"Estupefactos y admirados decían: ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros los oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios". (Hech 2, 7-11)
Esto sería hoy día un verdadero chollo, si nos atenemos a la sociedad en que vivimos, tan ocupada y preocupada por aprender un idioma con el que poder comunicarse con los millones de personas que habitamos un planeta global y globalizado. Para explicar lo ocurrido, según la narración del libro de los Hechos, la Iglesia y la teología se apresuraron muy pronto a denominarlo como "don de lenguas" o "glosolalia", atribuido al Espíritu Santo.
No tengo nada que decir respecto a ello. Pero, a mí me resulta más fácil buscar otro tipo de explicación más en consonancia con el propio Evangelio. Aunque me temo que esto no sea suficiente para que alguien deje de considerarme incrédulo o descreído, cuando menos.
No sé si es o no oportuno, en este momento, pero se me antoja traer a colación el pasaje del Evangelio en el que Jesús responde a los enviados por Juan Bautista a preguntarle si era él quien había de venir o debían esperar a otro. No sé si llegó a pensar Jesús en aquel momento en posibles palabras o discursos con que poder convencerlos. Pero, por lo que parece, tuvo enseguida muy claro que: o se convencían por las obras o, de no ser así, las palabras acabaría llevándoselas el viento. “Decidle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, etc., etc.”.
No le demos vueltas: el lenguaje de las obras es el que ha entendido y sigue entendiendo todo el mundo desde siempre. “El preferido, precisamente, por los pobres y sencillos, por los que Jesús daba gracias al Padre”. Porque aquellas cosas “reveladas por el Padre a los pobres y sencillos” no eran, precisamente, verdades indescifrables que solo se pueden entender desde la mente, sino obras de amor que únicamente llegan a comprender quienes, desde su pequeñez, han descubierto que la bondad no es una cualidad del intelecto, sino del corazón. El propio Jesús llegó a decírselo a los judíos “Si no creéis lo que os digo, creed las obras que hago”.
Creo que nadie pone en duda que, si bien es verdad que el descrédito de la Iglesia ha venido provocado por sus escándalos y actuaciones contrarias al Evangelio, su credibilidad ha venido por lo mismo, pero en sentido contrario: por la práctica de las obras de misericordia. Nunca por los sermones, prédicas ni discursos, por muy bien trazados que estuvieran.
Hoy es Pascua. Concretamente la segunda, si nos atenemos al tiempo, o la granada, si es en los frutos en lo que nos fijamos. Y, como Pascua, pienso que es una nueva oportunidad para brindar por el amor y por la vida y, a la vez, para felicitar a quienes se esfuerzan por hacer de estas dos realidades, en sus diversas acepciones, el lenguaje universal de la humanidad. Una felicitación en la que el Espíritu sea el motivo central de la misma.
Feliz Pascua, en primer lugar, a todo lo que vive, se mueve y revolotea por el cosmos, pues es el aliento del Espíritu quien les infunde esta capacidad de existir. Pero, de manera especial, Feliz Pascua, a todos los hombres y mujeres que habitan dicho cosmos y que, empujados por el/la “ruah de lo alto”, bufan siempre en la misma dirección, que no quiere decir, ni mucho menos, en la única. Un bufar en forma de diálogo abierto y sincero; de comprensión mutua y de respeto por la diferencia que enriquece.
Feliz Pascua, a quienes se convierten en consuelo para quienes sufren. Aunque ello les suponga renunciar a su confort o, simplemente, decidir no mirar para otro lado, como si aquella historia no fuera con ellos o no fuera un problema que les afecta.
Feliz Pascua, a quienes aportan un poco de sensatez en medio de tanta obcecación y locura; un poco de luz a quienes se encuentran sumergidos en medio de unas tinieblas que les impiden vislumbrar salida a su situación o un mínimo de motivo para continuar caminando.
Feliz Pascua, a quienes han desechado de sus vidas la imagen de un Dios temible por su poder y su fuerza, para optar de manera decidida por el abbá que presenta Jesús en el Evangelio.
Feliz Pascua, finalmente, a todas y todos cuantos consideran que la piedad no es una sensiblería interior ni algo propio de una religiosidad ñoña y trasnochada, sino la puerta por la que se accede a la verdadera compasión y misericordia.
¡Ven, Espíritu, Ven!
¡FELIZ PASCUA DE PENTECOSTÉS!
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