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jueves, 21 de diciembre de 2023

ESPERANZA: UNA NECESIDAD, NO UN LUJO


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Se puede decir que el ser humano ha hecho de la esperanza, desde siempre, una virtud necesaria. Y ha sido así, porque la esperanza no es un no sé qué que un día se le ocurrió a alguien sin más, para continuar después concretándose en diversas formas y realidades a lo largo de los siglos. La esperanza es una llamada, desde lo más profundo, que el ser humano siente de cara a dar sentido a su existencia y, si de paso, ese sentido puede ser de plenitud y de eternidad, mejor que mejor. Tanto es así que nadie puede vivir sin esperanza, si no quiere convertirse en prisionero del absurdo o de la casualidad, en el mejor de los casos.

Dicho esto, y aprovechando el Adviento, tan propicio para esta virtud, me ha parecido oportuno apelar a los tres personajes bíblicos más relevantes de este tiempo para profundizar en ella. Lo haré intentando dar respuesta a tres interrogantes concretos: qué, cómo, con qué actitud.

Esperar, qué? Pues ni más ni menos que el "cielo nuevo y la tierra nueva, donde no habrá muerte, ni habrá llanto, ni clamor ni dolor", que se anuncia en el Apocalipsis (22, 1-4). Pero una novedad hecha realidad, ya desde ahora y aquí, a través de obras liberadoras, tal y como se lo había dicho Jesús a los emisarios de Juan Bautista "Id y decidle lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los sordos oyen, los mudos hablan, etc.".  Ello quiere decir que la esperanza no tiene nada que ver con las ilusiones que uno se hace (el "nosotros esperábamos" de los de Emaús), ni tampoco con lo que otros ofrecen de manera falsa y engañosa (el "seréis como dioses" de la serpiente a Adán y Eva), sino con el compromiso con la vida y con la gente,  "confiando en que, salga como salga, habrá valido la pena"  (Václac Havel).

Enlazando con lo que acabo de decir, entraría en juego el segundo interrogante: esperar, ¿cómo? Con el compromiso como contrario a la pasividad y a la quietud y, por descontado, como totalmente opuesto a la desidia, a la desgana y al falso conformismo. Esperar, por tanto, intentando transformar las estructuras de injusticia y de sufrimiento que deshumanizan y degradan a la gente, de manera especial a los sufrientes y a los más débiles. "Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas". (Is 2,4). No se puede, quizás mejor, no se debe, anunciar la esperanza desde el otro lado ni desde la acera o la orilla del camino. Un anuncio así no será creíble a la larga. Pero debe ser, además, un anuncio que tiene que ir seguido de un compromiso total y radical. Los lavados de cara no sirven en este caso. Por tanto, "lanzas y espadas" convertidas en escuelas, hospitales, lugares de acogida, campos de arroz y de trigo, etc.

Por último, y tratándose de una empresa tan ardua, esperar y anunciar la esperanza solamente puede hacerse desde actitudes que son propicias para ello. María de Nazaret se nos ofrece como verdadero modelo. En primer lugar, desde el silencio personal, muy difícil, por cierto, en una sociedad donde el ruido predomina de manera más que abundante. Un silencio que favorece la reflexión seria y sincera, necesaria para analizar de manera crítica la realidad que urge ser transformada: "María guardaba estas cosas en el corazón y las meditaba" (Lu 2,  16-21). Pero, también, para escuchar y comprender el estilo de un Dios desconcertante, que acostumbra a poner todo patas arriba con cierta frecuencia: "Derriba del trono a los poderosos y ensalza a los humildes" (Lu 1, 46-55).

Después de lo dicho hasta aquí, pienso que la conclusión lógica sería que la esperanza es una necesidad, no un lujo.

 

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