fe adulta


Por Jesús sabemos que la voluntad de Dios es que vivamos compartiendo, perdonando, consolando, ayudando, sirviendo y trabajando por la justicia. Y lo sabemos porque él vivió así; porque pasó por la vida haciendo la voluntad del Padre. Como dijo su amigo Pedro: «Pasó haciendo el bien y ayudando a los oprimidos por el mal…», es decir, creando humanidad a su alrededor, y ésa debe de ser nuestra mejor guía y nuestra mejor oración.
Ahora bien, también sabemos que Jesús se retiraba con frecuencia a orar; que precisaba de la oración para afrontar la descomunal tarea que se había propuesto. Podemos imaginarle, allá en la soledad de la montaña, dirigiéndose a Abbá para compartir con Él sus anhelos, sus desvelos, sus fracasos y tentaciones; como lo hacen los hijos con su padre; porque Jesús había asumido íntimamente la condición de hijo y se confortaba de tanto desvelo y tantos sinsabores hablando con su Padre.
Así lo hizo en Getsemaní y salió confortado. Su Padre no le relevó de apurar el cáliz, pero Jesús se llenó de su Espíritu y afrontó la pasión con coraje inusitado. En la cruz se sintió abandonado y posiblemente fracasado «Dios mío, Dios mío…», pero tras esta oración afrontó la muerte dando una gran voz y saltando confiado en brazos de Abbá: «En tus manos encomiendo mi espíritu».
Un día, tiempo atrás, a orillas del lago, se alzó una voz entre la multitud que gritó: «Enséñanos a orar», y como siempre ocurría, la respuesta de Jesús sobrepasó toda expectativa, porque en ella nos hizo entrega de su Dios, Abbá, y partícipes de su propia relación con Él. Cuando oréis, nos dijo, no debéis dirigiros al Dios todopoderoso y eterno, sino a Abbá, vuestro padre, vuestra madre, porque no sois esclavos o asalariados, sino hijos amados. Y pedid lo importante; el Reino, el alimento, el perdón y la liberación de la esclavitud a que nos somete el mal.
«Así pues debéis orar vosotros: Padre nuestro, santificado tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad, danos el pan de cada día, perdónanos como nosotros perdonamos, y líbranos del mal».
Lo que se pide en el Padrenuestro es que “venga tu Reino”, que “se haga tu voluntad”, lo que equivale a una renuncia a todas las pequeñas peticiones que suelen poblar nuestras oraciones en favor de una aspiración de verdaderos hijos.
Como decía Ruiz de Galarreta: «El Padrenuestro es por tanto la oración de los hijos y constituye una profesión de fe, una confesión pública de nuestra relación con Dios y con los demás. Para rezar el Padrenuestro necesitamos elevarnos por encima de la mediocridad y hacer un acto consciente de que somos hijos constructores del Reino. Recitar el Padrenuestro es un fuerte desafío, y lo profesamos avalados por invitación de Jesús; porque nos dijo que orásemos así; por eso, sólo por eso nos atrevemos a decir...».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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