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jueves, 21 de diciembre de 2023

ESTÁ BROTANDO ¿NO LO VEIS?


col anso

 

Estamos en Adviento. En un mundo marcado por la guerra, el dolor de mujeres maltratadas, la amarga polarización política, la desesperanza de la pobreza extrema y el lamento de una Tierra herida por la crisis climática, ¿se puede seguir esperando? ¿Es posible la esperanza? En palabras del Papa Francisco: «La esperanza nos abre a lo posible, incluso cuando todo parece imposible». En palabras de Isaias: «¡Mirad que hago algo nuevo! Ya está brotando ¿no lo veis?» (Is 43,19) .ce de la Asamblea  

La esperanza no es solo un deseo, un sueño, o mucho menos una quimera. Porque la esperanza no es una actitud positiva ante las cosas. La esperanza es una expectativa, como estar a la espera de un parto. Y esto me recuerda las últimas palabras del P. Timothy Radcliffe (O.P.) en la pasada Asamblea sinodal. Nos dijo: «Dentro de unos días iremos a casa por 11 meses. Este será aparentemente un tiempo de espera vacía. Pero será probablemente el tiempo más fértil de todo el Sínodo, el tiempo de germinación. Estos 11 meses serán como un embarazo. Nosotros, mis hermanos y hermanas, estamos embarazados de una nueva vida».

Así que este Adviento me hace más presente la esperanza de lo que la Iglesia de Cristo puede aportar a la situación actual de división y conflictos de nuestro mundo. Lo tuvimos muy presente en la Asamblea sinodal, nos preocupa a todos, nos tiene en una esperanza activa, en un adviento porque en resumen se trata de que Jesús venga en cada uno de nosotros y nos dé sus actitudes frente a nuestros hermanos. Por eso espero que todo el Pueblo de Dios (obispos, laicos y religiosos) demos pasos visibles hacia delante en el camino hacia:

1.- La promoción valiente de la paz y los derechos humanos. En un mundo plagado de desafíos y conflictos, la imperiosa necesidad de que nos comprometamos en la promoción valiente de la paz y los derechos humanos adquiere una relevancia vital. La paz y los derechos humanos no son solo aspiraciones colectivas, sino deberes individuales que requieren acción y coraje. La promoción de la paz implica no solo la ausencia de conflictos, sino también la presencia activa de la justicia y la libertad. Del mismo modo, el respeto y la protección de los derechos humanos demandan valentía para desafiar la injusticia y abogar por la dignidad de cada ser humano, independientemente de su origen, género, o creencias.

El Papa Francisco nos ha dicho: «Cada uno de nosotros, en su corazón, tiene la responsabilidad de hacer algo para construir la paz». No se trata solo de palabras. Jesús es la paz, pero ¿cuánto de Jesús reflejamos? Se trata de una responsabilidad personal en la construcción de un mundo más pacífico y justo. El compromiso valiente con la paz y los derechos humanos no es una opción para los cristianos, sino una llamada urgente que requiere nuestra participación activa en la transformación positiva de la sociedad. «La paz se construye día a día a través de pequeños gestos, pequeñas palabras, actos de reconciliación y de hermandad». Echo de menos pronunciamientos y gestos significativos como Iglesia en favor de la paz y los derechos humanos en España.

2.- El compromiso con la justicia social y la promoción de los más pobres. En la búsqueda de un mundo más justo y equitativo, urge que como Iglesia nos comprometamos con la justicia social y la promoción de los más pobres. La justicia social no es simplemente un concepto abstracto, sino un llamado a la acción concreta para abordar las desigualdades sistémicas que afectan a tantas personas en el mundo. La Iglesia tiene la responsabilidad de cuestionar las estructuras injustas, de abogar por la igualdad de oportunidades y de trabajar en la eliminación de las barreras que perpetúan la marginación de los más pobres y vulnerables. Este compromiso implica alzar nuestra voz, participar activamente en la creación de condiciones que permitan a todos disfrutar de una vida digna, sin importar su posición social, económica o cultural.

El Papa Francisco ha afirmado: «No podemos resignarnos a pensar que la caridad y la solidaridad sean un deber de los demás». La caridad cristiana nos obliga a la promoción de los más pobres. No es algo que pueda ser delegado a otros; es una llamada individual a reconocer y abordar las injusticias que afectan a nuestros hermanos. Y lamentablemente, en España no me vienen muchos nombres propios, dentro del ámbito eclesial, que destaquen por este compromiso. «La indiferencia ante el otro y ante Dios es una tentación real en nuestra vida» (Papa Francisco)

3.- El reconocimiento visible de la dignidad bautismal de toda mujer. Nos apremia reconocer con hechos la dignidad bautismal de toda mujer y su lugar fundamental en la Iglesia. El respeto y la valoración de las mujeres deben ir más allá de las palabras y manifestarse en acciones concretas, excluyendo incluso los micro machismos. Las mujeres, como seres humanos dotados de dones y talentos, merecen participar plenamente en la vida de la Iglesia, ocupando espacios significativos y contribuyendo con sus perspectivas únicas para fortalecer la comunidad de fe.

El Papa Francisco ha abogado por este reconocimiento: «Una Iglesia que excluye a las mujeres es una Iglesia estéril, porque está privada de la madre». Al reconocer y valorar la dignidad bautismal de todas las mujeres, la Iglesia puede avanzar hacia una auténtica igualdad, enriqueciéndose con la diversidad y promoviendo un testimonio más pleno del amor y la misericordia de Dios. Sobre todo si tenemos en cuenta el número de mujeres consagradas, misioneras que dan su vida en lugares remotos, madres de familia que transmiten la fe a sus hijos y nietos. Por eso el Papa Francisco dice: «Las mujeres en la Iglesia son más importantes que los obispos y los sacerdotes. ¿Cómo se puede entender una Iglesia sin las mujeres? Las mujeres son la fuerza que sostiene la Iglesia».

4.- La lucha con acciones por el cuidado de la Casa Común. La urgencia de luchar con acciones concretas por el cuidado de la Casa Común es hoy un llamado imperativo para la Iglesia en un momento en que la crisis ambiental y la desigualdad social se entrelazan de manera muy compleja. La interconexión entre el grito de la tierra y el grito de los pobres subraya la inseparabilidad entre el deterioro ambiental y las condiciones de vida desfavorables para las poblaciones más vulnerables. Cada acción que perjudica a nuestro entorno natural tiene consecuencias directas en la vida de aquellos que son económicamente marginados y carecen de recursos para enfrentar los impactos adversos del cambio climático y la degradación ambiental. 

El Papa Francisco ha declarado: «El grito de la tierra y el grito de los pobres son el mismo grito». Muchos niegan el cambio climático, pero sus efectos devastadores son evidentes. Por eso, la lucha por el cuidado de la Casa Común implica no solo la preservación de los recursos naturales, sino también la defensa de los derechos y la dignidad de los más desfavorecidos. La Iglesia española tampoco destaca por una respuesta integral que aborde tanto la justicia ambiental como la justicia social. Me gustaría ver acciones decididas y colaborativas que aborden efectivamente estos desafíos y construyan un futuro sostenible y equitativo.

5.- La apertura hacia al diálogo y la restauración de todas las víctimas de abusos. Es imposible ser testigos de Jesús ante el mundo mientras seamos una Iglesia dividida, polarizada, y además continuemos ocultando casos de pederastia. Las divisiones dentro de la Iglesia, las polarizaciones en redes sociales, y los miles de víctimas de abusos sexuales, de conciencia poder, han afectado la credibilidad y la integridad de la Iglesia. Necesitamos abrirnos al diálogo, escucharnos en nuestras diferencias, la comunión emerge como un antídoto esencial contra las polarizaciones destructivas. La apertura hacia el diálogo no implica renunciar a las convicciones, sino más bien, buscar puntos en común y fomentar un entendimiento que nos permita vivir la comunión, entendida como un compartir profundo y respetuoso. 

Finalmente, el tema de los abusos sigue siendo un escándalo doloroso. Ninguno de nosotros puede ser cómplice. Las medidas en cada diócesis deben ser firmes y transparentes. Además, es esencial implementar políticas estrictas de protección infantil y de adultos vulnerables, así como mecanismos de rendición de cuentas para aquellos que ocupan posiciones de poder. La transparencia en las investigaciones internas y la apertura a la participación de laicos y expertos externos son pasos cruciales. La formación y selección cuidadosa de líderes eclesiásticos, así como una cultura de cero tolerancia hacia cualquier forma de abuso, urgen. No podemos revictimizar a las víctimas. Solo a través de un compromiso total con la justicia, la transparencia y la responsabilidad, la Iglesia podrá comenzar a sanar y reconstruir la confianza perdida.

Queda trabajo por realizar en la Iglesia. Es Adviento. Reavivemos nuestra esperanza de que es posible una Iglesia sinodal con Jesús como referente en todas estas situaciones que hoy vivimos. El documento de síntesis de la XVI Asamblea del Sínodo nos invita a ello. Tomémoslo en serio, Jesús viene. «¡Mirad que hago algo nuevo! Ya está brotando ¿no lo veis?» (Is 43,19) 

 

Xiskya Valladares rp.

Religión Digital

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