Ante la pregunta que se me dirige, ¿Qué significa para mí ser dominico hoy?, me veo confrontado conmigo mismo. Es una pregunta que se dirige al fuero interno, personal. Por tanto, su respuesta brota también desde ahí. Ello no obsta el poder constatar que uno vive, respira y se nutre de lo que con otras personas comparte. El carisma dominicano, al igual que cualquier otro carisma, no es exclusivo de nadie en particular. Sin bien es verdad, todo carisma en la Iglesia requiere de personas concretas, de carne y hueso para hacerse realidad y desarrollarse. Toda espiritualidad carismática se hace visible o se representa en la vida personal y comunitaria de aquellos que a ella pertenecen. El carisma tiene una vertiente social y está por lo tanto encarnado en la realidad humana de las personas y sus contextos culturales e históricos.
Volviendo a la pregunta, ¿Qué significa para mí ser dominico? Ante todo, es una vocación que te educa en un estilo y modo de ser. La Orden de Predicadores siempre me ha dado la libertad de ser yo mismo. Es una experiencia que agradezco enormemente. En ella, en la Orden, he ido madurando los diversos aspectos de mi personalidad con libertad y acompañamiento. Las comunidades en las que he vivido durante mis años como religioso dominico fueron mi espacio principal de crecimiento y maduración en los diversos aspectos de la propia humanidad, así como en la fe cristiana sobre la que se sostiene toda vocación. Afirmo la alegría personal de pertenecer a una tradición carismática sumamente rica y valiosa en sus diversas aportaciones históricas que, más allá de los momentos más penosos qua haya podido tener, predomina lo bueno y positivo. Su tradición teológica y carismática es de eminente actualidad.
Libertad para pensar
Los dominicos nunca me dijeron lo que tenía que pensar sobre esto o lo otro. Eso sí, me dieron herramientas de pensamiento para lograr pensar por uno mismo, para madurar el propio pensamiento, la propia búsqueda de la verdad buscando siempre el mejor argumento. También me ayudaron a mantener siempre una postura abierta al pensamiento de los demás, aunque no necesariamente se esté de acuerdo con otros puntos de vista o con otras miradas sobre la misma realidad. Éste fue mi mayor y mejor aprendizaje. Algunas veces pensamos que acceder al diálogo y al encuentro con los otros, piensen lo que piensen, es una muestra de debilidad. Todo lo contrario. El encuentro dialogal con los demás nos permite a todos, maduramente implicados, mover las posturas, perfilar mejor las propias convicciones y, sobre todo y lo más importante, valorar y respetar los enfoques de los demás al conocer en carne propia la vida que respalda los modos de situarse que tiene cada uno.
El diálogo y encuentro con lo diferente me ha reforzado mucho más en la propia fe y en las propias convicciones. El encuentro con los que piensan distinto perfecciona la propia mirada sobre la realidad nunca completa. Nos ayuda a percibir mejor los puntos más débiles que toda mirada parcial tiene. Además, los cuestionamientos de los demás nos ayudan a perfilar mejor los propios argumentos y puntos de vista. Para argumentar con autoridad, uno mismo tiene que trabajar mucho sus propias convicciones y creencias e incorporar a sus puntos más débiles las fortalezas que otras convicciones diferentes también ofrecen.
La fortaleza del estudio
Los dominicos no solamente acudimos a la herramienta del estudio para profundizar en la realidad, conocerla y diseccionarla en un sinfín de datos y argumentos. El estudio riguroso nos ayuda a querer aún más al mundo que tenemos entre manos. No porque este sea necesariamente el mejor, sino porque es en el que nos movemos y existimos. Por eso hemos de amarlo. Desde el cariño por las cosas del mundo procuramos mejor su transformación. Por eso no lo condenamos, aunque esté lleno de limitaciones, incluso de pecado en nuestro lenguaje cristiano. Es más fácil condenar que salvar; maldecir que bendecir. La condena excluye, deja de creer en las posibilidades de salir adelante, de reconducir las cosas, de enmendar el error. La confianza en el mundo y en las personas cree en sus posibilidades, en su capacidad de superación. La confianza responsable en las personas saca lo mejor de ellas mismas.
La tradición dominicana es la tradición teológica de la gracia. Ella me ha enseñado a pensar y mirar lo que a uno le rodea más desde la gracia que desde el pecado. Más desde la confianza que desde la sospecha. Cuando las grandes figuras que nos precedieron fueron capaces de encontrar en el mundo y en las personas la gracia de Dios, aportaron humanidad y desarrollo. Cuando los que nos anteceden no fueron capaces de entender adecuadamente y a la luz de Dios lo que estaba ocurriendo en su momento histórico no lograron avanzar en la predicación del Evangelio. No lograron abrazar y querer al mundo como viene y se presenta, perdiendo la oportunidad de transformarlo. Cuando no apreciamos el mundo en el que estamos, aunque muchas veces se nos muestre duro e intransigente, lo dejamos a su suerte. Inmóvil en su propia ceguera. Revoluciona y provoca más cambio en las personas la bendición confiada en ellas que la maldición y la condena.
El objetivo de todo hombre y mujer de bien es el cambio de la realidad y de las cosas para mejor. Percibir la bondad de Dios en lo creado no es una tarea nada simple y fácil. Pero es la tarea que debemos asumir si queremos promover y potenciar el bien en todos los órdenes de la vida. Si queremos que el mundo siga avanzando hacia algo mejor.
El ministerio de la predicación
En la vida todos tenemos personas que nos han ayudado especialmente a ser mejores, más auténticos, más comprometidos con los demás y con las búsquedas y zozobras del mundo. Doy gracias a Dios y a la vida el haber podido gozar de esos maestros de vida que he encontrado, no sólo, entre los dominicos. Ellos me enseñaron que la predicación, su ámbito, no es sólo el recinto de una Iglesia. El ámbito para escuchar la buena nueva es tan amplio como la vida. Donde está la vida, están nuestras preocupaciones, nuestros miedos, nuestras intuiciones y sobre todo nuestras esperanzas. Es el mundo de la palabra, de lo que se puede decir… todo lo que es humano adquiere vida en la Palabra. Somos frailes de la palabra.
Cuando en la predicación del Evangelio interactuamos con los demás ganamos amigos, decía uno de los mejores profesores que he tenido. Los otros, continuaba diciendo, nos ayudan a ver las cosas de otra manera, a descubrir otro mundo, a iniciar un camino nuevo. Cuando uno vive enfrascado en un mundo de ideas fijo o de libros cerrados, lo más importante es sentir palpitar un corazón. Se consigue cuando se inicia una conversación. Nada ayuda tanto a superar la intolerancia o el desinterés como descubrir que las ideas están entretejidas con sentimientos, con experiencias, con opciones. Es apasionante. Los dominicos no sólo tenemos una gran biblioteca, tenemos más amigos que libros. O al menos eso es lo que quisiéramos. Esa es nuestra riqueza. Y la amistad regala libertad, poder disentir sin herirse, poder dialogar con decoro y fraternidad. Podemos presentir que estamos muy lejos los unos de los otros porque nuestras ideas nos separan e incluso enfrentan. Hasta la contraposición de ideas puede herirnos en el alma. Cuando el pálpito del corazón se aproxima todo cambia.
El diálogo fe-cultura
A lo largo de estos años, me han preguntado en más de una ocasión cómo dialoga la fe con la cultura, le preguntaban a un dominico hace algún tiempo. Hago mías sus elocuentes palabras a modo de respuesta: Yo suelo responder diciendo que no dialogan ni la fe ni la cultura. Dialogan las personas. Unas con experiencia de fe y otras sin ella; unos desde una experiencia hermosa y enriquecedora y otros desde una experiencia amarga; unos lo hacen desde el ámbito de las humanidades y otros desde las ciencias más empíricas, pero todos necesitamos oír y escuchar porque todo ello configura el sentido de nuestra vida y da consistencia a nuestro respecto y a nuestra libertad.
No quisiéramos los dominicos que llegara un momento donde la fe y la cultura fueran entre sí como grandes desconocidas y sus interacciones y relaciones fueran tan distantes y frías que no pudieran encontrarse. Si llegase ese momento viviríamos en la mayor de las ignorancias donde la intransigencia y el fundamentalismo acampan a gusto, pensando ingenuamente que ya son dueños del mundo y de los demás.
La predicación más allá de la comunidad cristiana
En la Orden lo hemos dialogado muchas veces en nuestros encuentros comunitarios sobre la predicación más allá de la comunidad cristiana. También en nuestras reuniones capitulares donde discernimos los temas que nos preocupan y sobre los que debemos tomar una postura común dialogamos frecuentemente sobre la predicación más allá de las fronteras eclesiales. Lo dominicos intentamos tener claro que la predicación en nuestro mundo de hoy sólo llega a quienes no acuden a las iglesias mediante la creación de ámbitos de encuentro, con un clima de diálogo abierto y sincero. No mediante el adoctrinamiento. Hay ámbitos sociales, no necesariamente eclesiales, donde podemos encontrar a personas magníficas que no son creyentes y de los que podemos aprender muchas cosas los cristianos y ellos también pueden aprender mucho de nosotros y de la rica tradición cristiana que tanto ha aportado al pensamiento y a la cultura a lo largo de los siglos. Este es nuestro reto con el mundo no creyente.
El contacto con los alejados de la fe nos estimula a los creyentes a profundizar en nuestra fe y a crear actitudes que permitan una convivencia respetuosa. La experiencia de fe es una gracia y un don, no una imposición. Nuestra predicación consiste en ofrecerla y compartirla, no en imponerla y exigirla.
Fray Jesús Díaz Sariego, op, Provincial Dominicos Provincia de Hispania
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