Gabriel Mª Otalora
La
palabra es una abreviatura del latinajo quadragesimam diem. Cuaresmal,
por tanto, es sinónimo de cuadragesimal por el número de días elegidos
para la maduración en la fe hecha vida ante el acontecimiento venidero
más tarde de la Pascua. Es un tiempo de conversión, de cambio, de
revisión de vida que significa orientarnos a producir efectos en nuestra
tolerancia y misericordia.
La liturgia de este tiempo ha cambiado poco desde el Concilio Vaticano
II, pero la sociología que nos envuelve a los fieles y la teología
actualizada, han convertido a estas semanas en otra historia. Los
carnavales han tomado la calle y los cristianos constatamos que ya no
tenemos el viento de popa que tan cómodamente nos llevaba entre
penitencias y ritos. La conversión es ahora una tarea que nos descoloca
ante la indiferencia generalizada frente al fenómeno religioso. La
cuaresma actual parece un anacronismo ante la desconexión social con la
fe y con el propio carnaval, que en algunos sitios ya se alarga hasta
penetrar en la primera semana de Cuaresma.
Recuerdo la anécdota de unos cristianos de Namibia cuando fueron
invitados por la iglesia Evangélica a visitar Alemania. No podían dar
crédito a lo que veían: la enorme diferencia entre el nivel de vida
alemán comparado con la raquítica expresión religiosa de la asamblea
dominical luterana. No entendían que, a más bienes recibidos, hubiese
menos actitud generosa y agradecida a Dios, origen de todo lo bueno.
Cuando el ser humano cree que tiene todo el mérito de lo logrado,
entonces sobra la conversión y la cuaresma. “¿Por qué rezáis tan poco
con lo bien que os va?” fue la interpelación de estos africanos ante la
paupérrima expresión de fe que vieron en sus hermanos en la fe alemanes.
La Cuaresma de hoy es más que nunca tiempo de cambio esperanzado así
como una oportunidad para aflorar las contradicciones y repensarlas a la
luz del evangelio. Convertirse es vivir lo que decimos creer. Por
tanto, el signo de no comer carne los viernes ha perdido fuerza y puede
ser incluso poco religioso si a la hora de comer pescado lo convertimos
en una hipocresía insoportable; pensemos en las salchichas y el
rodaballo. Los signos que nos transforman pasan por otros caminos que
hagan de la cruz diaria (miserias personales, orgullos, envidias,
egoísmos varios, dolores sobrevenidos…) un lugar de transformación
personal en amor luminoso para nosotros y para quienes nos rodean,
ansiosos como están de ver y de que alguien les muestre el Camino y el
sentido de esta vida.
He dicho bien: convertirnos en amor que nos ilumine a
nosotros primero, claro que sí, para iluminar después a los demás. Si no
nos queremos y nos aceptamos como nos quiere y acepta el Padre, ¿cómo
vamos a dar a los demás de lo que nos falta? Eso hizo Jesús de Nazaret y
por eso se retiraba a orar para nutrirse de luz y de fortaleza. Por eso
creo que la alegría tiene sitio en la Cuaresma pues todo intento de
transformación a mejor lleva aparejado la esperanza, y esta es una
virtud teologal que se fundirá en el día del Resucitado.
Que todo siga igual no tiene sentido. Por tanto, es la madurez
cuaresmal la que se impone trabajar para ser la mejor posibilidad de uno
mismo y con los demás. Esta es la batalla silenciosa y difícil que
debemos afrontar durante estas semanas en medio de nuestras dificultades
personales y de un escenario materialista asfixiante. Pero si pensamos
en el Maestro, no lo tuvo mejor en aquella sociedad teocrática más
asfixiante todavía. Y además, tenemos a su ejemplo.
¡¡Feliz singladura cuaresmal de la mano del Espíritu!!
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