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Voy a hablar de cosas obvias, aunque lo obvio suele ser lo más difícil de explicar…
La democracia no se establece por ley o por decreto. Sea directa, representativa o participativa no basta que una ley o una constitución la proclamen. Se constituye por la voluntad de todos, gobernantes y gobernados, y su nivel se mide por el grado de aceptación general y la fama entre los países con los que se homologa o se compara.
La democracia no se establece por ley o por decreto. Sea directa, representativa o participativa no basta que una ley o una constitución la proclamen. Se constituye por la voluntad de todos, gobernantes y gobernados, y su nivel se mide por el grado de aceptación general y la fama entre los países con los que se homologa o se compara.
No hay democracia sólo porque los ciudadanos elijan al gobierno y al legislador, ni tampoco porque los poderes del Estado sean independientes entre sí. Existe cuando los políticos valoran la ética, se esfuerzan en la conducta ética y se la exigen entre sí aunque pueda haber corrupción aislada, y los gobernados se sienten relativamente insatisfechos. Si no se rigen o se orientan por el ideal kantiano de conducirse de manera que su comportamiento pueda servir de ejemplo universal, la política será un oficio innoble y la democracia el escenario para una farsa. Si sólo unos pocos se sienten satisfechos y grandes mayorías viven angustiosamente o marginadas, al sistema político podrán llamar democracia, pero será una infame oligarquía, es decir conjunto de políticos y negociantes que se aúnan para que todo dependa de su arbitrio…
En efecto, la responsabilidad en la construción de una democracia aceptable es de todos, pero principalmente de quienes pertenecen a las instituciones. Sin embargo, en esta nación sin historia democrática la clase política se conforma con el mínimo del mínimo moral que es el código penal, y muchos de los que forman parte de las instituciones se valen de ellas para transgredirlo; aquí los candidatos se postulan como ciudadanos al servicio de la colectividad, pero una vez en el poder incumplen por norma sus promesas y propósitos; los corruptos son multitud y además algunos medios pueden inventárselos impunemente para obtener rédito del libelo; la participación de la ciudadanía, más allá del voto cada cuatro años, es prácticamente inexistente; la interacción entre los miembros de los poderes del Estado hace prueba de que los poderes no están realmente separados; el poder eclesiástico es tan fáctico o explícito como lo fue en la dictadura, y los sucesivos gobiernos lo permiten cuando no lo refuerzan; el paso del tiempo, lejos de ajustar la democracia, la degrada cada vez más… Aquí, en España, puede decirse sin hipérbole que la democracia no es más que una caricatura de sí misma.
Cuando la democracia lleva mucho tiempo en un país, ordinariamente los propios políticos se encargan de depurar entre sí el gusano de la corrupción que la amenaza. Pero cuando lleva poco tiempo y los honestos no denuncian la corrupción, se mantienen al margen y se limitan a esperar la caída del adversario que a menudo se encuentra en sus mismas filas; cuando los no corruptos lo son oficiosamente al mirar a otra parte para mantener todas las potestades, privilegios y emolumentos intactos inherentes al cargo; cuando los corruptos burlan las leyes lucrándose con argucias a costa del pueblo; cuando los que más gala hacen de patriotismo son los que precisamente se llevan grandes masas de dinero fuera de este país o más evaden impuestos…; y todo ello ocurre, en fin, mientras la desprotección social y la miseria se extienden como una mancha de aceite, ¿con qué fundamento moral que no sea la razón de la fuerza y el peso de la injusticia pueden, gobernantes y jueces, exigir a los ciudadanos que cumplan las leyes del Estado? ¿quién qué no sea un ingenuo o un cínico llamará democracia a ese país? La situación general en esta nación es no sólo de depauperación económica global y progresiva, sino también de absoluto bloqueo político y de amoralidad generalizada también judicial y mediática…
Desde luego, a juzgar por las noticias que le llegan al ciudadano común a lo largo de estos 35 años de democracia convencional, es un país absolutamente corrupto. Es imposible que en el hemisferio occidental, y más aún en el continente europeo, exista otro donde se denuncien tantísimos casos de corrupción a lo largo de tan corto espacio de tiempo. Y además, presenta otra singularidad. La corrupción es moneda de uso corriente entre los políticos pero, aunque no tan clamoroso por la dificultad de determinarlo, también entre el funcionariado y asimilados de todos los estamentos, pues sin su complicidad no sería posible tanta corrupción y de semejantes proporciones. El número de los corruptos y la índole y envergadura de cada fechoría es elevadísimo, y los no descubiertos han de ser muchos más.
Y al lado de tanto bucanero institucional, la justicia ordinaria se muestra con frecuencia implacable con delitos menores cometidos por tanto desfavorecido y desprotegido de esta sociedad. Y al lado de tanta vileza y tanta bellaquería, muchos medios, gráficos o televisivos, hacen caja permanentemente de los escándalos que no cesan… Nadie confía ya ni en las clases dirigentes ni en la justicia. El pueblo no pinta nada y es explotado por los dueños del dinero que dominan, amparados por los poderes del Estado. El delito, el engaño y la rapiña de los más obligados a no cometerlos y a no favorecerlos, están a la orden del día.
Y a todo ello se unen dos poderosos lastres que frenan el saneamiento. Uno es el contubernio de los dos partidos “únicos” que se alternan en el gobierno con real o virtual mayoría absoluta; dos facciones que, con hechos consumados, evidencian el acuerdo tácito de que cuando una está en el poder indultará a los corruptos de la facción adversaria condenados por el poder judicial. El otro es el pésimo ejemplo del propio jefe del Estado y miembros de su familia con comportamientos contrarios a la ética, sencillamente delictivos o sospechosos de una u otra cosa.
Hay una explicación sociológica y antropológica, y otra estrictamente constitutiva. La primera es que no es posible que un país salido directamente de una dictadura militar, con un legado de siglos de absolutismos, de teocracia más o menos explícita, de inquisiciones y de dogmas… se transforme en una democracia, siquiera de mínimos, en tres décadas: prácticamente de la noche a la mañana. La segunda es que el foco del mal radica en una constitución que nació viciada propiciando todo lo que desde el principio viene sucediendo; un papel mojado que creó algo parecido a una democracia, pero que ha terminado en una ficción que ya sólo defienden quienes viven de ella como reyes…
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