fe adulta
Los de cerca (*) se alegrarán de saber que esta fiesta se llama en oriente “el encuentro” (Hypapante) en griego. En occidente tomó el nombre de la purificación de María o “la candelaria” porque la ceremonia más vistosa de este día era la procesión de las candelas. En la nueva liturgia se llama “la presentación del Señor”. En esta fiesta se retoma el simbolismo de Epifanía y se recuerda a Jesús como luz de todos los pueblos.
Para comprender los textos debemos recordar que la familia de Jesús procedía de Judea. Nos da pie para sospechar esto los nombres de sus miembros y los numerosos indicios que encontramos en todos los evangelios. Se trasladarían desde Judea en alguna repoblación que se llevó a cabo en Galilea después de las deportaciones.
Que Jesús como primogénito debía ser rescatado y María como recién parida tenía que purificarse no es noticia; todo judío tenía que cumplir la Ley. Lo único que intenta decirnos es que eran auténticos judíos. Los galileos, por estar lejos, escapaban al control de los oficiales y eran mucho menos estrictos en el cumplimiento de las normas. Seguramente por esa razón insiste el texto en que eran cumplidores de las leyes.
Aunque es muy probable que María y Jesús fueran al templo a los cuarenta días de nacer, no podemos estar seguros de lo que pasó. Parece que, según la Ley, ni Jesús ni María tenían obligación de subir al templo para cumplirla. El relato es teología que intenta presentarnos a Jesús integrado en el pueblo judío. Todo son símbolos, incluidos los dos personajes que aparecen como próximos al templo y esperando la salvación.
En la ley de Moisés estaba prescrito que todo primogénito debía dedicarse al servicio de Dios en el templo. Cuando ese servicio se reservó a la tribu de Leví, los primogénitos debían ser rescatados de la obligación de servir al Señor, pagando 5 siclos de plata. Las ofrendas eran exigidas para la purificación de la madre. Lucas nos advierte que José y María tuvieron que conformarse con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas.
Es inverosímil que un anciano y una profetisa descubrieran en un niño, completamente normal, al salvador esperado por Israel. Pero es interesante lo que Lucas señala: que dos ancianos del pueblo se hubieran pasado la vida esperando y con los ojos bien abiertos para descubrir el menor atisbo de que se acercaba la liberación para el pueblo. No me extraña que Lucas muestre a María y José pasmados ante lo que oían del niño.
Pero la extrañeza carece de lógica, si tomamos por cierto lo que nos había dicho en el capítulo anterior. María tenía que haber dicho a Simeón. Ya lo sabía, yo misma he dado consentimiento para que en mi seno se encarnara el Hijo de Dios. Además, los ángeles y los pastores les habían dicho quién era aquel niño. Una prueba más de que en los relatos de la infancia no tenemos que buscar lógica narrativa, sino impulso teológico.
Simeón va al templo movido por el Espíritu. No solo toda la vida de Jesús la presenta como consecuencia de la actuación del Espíritu, todo lo que sucede a su alrededor está
dirigido por el mismo “Ruah” de Dios que estaba llevando adelante la liberación de su pueblo. La voluntad de Dios se va manifestando y cumpliendo paso a paso. Todo lo que sucede en torno a Jesús tendrá como última consecuencia la iluminación del mundo.
Ana aparece más pegada al AT. Identificada con el Templo que era la columna vertebral de toda la espiritualidad judía. Toda su vida al servicio de la institución que mantenía viva la esperanza de una definitiva liberación. Es muy curioso que proclame la grandeza del niño que va a desbaratar esa misma institución y a proponer algo completamente nuevo, para una relación con Dios absolutamente distinta.
Debemos resaltar que los números que se refieren a la edad de Ana son simbólicos. Se casaban a los 14 (dos veces 7). Siete de casada. 84 (12x7) de viuda. El 12 número de las tribus de Israel y el siete, el número más repetido en la Biblia como signo de plenitud. Fijaros que 14+7+84=105. Esa edad era impensable en aquella época.
¿Qué puede significar para nosotros hoy esta fiesta? Me acuerdo cuando se celebraba con gran solemnidad. Era una de las grandes fiestas del año litúrgico. Hoy tenemos que esperar la carambola de que caiga en domingo para poder hacerle algún caso. Vamos a intentar aprovechar esta oportunidad para acercarnos al Jesús que fue tan niño como todos nosotros y vivió la pertenencia al pueblo judío con toda normalidad.
El final del relato es más realista: El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría. Como todos los niños nació como un proyecto y tiene que desarrollándose. Se ha olvidado de todas las maravillas que nos había contado sobre él. Debemos convencernos de que fue un niño completamente normal, que, como todos los niños, tuvo que partir de cero y depender de los demás, para ir completando su personalidad.
En el relato del niño perdido, es más concreto: “Y Jesús iba creciendo en estatura en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres”. Lucas lo tiene claro: Es un niño normal que tiene que recorrer una trayectoria humana exactamente igual que cualquier otro niño. No es esto lo que hemos oído. El haberle divinizado desde antes de nacer, nos ha separado de su humanidad y nos ha despistado en lo que podía tener de ejemplo.
Que Jesús haya desarrollado su infancia en contacto con una religiosidad judía es muy importante a la hora de valorar su trayectoria. Si no hubiera vivido dentro de la fe judía, nunca hubiera llegado a la experiencia que tuvo de Dios. Lo que Jesús nos enseñó no lo sacó de la chistera como si fuera un prestidigitador. Fue su trayectoria religiosa lo que le llevó a la experiencia de Dios que luego se transformó en mensaje.
Todo lo que Jesús nos contó sobre Dios, lo vivió antes como hombre que va alcanzando una plenitud humana. Su propuesta fue precisamente que nosotros teníamos que alcanzar esa misma plenitud. Su objetivo y el nuestro es el mismo: desplegar todo lo que hay de posibilidad humanizadora en cada uno de nosotros. Esa posibilidad de crecer hasta el infinito está disponible gracias a lo que Dios es en cada uno de nosotros.
Con mucha frecuencia la misma religión nos propone unos logros intermedios como meta y nos despista de lo que tenía que ser el punto de llegada de toda trayectoria espiritual, que es lo verdaderamente humano. Todo lo que nos dice la religión, que no sea esta meta, debemos considerarlo como medio para alcanzar ese fin.
(*) Nota de la edición: Cada semana la comunidad de Parquelagos, “los de cerca”, se reúnen para comentar el evangelio y a esa reunión le llaman “El encuentro”.
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