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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Los otros olvidados. Los protestantes españoles y la Guerra Civil

ATRIO


RománMucho se viene hablando y escribiendo en estos días sobre la Iglesia vasca, sobre el trato que recibieron los del clero allí al amparo de la población y de su gobierno autonómico a partir del estallido de nuestra guerra civil en 1936. Estos hechos no le han servido a la Conferencia Episcopal Española para aceptar  que los estallidos de violencia popular contra el clero en aquellos días no pudo deberse al odio de las masas a la fe en Cristo para que aplicando la doctrina califiquemos de “martirio cristiano” el horror de tales acontecimientos. No, sin antes verlo más a fondo.

Al parecer tampoco se ha reparado en el otro hecho de que los combatientes vascos, por ejemplo destinados en Cataluña, gozaban de la mayor consideración y respeto por su adhesión a la legitimidad republicana y no se conoce que fueran molestados o impedidos, al acudir al cumplimiento de sus deberes religiosos, en las ceremonias oficiadas por sus sacerdotes.
Quisiéramos ahora llamar la atención sobre  lo acontecido a otros colectivos, aunque en esta ocasión me ceñiré a la comunidad protestante, que sufrió una desigual suerte en la zona leal a España y allá, por otro parte, donde triunfó la rebelión militar.
Mientras que en la República los protestantes españoles tuvieron aseguradas sus vidas, sus bienes y el ejercicio de sus actividades religiosas, y fueron respetados por quienes se defendían del cruel ataque, por el contrario, en las zonas controladas por los rebeldes sufrían los peores de los tratamientos.
Dado nuestro habitual modo de ser españoles, en ignorar lo que no es de nuestro interés, nos vemos en la obligación de informar de quiénes y cuántos eran, de dónde procedían y hasta qué hacían en nuestro suelo patrio cuando estalló el conflicto.
El protestantismo iniciado por  Martín Lutero, el monje benedictino alemán de comienzos del siglo XVI también prendió en España igual que en el resto de Europa. Lo hizo en gran número de humanistas y en algunos círculos ilustrados del clero. Pero la reacción en contra  contó con nuestra proverbial intolerancia, el Tribunal de la Santa Inquisición,  y unas órdenes religiosas muy dadas a la Contra-reforma, como los jesuitas. Los emperadores, o reyes españoles, según se mire,  se habían erigido en defensores de la fe católica y baluartes del romano pontífice.
Los procesos inquisitoriales que no se resolvían con la pena de muerte, acababan casi siempre en destierro cuando se trataba del Luteranismo. Pero este siglo, y los siglos XVII y XVIII, aportaron, además de insignes individualidades, casi nunca reconocidas, una  valiosa obra textual, siendo las más notorias las traducciones al Castellano de la Biblia.
Hubo versiones en Euskera. No podemos documentar aquí por falta de datos cuándo se pudieron realizar  traducciones al Catalán y a las otras lenguas de la península.
El siglo XIX fue también particularmente difícil, aunque más esperanzador para el Protestantismo español, porque España no podía aislarse tan completamente de alguna influencia europea, la Ilustración y demás. Así también de las guerras continentales. Las guerras napoleónicas tuvieron aquí sus escenarios, con la presencia de ejércitos de toda Europa dirigidos por franceses e ingleses. La Guerra de Independencia decidió el futuro de Europa condicionando también nuestro futuro. La revolución liberal burguesa llegó tarde y a plazos evidenciando todavía más nuestra decadencia, reteniendo el poder en el Rey y la aristocracia, dando más vida y robusteciendo la Institución Eclesiástica. Retrasando todavía más el despertar social de la conciencia individual.
Mientras, los protestantes, sufriendo siempre la marginación de los siglos precedentes experimentaron los primeros brotes de institucionalización con la creación de algunas comunidades de creyentes, la presencia y el trabajo de misioneros españoles y extranjeros, y con una cierta tolerancia en los períodos liberales que ofrecían oportunidades de asentamiento, aunque ocultos siempre de las autoridades religiosas. A la palabra hablada y el contacto personal se unía ahora el abaratamiento y disponibilidad de los textos impresos en las lenguas vernáculas, biblias y nuevos testamentos.
Está documentada la existencia de una iglesia evangélica en Cádiz en 1938, quizás la primera, por cuanto su pastor fue expulsado de España, por aquellas fechas, manteniendo contacto epistolar con su feligresía.
Todas las constituciones españolas en ese siglo serían redactadas con el mismo tenor de la de 1812 en cuanto a lo que se refiere a la Iglesia Católica:
Art. 12 – La religión de la nación española es y será perpetuamente, la Católica, Apostólica y Romana, única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra.
Y el clero en todo momento fue guardián de los mandatos constitucionales por lo que se refiere a los protestantes, celosos entonces de la fe católica cuando alguna ley u ordenanza les podía proteger.
La revolución de 1868, en los pocos años que duró, favoreció a los protestantes españoles estableciendo la libertad de culto, que se traducía en la práctica en un poco de más tolerancia,
Se calcula que a finales de siglo hubiere en España más de diez mil fieles protestantes diseminados en pequeñas comunidades estables, aunque no siempre visibles por la presión social y del clero.
Los protestante españoles se caracterizaban por su estilo de vida que decía regirse por unos principios conformes a la Ley de Dios, explicitados en la Biblia, y por el testimonio de sus conciencias, fruto del  mandato de Cristo.
Aceptaron de buen grado la llegada de la II República Española. En 1932 ya eran unos 22.000 fieles y experimentaban un fuerte crecimiento, ayudados también por la nueva conformación urbana, y  el acceso a la instrucción y a la cultura de personas con una nueva mentalidad republicana. Disponían de iglesias, escuelas, periódicos, editoriales, hospitales, hogares de ancianos y orfanatos. Estaban arraigados principalmente en Andalucía, Madrid, Cataluña, Baleares, Galicia. Cuando llegamos al año 36 mantenían  en sus aulas a cerca de  7.000 niños y niñas
Cuando se produjo el golpe militar del 18 de julio, se respetaron las personas y los bienes de los protestantes. Estos nos hace pensar  que siendo los protestantes españoles también cristianos como los católicos, les pasó igual que con la Iglesia en la Comunidad Vasca, y desmiente por la vía de los hechos que la persecución y el furor contra la Iglesia Católica estuvieran motivados por el odio religioso.
Sin embargo, donde triunfó el golpe y a medida que se iba extendiendo la guerra en el bando rebelde, los lugares de culto fueron asaltados, incautados, retenidos o destruidos. Terminada la guerra sólo quedan tres iglesias, una en Sabadell, otra en Madrid y otra en Sevilla. En Castilla de las ocho existentes, luego sólo fueron devueltas dos.
Los pastores sufrieron el exilio, fusilamientos o penas de cárcel. Se han documentado fusilamientos de pastores en Andalucía, Zaragoza, La Rioja, Mallorca y Zamora.
Terminada la contienda, apenas sobrevivieron unos  seis mil protestantes, ocultos para poder vivir su fe de forma clandestina, sufriendo la presión social y sin más esperanza que el crecimiento vegetativo, ante la tiranía de las conciencias establecida por la Iglesia Española y ejecutada por el poder político. Tendríamos que hablar en alguna ocasión de los protestantes en la España de la dictadura, y de cómo sobrevivieron pero este tema se aparta de nuestro actual cometido.
Constatamos el hecho de que el “odio de religión”, también fue practicado por el bando de los vencedores, por lo que su exaltación particular de la Memoria Histórica, nos resulta particularmente sesgada, ajena a la verdad, y muy oportunista para el momento histórico, la coyuntura social y política, que estamos viviendo en España.

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