Es legítimo que a toro pasado empiecen a recordar algunas personas signos y detalles que llamaban la atención de la comunidad de clarisas de Orduña. Eran críticas con el Papa Francisco pero es que a muchas comunidades religiosas el documento “Cor Orans” de 2018 no les gustó un pelo; eran piadosísimas, se pasaban más de la mitad de la misa de rodillas. Hasta en una ocasión un claretiano aprovechó a explicarles el sentido de las diversas posturas en la misa, invitándolas a alzarse sin miedo y a sentarse cómodas; si ya vivían en Derio, ¿por qué se fueron a Orduña?; Llevaban una vida muy activa, ajetreada incluso, y vivían con pasión las ventas de su repostería. Si a todo eso le sumamos la aparición de un benefactor anónimo para la operación de compraventa, que aún sigue en el anonimato parece ser; el deseo de perpetuarse en el cargo de la superiora; y la adhesión al carnavalero fascista, ya tenemos el boceto de todo este cuadro.
Por cierto y permítanme una digresión: si, salvo en carnavales, o quizá incluso en carnavales, ir disfrazado de Guardia Civil o de militar, es motivo de sanción, ¿por qué disfrazarse de obispo, fuera de los carnavales insisto, sin serlo, no es motivo de sanción? ¿No es acaso un delito de usurpación de identidad? Si hacerse pasar por médico sin serlo es un delito ¿hacerse pasar por obispo sin serlo? Ahí lo dejo.
Quizá esta historia haya sido providencial, y Dios sabe sacar bien del mal. De siempre se ha sabido que en el convento han acabado muchas personas con problemas de madurez, de identidad, de trastornos psicológicos, mayormente leves, pero que usando palabras y expresiones “mágicas” del vocabulario eclesiástico se han ido aceptando, confiando en el milagro de la mano de Dios para cambiar a las personas.
Lo que pasa es que Dios, precisamente Dios, respeta como nadie a las personas, y son ellas las que tienen que poner los medios para cambiar.
¿A qué palabras y expresiones me refiero? vayan aquí algunas: discernimiento, vocación, llamada de Dios, dirección espiritual,… Ahora las clarisas, o exclarisas, pueden usar esta terminología y dejar sus conciencias tranquilas porque: han llevado un largo discernimiento para conocer la voluntad de Dios y responder desde la verdad a su llamada. Siempre acompañadas de una dirección espiritual que han tenido que buscar hasta encontrar la paz de espíritu necesaria para seguir con su vocación. ¡Y se quedan más anchas que largas! ahí tienen ustedes la explicación del camino tomado. Ahora dígales usted que esto no es cosa de Dios sino del diablo.
Es posible que haya llegado el momento de abrir el melón y hacer un DAFO a la vida consagrada para volver a poner en valor sus fortalezas y oportunidades desde el reconocimiento de sus debilidades y amenazas. Y para esto, doctores tiene la Santa Madre. Aunque la corrección fraterna de las hermanas y hermanos en la fe y en la comunidad y forma de vida contemplativa también es importante.
Creo sinceramente que desde la Iglesia, entiéndase el Arzobispado de Burgos, los obispados de Bilbao y Vitoria, o incluso Roma, además de los técnicos en materia espiritual que consideren ofrecer a estas mujeres deberían acertar primero en la figura de un mediador o mediadora cualificado, estoy pensando en otra persona de vida consagrada formada y empática para acceder a las religiosas de Belorado y Orduña; y tener en retaguardia a un equipo de psicólogos y quizá psiquiatras para recomponer el daño que ellas mismas se están haciendo y que otros les han llevado a cometer.
Ayer apuntaba a la figura de Sor Verónica como posible mediadora.
Ello no quita para que las cuestiones económicas sigan su curso civil y judicial si es preciso y que se demanden las responsabilidades oportunas si se consideran probadas las negligencias e identificados los responsables. Porque hermanas sí, pero “primas” nunca. Puede haber sororidad, pero siempre hay líneas rojas que no se podrán cruzar.
Cuán diferente es la vida de fe cuando se convierte en “una forma de vida”, de cuando “tu vida depende de ello”. Dicho de otro modo, no es lo mismo creer en Dios y vivir tu vida, que tu vida dependa de cómo crees en Dios. Por eso una opción por una vida ligada a una institución religiosa marca sustancialmente tu libertad, ese bien tan preciado.
Todos de alguna manera acabamos aceptando estar sujetos a algo y/o a alguien, de forma temporal o en una apuesta “de por vida”: la paternidad, el matrimonio o una unión de convivencia al nivel que sea, una opción laboral, o incluso hasta una amistad. Y por supuesto una opción de vida en comunidad con sujeción a unas normas y unos votos que incluyen la obediencia a tu superior. La vida religiosa estima en mucho la disciplina como valor clave del compromiso religioso, disciplina para con Dios y para con los hermanos o hermanas.
Pero sin renunciar a ser uno mismo y a pensar por sí mismo. Ya lo ejemplificaba el vicario de Vida Consagrada hablando de lo sano que es la discrepancia a la hora de elegir una madre superiora.
Se parte de una renuncia ejercida con libertad, sí, pero renuncia al fin y al cabo a una parte de tu libertad.
En ese marco de vida es donde el día a día puede ser un cielo o un infierno; una bendición o una maldición; una suerte o una desgracia, todo va a depender del entorno que te encuentres y de los límites que se respeten en las relaciones interpersonales, sobre todo entre superiores y sumisos a su poder.
Cuando en los criterios de vida entran en juego cuestiones morales e ideológicas estas pueden condicionar a las personas hasta límites insospechados, y ahí es donde se cuelan hasta los abusos de poder que se apoderan del alma y del cuerpo de las personas que son víctimas.
El convencimiento de “verdades” absolutas; el recurso a rituales y ritos recargados; la aparición de escrúpulos sobre cuestiones naturales y cotidianas; el radicalismo ideológico con el rechazo más absoluto al que no piensa como “nosotros”; todo va instalándose en la conciencia y en el subconsciente de la víctima hasta anularla como persona y convertirse en un instrumento al servicio del interés de otros, de los que ordenan su vida de principio a fin.
Claro que existe la otra posibilidad, la de vivir una vida plena, libre, sujeta a unos hábitos y compromisos, pero desde la libertad, ser parte de una comunidad sin dejar de ser uno mismo. Pero todo lo anterior también existe y a veces sale a la luz. Por eso es muy importante tener una buena formación en materia religiosa, para saber discernir en esta vida y actuar con criterio propio, hasta para equivocarse.
Frente a este tema desde otros conventos prefieren refugiarse en la oración, el silencio como consigna y el dejar hacer a las autoridades eclesiásticas. Pero más allá del morbo que atrae a los medios de comunicación, a muchos nos gustaría saber la verdad para entender, y, más tarde o más temprano habrá que abordar las debilidades que se viven en la vida monástica, que pueden acabar derivando en asuntos como el que nos ocupa, para defender precisamente sus fortalezas, que son las que presiden la mayoría de las comunidades de vida contemplativa. Pulmón de la Iglesia por su dedicación a una vida de oración y sacrificio, además de al trabajo que les permite vivir como el resto de los mortales. Y qué por cierto fue lo que les conminó a hacer Pío XII a las monjas de vida contemplativa.
Vicente Luis García Corres (Txenti)
Religión digital
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