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jueves, 8 de junio de 2023

SUBVERTIR LOS VALORES

fe adulta

col carme soto art

 

Escuchando el relato de Juan sobre la Última cena de Jesús con sus discípulos y discípulas sorprende el símbolo que realiza para transmitir el legado teológico y existencial que supone ese día y esa cena para Jesús.

En medio de la cena Jesús se levanta de la mesa y sorprende a sus compañeros y compañeras de mesa con un gesto que nadie esperaría que Jesús hiciese. Se arrodilla para lavarles los pies. En aquella época lavar los pies era un gesto de acogida para un invitado o huésped. Era un acto que, aunque honraba a quien lo recibía, era humillante para quien lo realizaba, por eso, lo hacían los esclavos o sirvientes y a veces también las mujeres (1 Sam 25,41).

Los amó hasta el extremo

Jesús ocupa el lugar del que sirve (Lc 22,27) pero no para demostrar su humildad sino su amor. Él no quiere que nadie se humille para demostrar su valía espiritual, y menos que alguien se sienta inferior a los demás porque realiza un oficio invisible o no valorado.  Jesús lava los pies a sus compañeros y compañeras porque quien ama de verdad sabe que nadie es más que nadie, que todos y todas somos dignos/as de ser acogidos/as y cuidados/as y todos/as hemos de acoger y cuidar especialmente a quien vive arrodillado/a e invisibilizado/a por quienes se consideran superiores o mejores.

Jesús arrodillándose ante sus compañeros/as de camino les recuerda que Dios no ve la vida desde arriba sino desde abajo, por eso, quien cree en él ha de mirar como mira él. Al mirar así descubrimos los detalles, los pequeños gestos y desde ese lugar descubrimos que es más fácil entender y perdonar como lo hizo Jesús con Judas. Desde abajo podemos sentirnos a la misma altura y acercarnos unas/os a otras/os, escucharnos, valorarnos.

Por todo eso, lavarse los pies unas/os a otras/os es señal de amor y no de humildad, aunque se necesite para perdonar, reparar y liberar. Jesús lo sabía desde el corazón, por eso, amó hasta el extremo en esos momentos oscuros que tenía que atravesar.

Si yo, os he lavado los pies, también vosotr@s debéis lavaros los pies uno@s a otr@s

Jesús, al lavar los pies a aquellos hombres y mujeres que lo acompañaron desde Galilea a Jerusalén, que escucharon sus enseñanzas, acogieron sus gestos y se entusiasmaron por el Reino, les está también recordando todo lo vivido juntos y, sobre todo las consecuencias del proyecto que Dios había puesto en sus manos: “No he venido a ser servido sino a servir…Es el amor y no el poder lo que importa…

Arrodillado frente a cada uno de sus amigos y amigas Jesús sabe que es tiempo de decisiones, de entrega y también de fracaso, pero su Abba lo acompaña y confía en que al atravesar aquel trance todo adquirirá sentido. Por eso en aquella última cena, aunque no lo comprendieran, quiere dedicar tiempo al gesto sencillo y, a la vez, cargado de densidad de lavar los pies acogiendo a cada uno/a de sus discípulos y discípulas desde abajo y desde dentro. Solo así, podía expresarles su amor sin fisuras y convocarlos/as a comenzar de nuevo el camino cuando llegase el momento.

Aquel lugar, aquella hora y aquel gesto siguen formando parte de nuestra memoria, pero no han de quedarse en un recuerdo apacible o en la tradición de una liturgia. El mandato de Jesús de lavarnos los pies unas/os a otras/os es una llamada a la trasgresión profética, es decir, a subvertir los valores que no construyen sororidad ni fraternidad, a romper los esquemas jerárquicos de poder a los que tantas veces nos acomodamos, a denunciar los abusos en las relaciones y anunciar que Dios siempre está abajo acogiéndonos descalzos/as y vulnerables, confiando en nuestra bondad a pesar del barro, amándonos hasta el extremo.

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