Pregón de Cuaresma
Con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzamos una nueva
Cuaresma. Tiempo de gracia, de conversión y de misericordia, por parte
del Padre bueno que constantemente invita a sus hijos al banquete de la
Pascua. Pues, Cuaresma es un caminar con alegría y jubilo hacia Pascua,
la resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección.
Pero, ¿cómo conducirse por este camino que durante cuarenta días nos
lleva a la Pascua? Y, ¿qué provisiones tomar para llegar a resucitar con
Cristo y vivir en plenitud la vivencia pascual?
Debemos conducirnos con dignidad, esa dignidad que nos viene de ser
lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la
eternidad, salvados en su Hijo. Desde esta convicción y certeza
caminaremos con gozo y los obstáculos y dificultades del camino podrán
ser superados; porque no caminos solos, sino con Aquel que es nuestro
Camino: Jesús. En él pongo toda mi esperanza, él es mi fortaleza, mi
energía y dinamismo que me lleva a caminar con paso firme y ligero a su
lado; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás,
apoyando mis pasos sobre sus pasos.
¿Qué provisiones poner en mi mochila para este camino de cuarenta días?
La primera condición es que mi mochila tiene que estar muy ligera de
peso para que no sea un obstáculo al caminar. Entonces mi primera
disposición es la sobriedad.
De qué sobriedad se trata: sobriedad en tus deseos, pensamientos,
sueños y fantasías. La sobriedad te lleva a revenir a tu propia realidad
concreta, y esto pasa por la conversión. ¡Déjate convertir! Evangelizar
las zonas más profundas de tu corazón; es decir, deja que la gracia de
la cuaresma entre en ti y te reconstruya desde el interior. Seguro que,
si logras hacer esta experiencia, tu caminar será más ligero y rápido,
tu alegría mayor y tu esperanza infinita.
La sobriedad te lleva a la verdad. Vivir en verdad, hacer la verdad
en tu vida. “la verdad os harás libres” (Jn 8, 32). Y, ¿qué es la
verdad? La verdad es Cristo, conocer a Cristo nos lleva a hacer la
verdad en nuestra vida, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la
mentira, en el pecado, el desorden, la esclavitud de tantos ídolos como
nos acechan. La cuaresma, ante todo, tiene que llevarte a un mayor
conocimiento de Jesucristo, a rechazar con energía todo ídolo que se te
presente y se anteponga al amor a Jesús y a vivir en verdad y libertad.
El conocimiento de Jesús te lleva al amor y el amor a la
identificación. La cuaresma tienen que ayudarnos, a nosotros los
cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta
identificación podremos vivir esta muerte y resurrección que nos
conduce a la Pascua.
Desde este conocimiento, amor e identificación con Jesús; las cuatro
características propias de cuaresma serán la necesidad del: desierto, la
oración, el ayuno y la limosna; en nuestro lenguaje actual, el
compartir, el ayudar a nuestros hermanos necesitados, manifestada de mil
maneras….
Desierto: Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino como
una necesidad para estar asolas con Aquel que se me ama y quiere
entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le
hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como necesidad de
escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del
desierto, no quedarse solamente en la austeridad que implica el
desierto, ésta es real, pero la mística es superior.
Oración: La oración es el fruto del desierto, “acostumbrarse a
soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto
nos conduce a la escucha, la escucha al amor y el fruto del amor es la
oración que transforma y une con el ser Amado. La oración que le agrada
al Señor, es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado;
abierto a acoger su Presencia y a vivir en su intimidad. No todos
podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si
podemos retirarnos, y debemos retirarnos, al desierto de nuestro propio
interior. Pues el desierto no es la ausencia de las personas, sino la
presencia de Dios. Y orar es vivir en su presencia.
Ayuno: El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús, y también
para vivir una relación, justa y armoniosa entre mi yo y las cosas. No
dejándome poseer por ellas ni tampoco quererlas poseer. La justa
relación con las cosas, y los alimentos, consiste en reconocer con
gratitud su valor, su necesidad, y como dice san Ignacio de Loyola. “Las
cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber
privarse, sentir la necesidad y hasta el hambre material, nos lleva a la
libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestra
necesidades; y a pensar en tantos hermanos nuestros como carecen de lo
más esencial, en parte por el mal uso que hacemos de los recursos de la
naturaleza; del acaparamiento y la posesión desmesurada. Ahí tendría que
ir orientado nuestro ayuno.
Y siendo muy importante esta orientación del ayuno material, él debe
de conducirnos mucho más lejos, a ese otro ayuno del yo que es el que
realmente nos quita la libertad, nos esclaviza y nos impide ver al
hermano con amor. Como le pasó al rico de la parábola de Lázaro (Lc 16,
19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en que ignoró a su
hermano en necesidad. Vivía al margen de Dios y como consecuencia no
reconoció a su hermano. El papa Francisco en su mensaje de Cuaresma
dice: “toda persona es un don”. El ayuno de mi yo me lleva a reconocer
el tú de mi hermano, y juntos caminar hacia la Pascua.
Compartir: el compartir nos lleva al despojo, a la generosidad, a la
pobreza evangélica; y, sobre todo, a tener en cuenta al hermano más
necesitado. Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se
enriquece con creces. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero
también la vida misma. “El que siembra escasamente, escasamente
cosechará; y el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará.
Cada uno dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado,
porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).
Quiero terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de
Cuaresmas: “El cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón»
(Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la
amistad con el Señor”. Y si crezco en la amistad con el Señor, creceré
también en el amor a mi hermano, y unidos celebraremos la Pascua, la
plenitud de la vida cristiana.
Carmen Herrero Martínez
Fraternidad Monástica de Jerusalén
Eclesalia
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