
El evangelio de hoy puede resultar algo extraño, ¿por qué Lucas nos presenta dos textos seguidos tan aparentemente inconexos entre sí? Comenzamos leyendo una petición, hecha por los discípulos a Jesús: “auméntanos la fe” y acabamos el texto con una respuesta de Jesús: “decid: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. ¿Qué tienen que ver estos textos entre sí?
Respetando que, en este relato, nos encontramos dos partes (un diálogo sobre la fe y una parábola sobre el servicio) y que cada una de ellas debe ser entendida en sí misma, nos podemos permitir una pequeña concesión interpretativa y pensar que, quizás, para que la fe crezca en nosotros, lo que tenemos que hacer es “lo que tenemos que hacer”. O sea, disponernos a vivir en profundidad y humildemente lo cotidiano, en medio de la familia o la comunidad, en el trabajo o entre los amigos… Mantener una disposición sencilla viviendo “lo que nos toca”, sin mayor pretensión que ponernos al servicio de Dios y su Reino en lo pequeño y concreto de cada día.
Si recordamos los evangelios dominicales anteriores, Lucas exhorta, de un modo u otro, a no poner nuestra confianza en el dinero, en las riquezas, en el poder… en nada fuera de Dios. Hoy nos presenta a los discípulos que, después de escuchar estas propuestas en boca de Jesús, le piden: “auméntanos la fe”, conscientes y experimentados en la dificultad que supone no buscar seguridades en todo ello y depositar nuestra confianza solo en Dios.
La respuesta de Jesús ante la petición vuelve a trastocar nuestros planteamientos. La fe, señala, no es algo que dependa de su “tamaño”. No es cuestión de tener más o menos fe. Basta una minúscula fe −como un granito de mostaza− para movilizarnos y hacer cosas que nunca seríamos capaces solo contando con nuestras fuerzas humanas. Seguramente todos podríamos compartir alguna experiencia de ello.
La fe no se pesa ni se mide. Como dijo Benedicto XVI, es una respuesta de confianza libre a la iniciativa amorosa de Dios. No es un mero asentimiento intelectual, sino un "sí" personal y transformador a un "Tú" divino que trae esperanza y plenitud. La fe, como una semilla depositada por Dios en nuestro interior, crece desde dentro, en ese camino interior forjado en los encuentros personales con Él, donde nos abrimos a su amor y en los que, por nuestra parte, depositamos en Él nuestra absoluta confianza. Hoy recibimos de Jesús esa invitación. ¿Qué paso de confianza he de dar en mi vida? ¿En dónde o en qué puedo ejercitar esa confianza libre en Dios?
En la segunda parte del evangelio encontramos la pequeña parábola del siervo conocido como “inútil”… No es una expresión que nos guste en esta época. Pero si la trascendemos, podemos encontrar el sentido. Jesús se dirige a personas acostumbradas a vivir una espiritualidad del mérito. Nuevamente, buscando “seguridades”. Y, en su discurso, afianza la misma idea anterior de otro modo: la fe es un encuentro personal con un Dios que nos ama infinita y bondadosamente. Y hacer su voluntad, servir en su Reino, participar de su proyecto ha de ser la respuesta confiada que nos brota de esa experiencia de amor.
Si pensamos que haciendo algo (yendo a misa, rezando, haciendo voluntariado, dando limosna, etc., etc.) nos vamos asegurando un buen puesto al lado del Señor, igual tenemos que leer varias veces este evangelio. La mejor “recompensa” y “seguridad” ya se nos ha dado desde el principio: Dios, que nos ama, nos invita y cuenta con nosotros en su Reino.
Que la fe aumente en nosotros, sí, pero porque damos pasos confiados y generosos respondiendo a tanto amor.
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