
Los tristes y alicaídos de nuestra sociedad y del mundo entero son una realidad en todas las capas sociales. La tristeza y el desánimo tienen anclados a ricos y pobres, a sanos y enfermos, cuando tantos hombres y mujeres no tienen sitio en el corazón de nadie hasta convertirse en una pandemia llamada “tristeza existencial”, como si fuese algo innato a la condición humana. Pero es evitable, en buena parte.
Depende de la actitud interior ante la situación con la ayuda de Dios. Siendo activos, sin resignarnos ni abrazados a la apología de la sumisión, la libertad nos permite actuar aun en los peores momentos; aunque solo quepa un rayo de esperanza desde la aceptación de cambiar la realidad contra toda esperanza. La llave de actuar interiormente en el ánimo, la sonrisa, buscando la salida al sufrimiento sin desmayo para que el fracaso interior no cierre otras puertas. Aunque solo podamos trabajar la mejora del talante al encontrarnos postrados en una cama, o desolados ante la pérdida de un ser muy querido. Esta actitud abre la puerta a la creatividad y el amor, a pesar de que el recorrido parezca largo o imposible.
Trabajar para la transformación del dolor en amor no significa aceptarlo pasivamente. Al contrario, supone un cambio interior enorme, por el cual las lágrimas amargas se vayan convirtiendo en don, aunque el hecho doloroso no cambie, pero se siente cada vez menos en forma sufriente (amargura y angustia) para transformarse y transformarnos en otra liberadora (aceptación y la paz interior). Así es como Dios, tantas veces, nos ayuda con su amor en lo inevitable, a base de luz y fuerza para superar el hecho que no ha cambiado. Esto resulta más entendible cuando lo llamamos por su nombre: madurez.
En una situación personal crítica, en plena Guerra Mundial (1942), y con los nazis a punto de masacrarla, Etty Hilessum buscaba a Dios desde un gran desconcierto personal. Y desde ahí ella muestra en su Diario el valor real de la iniciativa confiada en cualquier circunstancia, aun en medio de un escenario brutal de tristeza y desánimo: “Dios mío, estos tiempos son tiempos de terror. Esta noche, por primera vez, me he quedado despierta en la oscuridad, con los ojos ardiendo, mientras desfilan ante mí, sin parar, imágenes de sufrimiento. Voy a prometerte una cosa, Dios mío, una cosa muy pequeña: me abstendré de colgar en este día las angustias que me inspira el futuro. Pero eso requiere un cierto entrenamiento. De momento, a cada día le basta su pena. Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por adelantado. Sin embargo, hay una cosa que veo cada vez con mayor claridad: no eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos. Esto es todo lo que podemos salvar en esta época, y también lo único que cuenta: un poco de ti en nosotros (…) Dios mío, devuélveme un poco de calma. Y créeme, seguiré trabajando para ti, te seguiré siendo fiel y no te echaré de mi recinto.”
La joven Etty logró encarar, responder y perdonar transformando el desánimo en fuente de nueva Vida, Misterio y grandeza.
¿Qué hemos hechos con tantos dones en forma de calidad de vida y el Estado del bienestar? ¿Por qué tantas personas del Primer Mundo se van quedando en la cuneta, excluidas en forma de soledad, de paro y de tantas formas de marginación social? ¿Es Dios el culpable, o somos los humanos, desde nuestra libertad mal utilizada ayudamos a sufrir a tantos millones de personas, muy por encima de lo que la existencia nos depararía con otras actitudes? La respuesta del Evangelio a nuestra libertad es clara: “Dadles vosotros de comer” (Mt 14, 13-21) en el sentido más amplio de la expresión.
ANÓNIMO
A caer y volver a levantarte, de fracasar y volver a comenzar,
a seguir un camino y tener que torcerlo, encontrar el dolor y tener que afrontarlo.
A eso no le llames adversidad, llámale sabiduría.
Sentir la mano de Dios y saberte impotente,
fijarte una meta y tener que seguir otra, huir de una prueba y tener que encararla,
planear un vuelo y tener que recortarlo.
Aspirar y no poder, querer y no saber, avanzar y no llegar.
A eso no le llames castigo, llámale enseñanza.
Pasar juntos días radiantes, días felices y días tristes,
días de soledad y días de compañía.
A eso no le llames rutina, llámale experiencia.
Que tus ojos miren y tus oídos oigan, tu cerebro funcione y tus manos trabajen, tu alma irradie, tu sensibilidad sienta, y tu corazón ame.
A eso, no le llames poder humano, llámale milagro divino.
Gabriel Mª Otalora
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