fe adulta
Mateo 25,1-13
A través de esta parábola el Evangelio nos anima a la espera y la atención consciente del paso de Dios por nuestra vida. El Dios de Jesús no es inaccesible, sino que su deseo es darse-nos y lo hace de forma sorprendente y desconcertante. La vida es un constante adviento que nos pide estar preparados y preparadas para acoger la novedad de Dios en cada momento y situación. La pregunta religiosa fundamental no es tanto ¿dónde está Dios? sino ¿cómo está Dios?
A veces irrumpe como grito empeñado en hacernos despertar de nuestras somnolencias cómplices, empujándonos a salir de nuestras zonas de confort ante la injusticia, y el olvido de los otros. Otras lo hacen con la suavidad de una caricia que nos sana y nos capacita para ser cauces de consuelo y liberación en las heridas del corazón del mundo y de la historia, a poner en el centro la vida, la alegría y la esperanza en medio de tanto destrozo del que estamos siendo contemporáneos.
La presencia del Dios-Amor en el mundo no es evidente. Está escondida, hay que ir más allá de la cáscara de la realidad para captar su paso. Requiere cultivar una sensibilidad experta en separar el oro de la ganga, pues el Dios de Jesús no es puro ni neutro, sino que es un Dios manchado y salpicado por las contracciones y las barbaries humanas. Un Dios que no soluciona nada mágicamente, pero nos sostiene en todo y nos lanza siempre guiños desde el abajo y el adentro de la historia.
Frente a la dispersión y la confusión que nos rodea, las vírgenes prudentes de la parábola nos recuerdan la sabiduría de vivir centrados y centradas en lo esencial, a no aplazar lo verdaderamente importante por lo urgente. Nos desafían a vivir con atención plena y desde la hondura de lo cotidiano.
Para ello necesitamos algunos aceites: el aceite de la capacidad de sorpresa ante la realidad y las personas, en lugar de dárnosla por sabida; el aceite de la conexión interna con la fuente del ser, viviendo de adentro a afuera y no al revés; el aceite de la confianza y la bondadosa cercanía, que capacitan la mirada para descubrir lo invisible y nos abre a visiones y planteamientos nuevos para crear futuro con Jesús.
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