Durante los días pasados, las víctimas y supervivientes de la pederastia en España, representadas por las asociaciones ANIR, Lulacris y AVA, participaron en tres eventos significativos que facilitaron una catarsis colectiva: la reunión con el gabinete del Ministerio de Juventud e Infancia, la entrega de los Premios de Protección a la Infancia y la asistencia al Congreso de los Diputados para presenciar la comparecencia del Defensor del Pueblo ante la cámara.
Fueron días profundamente emotivos para quienes, en otros tiempos, vivieron presos de la incredulidad, el estigma y la ignominia. Por fin, se sentían arropados por personalidades, entidades y periodistas representativos de la sociedad española. El silencio comenzaba a resquebrajarse y, con ello, la vergüenza que durante años habían sentido. Las lágrimas que brotaron, dibujaban en sus rostros la complicidad, la gratitud y el vínculo forjado con los protagonistas de los diferentes relatos, incluidas las personas premiadas y las intervenciones que realizaron.
A pesar del dolor y el sufrimiento, lo más reconfortante fue comprobar cómo, en una causa común, convergieron personas que decidieron vivir, avanzar, luchar y, a pesar de todo, seguir riendo y albergando una posible esperanza. Su ejemplo demuestra que, incluso en los momentos más oscuros, cuando el dolor y la soledad dificultan cualquier progreso, es posible encontrar una salida que dignifique.
Nada de esto habría sido posible sin el esfuerzo y trabajo incansable de las citadas asociaciones, pero, sobre todo, de la familia Cuatrecasas-Cuevas. Su papel ha sido clave como la argamasa que une, fortalece y sostiene los anhelos compartidos por las diferentes individualidades comprometidas en esta tarea.
En cuanto a la Iglesia de España, son de agradecer los gestos del actual presidente de la CONFER, el señor Díaz Sariego, y del arzobispo de Madrid, el señor Cobo, así como de Juan Carlos Cruz. Sin embargo, es necesario reflexionar sobre el papel público que desempeña el secretario de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el señor García Magán. Su actitud parece alejada de los valores cristianos de justicia, humildad y compasión. En lugar de promover la reparación y la transparencia, sus declaraciones suelen estar marcadas por polémicas y un aparente cinismo, priorizando la defensa de la estructura eclesial sobre la verdad y la justicia que demandan las víctimas, renunciando a la verdad de Cristo, en la que también se incluye la capacidad de enfrentarse a la persecución y la inacción que siguen sufriendo los damnificados de los pederastas católicos.
El señor García Magán, como si todavía fuese un joven inmaduro, insiste en comparaciones y acusaciones que responsabilizan a otros, pero no ofrece respuestas claras a cuestiones capitales como: ¿Por qué la Iglesia española no colabora plenamente con el Estado? ¿Por qué boicotea las directrices de la Santa Sede? ¿Cuándo asumirá su responsabilidad promoviendo indemnizaciones y el reconocimiento de las víctimas en las diferentes diócesis? ¿Cuándo pondrá a disposición de los denunciantes los expedientes de los procesos canónicos?
Mientras estas preguntas permanezcan sin respuesta, la Iglesia continuará eludiendo sus responsabilidades, utilizando este tema para sus batallas ideológicas, las cuales no son nuevas, sino heredadas de figuras tan dañinas para los derechos y libertades civiles como Rouco Varela y Cañizares: prebostes católicos que militaron en la obstrucción y el vilipendio sistemático de derechos constitucionales tales como el matrimonio entre personas del mismo sexo.
El señor Magán, en lugar de favorecer el entendimiento, opta por hacer declaraciones incendiarias y poner palos en las ruedas, refugiándose en la altanería de su mitra, la soberbia de su báculo y cayendo en el relativismo moral para fundamentar su defensa. Evitando, de ese modo, cumplir con su propio lema de ser «un hombre entre los hombres». Debería, en cambio, demostrar un liderazgo comprometido, acorde con las responsabilidades de su cargo, y abrirse a una introspección que refleje la bondad y la compasión genuinamente cristianas, alejándose de los paradigmas abyectos y fanáticos que pretenden hacerse un hueco como respuesta a la postmodernidad.
En este punto, es oportuno recordarle que, al igual que la Santa Sede puede proponer modificaciones en los acuerdos con España, el Gobierno español también puede hacerlo. ¡Faltaría más! Esta tarea podría iniciarse desde el Ministerio de Asuntos Exteriores o la Unión Europea, en coordinación con los ministerios afectados. Iniciativa a la que también podrían unirse los diferentes grupos parlamentarios a través de resoluciones o proposiciones no de ley, así como la sociedad civil, mediante el asesoramiento de expertos y el trabajo de colectivos sociales.
Para ir concluyendo, cabe señalar que el señor García Magán debe abandonar la retórica que alimenta el conflicto, revestirse de humildad y misericordia, actuar con mayor determinación y dignificar, así, tanto su cargo como la causa de las víctimas de la pederastia de la Iglesia española. Ellas piden hechos y reparación ya.
Ciro Molina de León
Religión Digital
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