fe adulta

“Señor, enséñanos a orar” Lc 11, 1b., le pidió a Jesús uno de los discípulos cuando Jesús hubo terminado de orar. Aunque se pueden dar algunas indicaciones como hizo Jesús con ellos, a orar se aprende solo. Ya nos decía Santa Teresa de Ávila: “Orar es tratar muchas veces, a solas, de amistad, con quien sabemos nos ama”. Y se hace en soledad porque el trato es personal, parte de cada individuo, y aunque aprendemos mucho unos de otros cuando compartimos, al final, la amistad entre Dios y yo, como cualquier amistad, depende de las dos personas. ¿Se puede tener una amistad con Dios?
“Cuando oréis decid: Padre…” 11,2b. Eso no es lo que Jesús aprendió de los maestros de la Ley de su tiempo. “Abba” es una de las palabras que los eruditos en Sagradas Escrituras nos dicen que estamos seguros que Jesús pronunció. Una novedad que no fue bien acogida porque, aunque en el AT se afirme que Dios es Padre, nunca se le invoca como tal.
La palabra aramea Abba, la usaban los hijos (no solo los niños sino también los adultos), con sus padres. Era una forma de tratar con respeto. Jesús es el primero que la usa para dirigirse a Dios. Expresa la nueva relación de amor y confianza en Dios. Por eso nos atrevemos a hablar de amistad porque está basada en el amor y la confianza.
Los discípulos invocan a Dios como Padre y entonces aprenden que lo que hace hijos-as es el amor universal. El hijo/a, en la cultura semítica demuestra que lo es, no por la existencia dada-recibida, sino en la identidad de conducta; el hijo-a demuestra serlo con su actividad igual a la del padre.
Seguro que Jesús no nos quiso proponer una oración más, como las tantas que rezaban Él y sus contemporáneos, sino más bien que la oración siempre ha de tener dos componentes fundamentales: Dios y su proyecto, el reino.
Muchos se han quedado en el rezar, el Padrenuestro y muchas otras oraciones hechas, y no han pasado a ese nivel de amor y confianza al que estamos llamados desde el principio de nuestra vida.
Lo mismo que para muchos es inconcebible una amistad con Dios, y siempre hablan de Él como si fuera una tercera persona, parece que se les ha quedado fijado que la relación con Dios es sobre todo para “pedir” porque Dios es Omnipotente y eso que aprendimos en el catecismo está grabado a fuego y, es imposible de borrar.
Claro, si alguien intenta convencernos de que Dios no es Dios porque lo puede todo, y ese no es su máximo atributo ¿qué nos queda de la imagen de la infancia de que Dios es omnipotente, omnipresente, lo ve y lo juzga todo y puede cambiar en un segundo el rumbo de la historia?
Llamar a Dios “Padre” es una manera de interpretar a “Dios creador” que al crear a la persona humana no se queda solo en la imagen, sino que termina en la de “hijo/a”.
“Venga tu reino” es la preocupación de Jesús, un reino donde no es esencial la relación con Dios sino un nuevo modelo de sociedad para un mundo roto por la división y la lucha entre hermanos, un reino que, aunque le pedimos que venga sabemos muy bien que está en nuestras manos ir haciéndolo realidad.
Pedimos perdón porque, aunque nos llamamos cristianos, su proyecto no es lo que nos desvela, lo que nos quita el sueño, sino más bien que yo y los míos estemos bien. Eso es lo que le pedimos insistentemente y la fe se nos tambalea cuando no nos salen las cosas como quisiéramos.
Así no es posible construir una verdadera amistad porque para lograr ese amor tan desinteresado como lo es el de la amistad, lo que preocupa al otro se tiene que convertir en mi preocupación y tarea.
Para acabar Jesús pone un ejemplo de alguien que necesita que un amigo le eche una mano para ayudar a otro. Por eso dice: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis llamad y se os abrirá”, es decir, manteneos en una actitud despierta, activa y encontraréis lo que necesitáis, quizá no tanto para vosotros como para los demás.
Pedir, buscar, llamar, es propio del amigo que tiene la confianza suficiente para hacerlo y sabe que tarde o temprano hallará lo que necesita.
Orar, tratar muchas veces a solas de amistad con quien sabemos nos ama, es el mejor tiempo “perdido”; nos habla de Dios y de nosotros, nos da luz para el camino, nos pone en nuestro lugar, nos regala el Espíritu, que hace posible que sigamos caminando con todo y a pesar de todo.
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