Cada 25 de noviembre, día en que internacionalmente se insiste en la urgencia de “Eliminar la Violencia contra las mujeres”, se realizan marchas, se lanzan consignas, se busca crecer en la conciencia sobre esta realidad para que no acontezca nunca más. Sin embargo, no es fácil mantener el ímpetu, ni la voluntad de cambio porque los seres humanos buscamos estabilidad y, en cuanto encontramos una manera de estar en el mundo que no nos traiga demasiados problemas, dejamos la lucha, la militancia, la constancia, e incluso los ideales de hacer de nuestra realidad algo distinto.
Una de las violencias más fuertes y evidentes contra las mujeres, es la violencia física que llega incluso al asesinato, tipificado por la ley como feminicidio. Cada vez que hay noticias sobre algún feminicidio algunas voces se levantan, pero también a esas noticias nos vamos acostumbrando. Incluso se niega o se justifican con la típica frase de más de una persona -y lamentablemente muchas veces mujeres- de que los varones también sufren violencia y que cuando van a los tribunales no les creen sobre esa violencia y que, en realidad, ellos son más víctimas que las mujeres. Por supuesto que hay varones que también sufren violencia por parte de las mujeres y pueden tener muchos tropiezos en las acciones legales. Pero la proporción de la violencia ejercida contra cada uno de los sexos, no tiene comparación, ni históricamente, ni en la actualidad. Además, hay un hecho que hace más dura le violencia contra las mujeres: se les ataca por muchas razones, pero también por ser mujeres. El sexo femenino tiene una connotación subordinada, inferior, cosificada que hace tan fácil que se ataque a las mujeres por serlo y de ahí viene la tipificación del feminicidio. A los varones se les ataca también, pero no por ser varón, sino por odio, venganza, etc. No se niega lo horroroso de esta violencia, pero es muy grave la violencia por razón de pertenecer al sexo femenino.
La violencia más sutil, menos visible, que es fácil pasarla de largo es esa violencia de palabras, actitudes, chistes, ironías, gestos, etc., que suceden cotidianamente entre amigos, entre marido y mujer, entre conocidos, en las relaciones diarias con la gente con la que se interactúa. Nadie duda de la buena voluntad de las personas y de que algunos se sienten atacados -cuando se les hace caer en cuenta en su actitud o expresión machista- y también de la ignorancia o poca conciencia que se tiene sobre esta realidad. Entender y develar el machismo exige atención, estudio, reflexión y conversión efectiva de la persona, reconociendo lo que tiene introyectado de la mentalidad patriarcal en la que se ha crecido y tomar la decisión de aprender a vivir las relaciones humanas sin machismo. Esto es tarea de varones y mujeres. Porque una vez más, hay que reconocer que son muchas las mujeres que mantienen la mentalidad machista, la fomentan y la dejan estar en sus maridos y sus hijos y hasta se enfadan cuando se habla del tema. Apelan a qué ellas nunca se han sentido maltratadas y que tanta queja desdice de las mujeres.
Podríamos detallar más tipos de violencias, pero terminemos refiriéndonos a una de las violencias que la comisión de mujeres del CELAM ha destacado este año, para la conmemoración de este 25 de noviembre. Nos referimos a la violencia espiritual que supone “utilizar la fe como herramienta de control, distorsionando el mensaje de amor y justicia para manipular o silenciar a las mujeres”. Muy importante este tipo de violencia. No hay un lugar más difícil de hablar de feminismo, de derechos de mujeres, de violencia contra ellas que las instituciones eclesiales. Si por muchas razones a la mujer se les silencia en las iglesias o se les exige actitudes o uso de velos, faldas largas, blusas cerradas, etc., con más razón, si se ponen estos temas para la discusión se considera que falta fe o no se tiene la capacidad de sacrificio y resignación que tuvo la virgen María (cosa que tampoco es una afirmación acertada con respecto a lo que los evangelios dicen de María), o se está atentando contra la familia, etc. Es decir, fuera de sufrir por la violencia que las mujeres viven en la sociedad no se cuenta, decididamente, con la institución eclesial para apoyar, denunciar y liberar a las mujeres de tanta violencia. Es muy peligroso apelar a la fe para mantener el silencio, la sumisión, el aguante bajo la pseudo razón de salvar a la familia por la capacidad de sacrificio de las mujeres. Por el contrario, es necesario juntar fe y vida, compromiso de fe contra la violencia de las mujeres, fuerza para levantar la voz y que tanta violencia no se admita más.
El lema señalado por la comisión de mujeres del CELAM es muy importante: “No callarás”. Efectivamente es tiempo de no callar ningún tipo de violencia que sufran las mujeres, seguir tomando conciencia de ellas y denunciarlas para transformarlas. Que este 25 de noviembre, mucho más desde una postura creyente, no decaigamos en el esfuerzo por transformar los ambientes para una vida segura para las mujeres.
Y, por supuesto, “no callarás” ad intra de la institución eclesial porque la Iglesia continúa negando la participación plena de las mujeres en la Iglesia, justificándolo con razones que bíblica, ni teológicamente, son válidas.
Consuelo Vélez
Religión Digital
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