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miércoles, 8 de octubre de 2025

¿QUÉ ESPERAS DE DIOS: CURACIÓN O SALVACIÓN? DOMINGO 28 (C) Lc 17,11-19


 Jesús va de camino hacia Jerusalén. En esa subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino como nos han hecho creer. Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su camino y tiene dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería imposible.

No debíamos decir ‘diez leprosos’, sino diez leprosos curados, uno salvado. En el texto vemos que la fe abarca no solo la confianza sino la respuesta, fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación.

Es el único pasaje del evangelio que distingue curación y salvación. Por eso es tan importante para descubrir el sentido de los milagros. El objetivo último de un milagro no era curar, sino la salvación que Jesús estaba haciendo presente. Por esta razón no debemos dar importancia ninguna a la historicidad de esos relatos. Son todos símbolos de salvación.

La lepra era el máximo exponente de la marginación. La lepra es muy peligrosa. Al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma sospechoso. De ahí que muchas de esas enfermedades se curaran espontáneamente. Tal vez por eso Jesús podía declarar a uno libre de lepra.

En este relato podemos apreciar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento estricto de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios estaría obligado a cumplir su promesa de salvación. Para los cristianos, lo esencial era el don gratuito de Dios y el agradecimiento de la persona.

En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio. La necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. El samaritano no estaba obligado a cumplir la Ley.

Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes se sintieron obligados a cumplir la ley. Para los nueve, volver a formar parte del organigrama religioso y social era la única salvación que esperaban. Los nueve vuelven a someterse a la institución. Vuelven a encontrarse con el dios del templo y de la Ley.

Los nueve fueron curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del estatus social. Todos nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades externas y a conformarnos con ello. Hemos metido a Dios en esa dinámica y solo esperamos de Él que nos dé seguridades.

La gratuidad absoluta de Dios, no solo exige nuestra gratitud, sino que nos obliga a imitarle en una total disponibilidad y entrega sincera los demás. Esa gratuidad no puede estar condicionada por nada. Se debe aplicar a todos y en todas las circunstancias. “La flor no tiene porqué – florece porque florece – no se cuida de sí misma – ni pregunta si la ven”.

No sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias. En ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez leprosos. Salvación es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que motivarnos para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que sea una manifestación de agradecimiento y fidelidad.

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