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jueves, 24 de enero de 2013

Socialismo real: la solución Jaime Richart

Enviado a la página web de Redes Cristianas
A grandes males, grandes remedios…
Desde que este país pasó de una dictadura militar a una parodia de democracia, lo que entró en juego es una lucha a brazo partido entre dos ideologías: estatalización de la economía combinada con iniciativa privada (economía mixta), por un lado, y privatización progresiva de la economía adelgazando al Estado hasta la extenuación (neoliberalismo), por otro.
Después de años de orgías de despilfarro, abusos y latrocinio de políticos, banqueros y miembros de la monarquía, el país vive ahora otra realidad, un auténtico drama. Un drama cercano a la tragedia ocasionado por el desempleo y la determinación del gobierno y del legislador de socavar dos pilares del bien común: educación y sanidad; sea suprimiendo servicios sea entregando la gestión de ambas a manos privadas pertenecientes al clan.
Es indudable que los partidos a la izquierda del partido proclive a estatalizar tienen una vocación bastante más socializante que la de éste, pero dado el escaso monto de sus escaños respecto a los dos partidos principales, su influencia hasta ahora en la economía ha sido más testimonial que práctica y más sindical que económica.
Hay una tercera vía: el socialismo real, el comunismo. Pero no cuenta. La caída del muro de Berlín, la persecución a que ha sido sometido por el imperio y los efectos dejados en la mentalidad española tanto por la dictadura durante cuarenta años como por la guerra oreeente como por el dogma religioso extrapolado al plano político y económico durante siglos (“fuera del capitalismo no hay salvación”, “éste es el menos malo de los sistemas”, “el que no está conmigo está contra mí”), prolonga en este país en general la idea fija de que Marx y Engels, Gramsci o Mao estaban equivocados. Y, por consiguiente, que China, Cuba, Corea del Norte y el estado de Kerala en la India son un infierno y sedes de injusticia. Que allí reparten pobreza. Como si la riqueza en ete mundo no estuviese monopolizada por unos cuantos. A pesar de que el capitalismo no trae más que desigualdad social escandalosamente creciente y miseria a países enteros, y a pesar de que está acabando con el planeta, los que viven del capitalismo están dispuestos a estrujarlo hasta sus últimas consecuencias parapetados en la ficción de que aquí reina la libertad, la justicia y la vida feliz igual para todos.
Y ello pese a que en este país, a lo largo de toda la dictadura hasta hoy y sin solución de continuidad el caciquismo, la injusticia y los abusos del poder institucional y fácticos son moneda de uso corriente. Pero es inútil, no hay cabida en el pensamiento dominante la posibilidad de ensayar esa tercera vía. No interesa a quienes dominan a estas sociedades considerar al marxismo, ni aún revisado, como una forma más de organizar a la sociedad tan legítima como las demás; un sistema mucho más eficaz y sobre todo más justo. El capitalismo, a lo suyo: a laminar las capas sociales más débiles de cada país y los recursos del planeta, a explotar a gran parte de la población del mundo (un ejemplo de rabiosa actualidad es la situación que vive Malí por culpa del saqueo del uranio).
Desde luego muchos millones concebimos el bienestar social sólo desde la seguridad económica que aquí es inexistente tras dos décadas de euforia y libertinaje institucional. El bienestar, la vida creativa y feliz sólo es posible con la vida material asegurada. La incertidumbre, y qué decir de la miseria, no generan más que angustia, desasosiego e infelicidad; en absoluto creatividad.
Lo único que agigantan en este país las libertades formales es la imaginación para el delito económico, para la especulación, para la desviación y para el abuso de poder. La mayor “creatividad” se plasma en la delincuencia política y empresarial dedicada a hacer dinero fácil a costa del pueblo y a robárselo.
A esta cadena de despropósitos, de abusos, de injusticias, de errores y de saqueo por parte de tantos ladrones sociales amparados por su propio partido, se suman los recortes que dimanan de esa filosofía social que inspira la ideología neoliberal cuya meta es diezmar la demografía del mundo.
El panorama social, político y económico, sanitario y educacional, así como el científico, el ecológico, el industrial, el minero… Las expectativas de los que viven cada vez más aislados y desastidos en pueblos y aldeas; las de los enfermos crónicos, de los parados, de los desahuciados, de los deprimidos y de los frustrados; las de los que carecen de techo y de los que viven de la filantropía es tan desolador, que no es posible que millones de personas no piensen en el comunismo. Y en otro caso, que lo mejor sería incendiar el sistema político y el perverso entramado económico para volver a empezar. No hay otros caminos. Porque si el drama lo padeciera todo el mundo sin excepciones, el alivio llegaría desde el reparto del desconsuelo entre todos.
Pero el agravio comparativo entre los ejércitos de los cada vez más marginados y la reducida legión de los protegidos y los vividores del sistema hace irrespirable y revolucionario el ambiente que se respira en España y en otros países del mismo sistema. Los propios islandeses, que han sabido resolver una situación en su país cuyos niveles de corrupción están lejísimos de la habida aquí, han dicho que no se explican cómo no ha estallado en España aún la revolución…

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