio del bautismo, en el que la voz del cielo proclama: «Tú eres mi
hijo amado, en quien me complazco». ¿Cómo entiende Jesús su filiación
divina? ¿Cómo un salvoconducto para pasarlo bien y triunfar? Todo lo
contrario. Inmediatamente después marcha al desierto, y allí va a quedar
claro cómo entiende su filiación.
Primera tentación
Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de
ayuno, la primera tentación es la de utilizar el poder en beneficio
propio. Es la tentación de las necesidades imperiosas, la que sufrió el
pueblo de Israel repetidas veces durante los cuarenta años por el
desierto. Al final, cuando Moisés recuerda al pueblo todas las
penalidades sufridas, le explica por qué tomó el Señor esa actitud:
«(Dios) te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con
el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo
lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3).
En la experiencia del pueblo se han dado situaciones contrarias de
necesidad (hambre) y superación de la necesidad (maná). De ello debería
haber aprendido dos cosas. La primera, a confiar en la providencia. La
segunda, que vivir es algo mucho más amplio y profundo que el simple
hecho de satisfacer las necesidades primarias. En este concepto más rico
de la vida es donde cumple un papel la palabra de Dios como alimento
vivificador. En realidad, el pueblo no aprendió la lección. Su concepto
de la vida siguió siendo estrecho y limitado. Mientras no estuviesen
satisfechas las necesidades primarias, carecía de sentido la palabra de
Dios.
En el caso de Jesús, el tentador se deja de sutilezas y va a lo
concreto: «Si eres Hijo de Dios, di que las piedras éstas se conviertan
en panes». Jesús no necesita quejarse de pasar hambre, ni murmurar como
el pueblo, ni acudir a Moisés. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el
problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús tiene aprendida desde el
comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante años: «Está
escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga
Dios por su boca».
La enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que
resulta imposible reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de
no utilizar su poder en beneficio propio. Está la idea de la confianza
en Dios. Pero quizá la idea más importante, expresada de forma casi
subliminar, es la visión amplia y profunda de la vida como algo que va
mucho más allá de la necesidad primaria y se alimenta de la palabra de
Dios.
Segunda tentación
La segunda tentación (tirarse desde el alero del templo) también se
presta a interpretaciones muy distintas. Podríamos considerarla la
tentación del sensacionalismo, de recurrir a procedimientos
extravagantes para tener éxito en la actividad apostólica. La multitud
congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como Hijo
de Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante. El
tentador nunca hace referencia a esa hipotética muchedumbre. Lo que
propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios. Por eso parece
más exacto decir que la tentación consiste en pedir a Dios pruebas que
corroboren la misión encomendada. Nosotros no estamos acostumbrados a
esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los
ejemplos de Moisés (Ex 4,1-7), Gedeón (Jue 6,36-40), Saúl (1 Sam 10,2-5)
y Acaz (Is 7,10-14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre
espontáneos ante una tarea difícil, Dios concede al elegido un signo
milagroso que corrobore su misión. Da lo mismo que se trate de un bastón
mágico (Moisés), de dos portentos con el rocío nocturno (Gedeón), de
una serie de señales diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo alto
del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo importante es el
derecho a pedir una señal que tranquilice y anime a cumplir la tarea.
Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo
parecido. Basándose en la promesa del Salmo 91,11-12 («a sus ángeles ha
dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas
para que tu pie no tropiece en la piedra»), el tentador le propone una
prueba espectacular y concreta: tirarse del alero del templo. Así
quedará claro si es o no el Hijo de Dios. Sin embargo, Jesús no acepta
esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del Deuteronomio:
«No tentarás al Señor tu Dios» (Dt 6,16). La frase del Dt es más
explícita: «No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba,
como lo tentasteis en Masá (Tentación)». Contiene una referencia al
episodio de Números 17,1-7. Aparentemente, el problema que allí se
debate es el de la sed; pero al final queda claro que la auténtica
tentación consiste en dudar de la presencia y la protección de Dios:
«¿Está o no está con nosotros el Señor?» (v.7). En el fondo, cualquier
petición de signos y prodigios encubre una duda en la protección divina.
Jesús no es así. Su postura supera con mucho incluso a la de Moisés.
Tercera tentación
La tercera tentación, a tumba abierta por parte del tentador,
consiste en la búsqueda del poder y la gloria, aunque suponga un acto de
idolatría. No es la tentación provocada por la necesidad urgente o el
miedo, sino por el deseo de triunfar. Jesús rechaza la condición que le
impone Satanás citando Dt 6,13.
Para Mt, Jesús en el desierto es lo contrario de Israel en el
desierto. En la época del desierto, el pueblo sucumbió fácilmente a las
pruebas inevitables de la marcha: hambre, sed, ataques enemigos. Dudaba
de la ayuda de Dios, se quejaba de las dificultades. Jesús, nuevo
Israel, sometido a tentaciones más fuertes, las supera. Y las supera, no
remontándose a teorías nuevas ni experiencias personales, sino a las
afirmaciones básicas de la fe de Israel, tal como fueron propuestas por
Moisés en el Deuteronomio. Los judíos contemporáneos de Mateo y de su
comunidad no tienen derecho a acusar a su fundador de no atenerse al
espíritu más auténtico. Jesús es el verdadero hijo de Dios, el único que
se mantiene fiel a Él en todo momento.
El problema de la historicidad
El relato de Mt nos obliga a preguntarnos si se trata de hechos
históricos o ficticios. Porque el diálogo con el tentador, el viaje a la
ciudad santa y el otro a una montaña altísima no parecen tener nada de
histórico.
Es interesante recordar que el cuarto evangelio no contiene un
episodio de las tentaciones, pero habla de ellas a lo largo de la vida
de Jesús. La más fuerte es la del poder, en el momento en que los
galileos quieren nombrar a Jesús rey. Y tentaciones muy parecidas en su
contenido, no en la forma, se repiten al final de la vida de Jesús, en
la cruz: «Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz» (Mt 27,40).
Estas tentaciones reflejan otro dato de gran interés: los tentadores son
los hombres, no Satanás.
Resumen
La tentación es un hecho real en la vida de Jesús, a la que se vio sometida por ser verdadero hombre.
Mt ha recogido este tema para dejarnos claro desde el principio cómo
entiende Jesús su filiación divina: no como un privilegio, sino como
un servicio.
En el fondo, las tres tentaciones se reducen a una sola: colocarse
por delante de Dios, poner las propias necesidades, temores y gustos por
encima del servicio incondicional al Señor, desconfiando de su ayuda o
queriendo suplantarlo.
Las tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y
para toda la comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud
ante las necesidades, miedos y apetencias y nuestro grado de interés por
Dios.
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