
La iglesia está llena de gente que pide a Dios que haga lo que ellos tienen que hacer.
Me quedo muy impresionado por las peticiones que se hacen a Dios en la Eucaristía. Muchas veces se le piden cosas muy abstractas: la paz, por el clero, por los políticos, que llegue la evangelización a ciertos países. Otras veces, problemas que nosotros tenemos y nos toca solucionar: un aprobado, una curación, un resultado eficaz.
Hasta le pedimos que nos toque la lotería, que ganemos en el partido…
El dicho: “Señor, échame una mano para resolver este problema”. Y la contestación de Dios: “te he dado dos manos”.
Me choca en principio porque el ritual de la eucaristia dice “Oración de los fieles”. Y el cura recita él todas las peticiones, normalmente siguiendo un libro. El caso es que todos respondemos: “te rogamos, óyenos”.
Pienso que:
1.- Han de ser los fieles, los que tras las lecturas y viendo la realidad de la comunidad y del mundo, dialoguemos con Dios y tratemos en amor sobre esa realidad.
2.- Que cada uno de nosotros nos impliquemos en resolver con Dios esos problemas y realidades.
3.- La petición no necesita ofrecer velas, con dinero a cambio. Lo que sí deberíamos conseguir es ver y descubrir las actitudes que hemos de tomar ante aquella realidad: “A Dios rogando y con el mazo dando”.
4.- No se trata de convencer a Dios para que nos dé lo que le pedimos, sino simplemente escuchar a ver qué nos dice ante ese planteamiento.
Ante toda necesidad, podemos primero ver cómo podemos nosotros resolverla y escuchar lo que Dios nos dice. Somos una comunidad que, en contacto con Dios, tratamos de resolver nuestros problemas.
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